A mí me pasa lo siguiente:
resulta que estoy así como ahora mismo tan tranquilo y de repente zas, tengo
que salir corriendo a esconderme con un ataque de risa. En casa, normalmente me
encierro en la habitación del fondo y me pongo a reír como un loco. No sé por
qué pasa, pero me pasa, y no es que haya pensado nada divertido o que me guste
encerrarme (siempre echo el pestillo por dentro), pero sucede y no encuentro
una razón lógica para ello. Estoy sentado y ja ja ja…no puedo parar, y es
posible que sea por la vergüenza que me da, por cierto. Y no solo eso, una vez
encerrado, tengo que tirarme por el suelo y revolcarme como un loco mientras me
río, y me río tanto que a veces debo sujetarme la mandíbula, la de abajo
naturalmente, con las dos manos para que no se me desencaje. Y no es tan fácil,
que conste, pues en ocasiones ni así lo logro y tengo que apoyarla en el suelo,
afortunadamente de parquet en mi casa, y no es tan sencillo, que conste.
Pues ese es en realidad mi problema, el
único que verdaderamente me tiene intranquilo porque no sé como manejarlo, algo
me habita que yo mismo ignoro y me domina de forma absoluta en cualquier
circunstancia. Incluso posiblemente en presencia del Santo Padre, aunque no
tenga de momento previsto viajar al Vaticano, aunque todo se andará. Mi
familia, para qué voy a decir otra cosa, está preocupada, no solo porque el hecho
que acabo de describir me impide funcionar con normalidad en la sociedad, sino
sobre todo porque me inhabilita para trabajar en cualquier cosa, sobre todo en aquellas
que exijan tratar con un semejante, pues a nadie le gusta que así de repente el
otro se ponga a reírse delante de sus propias narices y salga corriendo a
encerrarse donde mejor le pille. Usted me entiende. Y no digo nada si tuviera que
actuar como profesor o conferenciante, pues con independencia del tema de que
se trate, así, sin venir a cuento, surgirá el payaso incontinente que me
posee, y los alumnos u oyentes se quedarán con la boca abierta. Aunque también
es posible que se acabe generando una especie de orgía colectiva de risotadas
que podrían hacer la situación muy divertida, aunque se queden sin saber nada
de Aristóteles que es mi especialidad ni de la Física Cuántica que es mi otra
especialidad. Y no digo nada del orgón de W. Reich que es mi última
especialidad y que terminaría en una orgía en el sentido estricto de la palabra
en su segunda acepción del diccionario de la R.A.E.
En general, el público que me ve o mis
seres queridos que asisten a mi representación insisten en que eso me sucede
por algo. Son partidarios de la causalidad y afirman que la risa
es la última fase de un proceso perfectamente trabado en el que siempre hay un
motivo desencadenante, aunque admiten que en ocasiones puede ser inconsciente e
ignorarse el porqué. En este sentido he recibido la propuesta de varias
escuelas de pensamiento y laboratorios de bioquímica para localizar la causa
aludida, pero hasta ahora no me ha parecido conveniente someterme a una serie
de experimentos porque no las tengo todas conmigo, y después de todo, ni me va
ni me viene. Y me lo paso bastante bien, ojo. Prefiero que mi risa sea algo
espontáneo como los hongos en el bosque cuando llega el otoño, que brotan así
zas zas y ya está, por más que los micólogos se empeñen en averiguar las
condiciones para que broten, y enumeren algunas circunstancias como la humedad
relativa y el descenso notable de la
temperatura. Incluso el aumento del grosor de la cubierta vegetal del
susodicho.
La mía, por mucho que moleste, es una risa
pura, incontaminada, que de hecho tengo la impresión que ni siquiera procede
del cerebro como sería natural, sino que es una risa corporal, si por cuerpo
entendemos a todo él, exceptuando la cabeza, mira por donde. No descarto de
todas maneras que un día me dé por averiguar el porqué de mi adicción
espontánea a la risa (podemos llamarlo así). De entrada se me ocurre que quizás
no sea tan difícil porque hasta ahora lo que verdaderamente me hacían reír son
los chistes de Gila y las actuaciones de Chiquito de la Calzada (para bochorno
de algunos). Y algunos chistes surrealistas como el siguiente: va un paciente a
visitar en Barcelona al eminente oftalmólogo doctor Barraquer, y este enseguida
le manda pasar al cuarto de pruebas y señalándole el conocido cartelito
luminoso con letras, le pregunta ¿ve usted bien esta letra? Y el paciente
responde, muy convencido: Si, SEÑORA!
Que cada cual saque sus
conclusiones.
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