viernes, 4 de agosto de 2017

CASUÍSTICAS



Todo le fue mucho mejor a partir del día que decidió que ya no quería entender nada. Los acontecimientos se sucederían como consecuencia de una casuística que dejó de interesarle totalmente. La lluvia caería, el viento soplaría, y los dinosaurios se extinguirían si todavía no lo hubieran hecho, y todo lo que a uno se le ocurra,  pero a José Javier le traerían sin cuidado los motivos. Le quedaría, sin embargo, la duda de si las hemorroides que le martirizaban desde joven, tenían sin embargo algo que ver con la ingesta desmedida de chiles y café, a los que era tan aficionado. Pero nunca quiso indagar y aceptó su sino con un estoicismo que hubiera hecho palidecer al mismísimo Séneca, el cordobés. E incluso al santo Job, paradigma de la paciencia y la aceptación que para rascarse llegó a utilizar una teja.

Le vio tendido en el suelo en un charco de sangre, y fue consciente de inmediato de que si no intervenía de alguna manera, iba a ser testigo allí mismo de la muerte de un ser humano. Pero no hizo nada. Miró profundamente a los ojos a aquel hombre, y le dijo que aceptara su destino. Morir en sus circunstancias en aquel lugar de una belleza arrebatadora, rodeado de árboles centenarios mientras el sol descendía sobre el lago al crepúsculo, era algo era algo que cualquiera desearía como digno colofón a su vida. Y la suya parecía haber sido emocionante y azarosa: un puñal en el pecho es sin duda un homenaje póstumo que no está al alcance de cualquiera.

José Manuel no sabe hacer absolutamente nada que no sea escasamente levantarse, hacer sus necesidades y lavarse los dientes con mucha parsimonia. A peinarse todavía está aprendiendo, aunque según dicen sus padres, no parece poner demasiado interés, algo que no les inquieta demasiado porque tiene un pelo tupido y cortado al cepillo de forma natural. El problema, siempre según sus progenitores, no es que José Manuel no aprenda sino que no quiere aprender. Al parece, de acuerdo con un psicólogo que le ha visitado a domicilio, padece un nihilismo furibundo que, por negar, niega hasta su propia existencia. La terapia no está clara, pero este hombre, a pesar de sus riesgos, es partidario de abandonarlo en la selva con una escopeta para que al menos tuviera que molestarse en utilizarla para defenderse de las fieras. El psiquiatra de la Seguridad Social es menos drástico, y opina que sería suficiente con cortarle el pelo al cero y dejarle de tal guisa en cualquier parte del Sistema Central en pleno mes de Enero. Como mínimo tendría que esforzarse en buscar una gorra o un sombrero.

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