El catálogo decía así: se venden todo tipo de
mercancías excepto precisamente aquellas que a usted le harían feliz. Fíjese
que contrasentido con el concepto habitual del marketing y qué ganas de
joder.
Rigoberto no conocía a nadie que no respondiera precisamente a ese nombre. Y si por
casualidad lo conocía, se despedía de inmediato deseándole buenos días o
noches, pero nunca en función de la hora sino de un impulso aleatorio
absolutamente aleatorio, claro está.
Para leer, Fermín apoyaba la cabeza en el respaldo
de su sillón preferido o de los almohadones de la cama, si las ganas le cogían
acostado, pero siempre con la condición de que el ángulo de su cabeza con
cualquiera de los mismos fuera exactamente de diecisiete grados. Fermín
leía poco: es fácil de comprender.
Sus arrebatos le sorprendían en los lugares menos
previsibles, y no se tenían datos de qué factores externos podían
desencadenarlos. Quizás un ligero malestar en su pituitaria provocado por una
atmósfera excesivamente recargada por aerosoles de perfumes o desodorantes. O
vaya usted a saber. Aunque no deja de ser significativo que la mayoría le
asaltaran en la sección de lencería y ropa íntima de señora de El Corte
Inglés.
A las tres y media en punto de la mañana se
despertaba e iba al baño con una exactitud kantiana. Lo sorprendente del
caso es que con frecuencia aprovechaba la ocasión para hacer una tabla de gimnasia
de intensidad media/alta, por lo que a continuación se duchaba con agua
y jabón e incluso en ocasiones olvidaba completamente el objetivo principal de
haberse levantado. Hay que decir que Julián es muy disciplinado pero antojadizo
y que su problema de próstata es leve.
Por qué María de las Mercedes solía interrumpir
cualquier actividad y ponerse a planchar de inmediato, es algo que jamás logró
averiguar su terapeuta. El caso es que tal cosa sucedía y que el problema no
solo consistía en que en esos momentos no tuviera plancha o se hubiera ido
la luz, sino que sus prontos siempre la sorprendían fuera de su
domicilio y es fácil de imaginar el guirigay que solía organizarse cuando se
empeñaba en hacerlo por encima de cualquier cosa y le pesara a quien le pesara.
E incluso, sin demasiado sentido, añadiendo que lo haría “por encima de mi
cadáver”
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