domingo, 29 de abril de 2018

PARAISOS


Para mí, qué querés que te diga, solo existís vos y tu culo. Sí, podés añadirle si te gusta, la trompita, esos labios carnosos que tenés y que desde el primer día que los vi me hicieron suponer otras delicias, pero dejáme de momento concentrarme en ese lugar que al verlo por primera vez, supe que no me haría falta otra cosa. Aunque te dieras la vuelta y fueras una bruja o un dragón, yo aquello lo quería solo para mí. Suponer mis manos masajeando aquella hermosura, y pensar en la felicidad suprema fue todo uno. Claro que de mi  familia de panaderos me llega la afición por las harinas, pero no importa, y estoy seguro que siendo un agente de seguros, fontanero o corredor de bolsa, al ver lo que vos tenés, hubiera tirado mi carrera al carajo, y con seguridad me hubiera dedicado  a la felicidad de tu popa. Y a mi propia felicidad, pues no puedo imaginar otro lugar ni otro instrumento que me pudieran proporcionar tanta alegría y hacer surgir tanto deseo. En ocasiones pienso que llegaste a mi vida en el momento justo, cuando una despedida me tenía malherido, pero creéme, al verte y calibrarte olvidé de inmediato ese dolor pasado, como si vos hubieras llegado en el momento justo para sacarme de la cabeza a la otra, la que decidió que aquél boludo estaba mejor armado o, andá vos a saber, que en ese sentido nunca tuve dificultades, y mi natural modestia se equipara con el porcentaje habitual. Vos me entendés. Sé que te puede herir verte considerada como un objeto, pero te equivocás si lo pensás así, que afortunadamente cuando te diste la vuelta y te vi por primera vez, supe que eras vos la que me estaba destinada, pues ni rubia ni trigueña, totalmente morocha, y esa cara tan linda que enseguida me sugirió otras excursiones, sabiendo que quien era así no podía sino guardar secretos deliciosos para el hombre que la ama. Y ahora que ya me conocés y puedo ser sincero, te diré que de tus ojos negros y tu boca enseguida imaginé  unos pechos firmes coronados de unas areolas oscuras y grandes, en las que los pezones  se ofrecían a mi boca como a la de un lactante, sediento de vos misma.  Que lo pienso y me acuerdo de aquél día, y aun me entran escalofríos de placer, pues raramente se ve uno enfrentado, de repente, a quien le sugiere tanto como vos a mí aquel día. Luego es cierto, que los días pasaron y una vez establecida la relación y consumada la pasión con un desenfreno diario, las cosas vuelven a su curso habitual y se aminoran, y unos labios por muy sugerentes y ofrecidos que sean, acaban siendo unos labios, y un pelo como el tuyo, negro azabache, por más que siga valorándose su densidad y textura, acaba siendo un pelo no más, y tus ojos oscuros de turca,  que aúnan la ternura y el fuego, serán siempre lindos, pero ojos al fin y al cabo. Y tus piernas largas y bien torneadas, tus caderas como asas  de ánforas griegas y tu cintura mínima. Y tus oscuros pezones como ojos escrutadores cuya simple visión me provocaban una especie de delirio, del que difícilmente podía regresar con el agua que, riéndote, me arrojabas delicadamente a la cara para que los soltara. Todo ello, apasionante, palidecía ante tu culo,  que me suscitaba solo con verlo, la sensación de sumergirme en un mar inacabable o en un campo de algodón al sol de la mañana antes de que el de mediodía lo sofoque. Atraparlo con las manos bien abiertas y acariciarlo lentamente con aceites perfumados como si se tratara de una masa de harina, que solo espera la levadura para fermentar y hacerse pan. Y no te digo abrirlo como a una fruta madura, y encontrar allí, que sé yo, el Amazonas, el Paraná, el Orinoco, las fuentes del Nilo, la perdición de los hombres, que solo buscan el regreso y encuentran en esos humedales la puerta de acceso al paraíso. No te preocupés mi amor, y pensés que algo ha variado. No me hagas gestos de tristeza porque imagines que no te amo, bien al contrario, aunque debo reconocer que empecé al revés de lo habitual, es decir por el culo, ahora es  tu rostro el que no se me va de la cabeza.

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