La versatilidad de su carácter se manifestaba en
la facilidad con la que pasaba de un asunto a otro cuando era entrevistado. La
falacia de tal afirmación consiste, sin embargo, en que todavía está por llegar
el día en que tal cosa suceda.
La labilidad de su carácter se hacía patente en
los arrebatos que sufría con frecuencia por los motivos menos consistentes. Por
ejemplo, el hecho de girar la cabeza hacia un lado y el otro para atender a dos
personas situadas a su izquierda y su derecha, le trastocaba hasta límites que
con anterioridad solo se habían conocido en el archifamoso asno de Buridán.
Las gafas de Iluminado cumplen sobradamente los
requisitos requeridos para merecer tal nombre. Que sean para ver de lejos o de
vista cansada no tiene la menor importancia, esa es al menos la opinión de
Iluminado, al que, a pesar de lo dicho, le basta con su propio nombre para ver
todo claro como la luz del día sin tener que ponérselas, sean cual sean las circunstancias.
La maleabilidad de Gumersindo, Gumer para sus
amigos, le facilita el que pueda meterse en la cama de una sola pieza o
desdoblándose en dos, la primera de las cuales incluiría el pecho y la segunda
la espalda. Lo que queda entre medio ya es otro cantar, asegura, pero no lo
aclara en absoluto.
Primero se levanta y luego anda, y en ese sentido
dice ser cristiano de los pies a la cabeza, como fácilmente comprenderán
aquellos que hayan leído en los evangelios el episodio de Lázaro. El hecho de
no estar muerto como aquel cuando realiza las acciones mencionadas más arriba,
no desdice en absoluto su fe y cree a pies juntillas que se levantará de la
tierra el último día. Y que incluso recobrará la vista.
La perspicacia de Baldomero es tal que en su
proximidad es aconsejable hablar en voz muy baja o no hablar en absoluto, pues
su oído finísimo puede incluso captar los sonidos por encima o por debajo de la
frecuencia habitual en los seres humanos. Baldomero se ha apercibido de la
circunstancia, y con frecuencia aprovecha la situación en la que quienes le
rodean optan por el lenguaje de señas, para soltar unos discursos
elaboradísimos sobre la conveniencia de utilizar el sonotone cuando la sordera
aprieta.
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