Nunca volveremos a vernos
siempre jamás.
Eras tú y si embargo qué.
Tu boca, tu pelo. Tu
inexistencia también.
Volver a empezar. Para
qué no importa.
Dame la mano y vayamos
donde quien sabe.
La melancolía de aquella
botella de champán, mentías.
Habíamos vivido y sido
felices: tuviste que escribirlo.
Siempre estarás en mi
memoria desquiciada por los atardeceres.
La desesperanza se
agazapa en los calendarios. Siempre espera.
Recuerda el amor, los
niños, el verano. Vive, regresa.
Hablas pero las palabras
vuelan y solo tu silencio permanece.
La laxitud de mis
neuronas. Solo se trata de eso.
Ponte en camino. Da la
espalda a los escombros.
Vana es la esperanza del
león sin dientes.
Mira tus manos y
alégrate. Podrían ser otra cosa.
Me tratas como a un
extraño pero siempre amanece.
Me colma una soledad solo
debida a mí mismo.
Despierta: llueve una
finísima lluvia de soles diminutos.
Un puñal en la espalda,
dices. Huir no era una opción aconsejable.
Me levanto, camino, hablo
y me alimento. Acaso existo.
Cae el telón. La
curvatura del espaciotiempo aumenta.
Tener un hijo, escribir
un libro, plantar un árbol. Olvidar los maremotos.
Un mundo de vírgenes ¿qué
mundo entonces?
La ceniza no existe. El
fuego es mentira, dijo el australopiteco.
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