viernes, 1 de marzo de 2019

INSTRUCCIONES PARA BAJAR UNA ESCALERA TRES


A punto de llegar al portal del edificio donde está ubicada nuestra casa, después de la bajada por las escaleras someramente descrita en los dos apartados anteriores, conviene recordar la importancia de salvar sin dificultades los dos o tres últimos escalones. De todos es sabido que cuando estamos a punto de culminar una tarea para la que nos hemos empleado a fondo, corremos el riesgo de precipitarnos y darla por concluida poco antes de que tal cosa sea totalmente cierta. Me refiero a esas prisas que nos entran antes del instante de sentirnos definitivamente triunfadores, y que pueden dar al traste con ello ¿Quién no ha sentido poco antes de llegar a los últimos peldaños las ganas de saltarlos, como queriendo transmitir a nuestra victoria no solo la alegría que le es inherente, sino un punto de desdén? Algo así como decir  a ese último obstáculo ¿os creías que no iba a ser capaz? ¡pués ahí os quedáis! Y desgraciadamente esa suficiencia puede hacer que acabemos por los suelos cuando todo parecía resuelto. Por lo tanto, mucho cuidado, una misión puede peligrar si se desprecian los últimos pasos para culminarla exitosamente. Se trata de esos pasos traicioneros que pueden hacernos olvidar que no son lo mismo los treinta (*) centímetros mencionados al comienzo de estas líneas que sesenta, y no digamos ya nada de noventa, tres peldaños, casi un metro de altura.
           Supongamos, sin embargo, que hemos llegado al final y afortunadamente ya estamos en el portal, un recinto cuyas características no voy a describir pero que grosso modo están en la mente de cualquier propietario, pues suelen ser directamente proporcionales al importe de la casa donde se habita. Si usted ha pagado a tocateja, tiene un Mercedes último modelo y un chalet en la playa, será bastante diferente en el buen sentido de si lo ha hecho pagando una interminable hipoteca, maneja un utilitario, y en verano pasa dos semanas de vacaciones en un hotel de tres estrellas, como mucho. Dar detalles sería superfluo e incluso un poco hiriente. En cualquier caso, usted al menos por una vez disfrutará de las mieles de la victoria por su propio esfuerzo personal, y podré comprobar que el mundo, es decir, la puñetera  calle, sigue ahí como usted la dejó ayer por la noche o hace apenas unas horas. En esas circunstancias, en lo que a mi se me alcanza, es posible que usted sienta una profunda satisfacción por la tarea bien hecha o que, sorprendentemente, algo en su interior le haga sentir ¡y para esto me he esforzado tanto! al comprobar que el mundo en el exterior sigue siendo el mismo, que nada ha cambiado y conserva el aspecto cochambroso de tantas ocasiones anteriores. Y que por lo tanto, su esfuerzo por alcanzar una meta que pudo antojársela deseable, ha sido un fiasco que verdaderamente no merecía la pena: probablemente hubiera sido mejor quedarse en casa. En esos momentos, sin embargo, lo más aconsejable es no dejarse abatir por los sentimientos negativos, después de todo, las escaleras, salvo terremoto, siempre estarán ahí dispuestas a ofrecerle una nueva ocasión, la oportunidad de vencerlas de nuevo, aunque para ello, tenga que coger el ascensor.

(*) En realidad no suelen superar los veinte centímetros, pero no debe olvidarse que la hipérbole es un tropo ampliamente admitido, sobre todo cuando como en esta ocasión no distorsiona para nada lo dicho.

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