Todo es posible en Granada, fueron las últimas
palabras de Gervasio. A partir de ese instante se hicieron inútiles los adioses,
y las plazas de toros se despoblaron de lo que suele darle su sentido y
justifica su prolífica presencia en la geografía nacional: el cuadrúpedo
en sí mismo.
Esa inveterada costumbre de Celestino de frotarse
las manos hiciera lo que hiciera, e incluso cuando no hacía nada, llegó a
trastornarme. Las miraba hipnotizado cuando se las frotaba frenéticamente, con
una fruición enajenante para cualquiera que no estuviese precisamente en
su mollera .
Epaminóndas sale de noche a pasear. Dice que es momento ideal, cuando menos tráfico y
peatones se ven por la calzada y la acera respectivamente. Además, la luz de
las farolas inviste al ambiente de un embrujo
muy superior al de las doce del mediodía, con el sol en su cénit. Y que conste
que trabajar en un tablao flamenco no tiene nada que ver con tal apreciación,
asegura muy ufano.
Wenceslao es duro de oídos, y cada vez que mantiene una conversación con alguien, se
lleva un dedo de la mano, el índice normalmente, a la oreja atañida. Hasta tal punto es
esto cierto, que con frecuencia, llevado por una rutina excesiva, hace
exactamente lo mismo cuando nadie le habla o está solo en su casa. Claro que en
ambos casos, sin embargo, él asegura que siempre oye voces.
Rosarito fue siempre una niña muy educada,
incluso tímida, que cuando acompañaba a
su mamá a misa o a la compra y se tropezaban con alguien, no decía esta boca es
mía, o miraba para otro lado por pura
vergüenza. Nada que ver en absoluto con lo que sucedió desde el momento en que
le llegó la adolescencia y le bajó la regla. Sintió entonces en su
interior las urgencias de la reproducción de la especie, pues sin venir
a cuento y en cualquier circunstancia, se sacaba los pechos y se los manoseaba
delante de quien fuera groseramente.
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