jueves, 21 de marzo de 2019

ADICCIONES


A mí me pasa lo siguiente: resulta que estoy así como ahora mismo tan tranquilo y de repente zas, tengo que salir corriendo a esconderme con un ataque de risa. En casa, normalmente me encierro en la habitación del fondo y me pongo a reír como un loco. No sé por qué pasa, pero me pasa, y no es que haya pensado nada divertido o que me guste encerrarme (siempre echo el pestillo por dentro), pero sucede y no encuentro una razón lógica para ello. Estoy sentado y ja ja ja…no puedo parar, y es posible que sea por la vergüenza que me da, por cierto. Y no solo eso, una vez encerrado, tengo que tirarme por el suelo y revolcarme como un loco mientras me río, y me río tanto que a veces debo sujetarme la mandíbula, la de abajo naturalmente, con las dos manos para que no se me desencaje. Y no es tan fácil, que conste, pues en ocasiones ni así lo logro y tengo que apoyarla en el suelo, afortunadamente de parquet en mi casa, y no es tan sencillo, que conste.
     Pues ese es en realidad mi problema, el único que verdaderamente me tiene intranquilo porque no sé como manejarlo, algo me habita que yo mismo ignoro y me domina de forma absoluta en cualquier circunstancia. Incluso posiblemente en presencia del Santo Padre, aunque no tenga de momento previsto viajar al Vaticano, aunque todo se andará. Mi familia, para qué voy a decir otra cosa, está preocupada, no solo porque el hecho que acabo de describir me impide funcionar con normalidad en la sociedad, sino sobre todo porque me inhabilita para trabajar en cualquier cosa, sobre todo en aquellas que exijan tratar con un semejante, pues a nadie le gusta que así de repente el otro se ponga a reírse delante de sus propias narices y salga corriendo a encerrarse donde mejor le pille. Usted me entiende. Y no digo nada si tuviera que actuar como profesor o conferenciante, pues con independencia del tema de que se trate, así, sin venir a cuento, surgirá el payaso incontinente que me posee, y los alumnos u oyentes se quedarán con la boca abierta. Aunque también es posible que se acabe generando una especie de orgía colectiva de risotadas que podrían hacer la situación muy divertida, aunque se queden sin saber nada de Aristóteles que es mi especialidad ni de la Física Cuántica que es mi otra especialidad. Y no digo nada del orgón de W. Reich que es mi última especialidad y que terminaría en una orgía en el sentido estricto de la palabra en su segunda acepción del diccionario de la R.A.E.
     En general, el público que me ve o mis seres queridos que asisten a mi representación insisten en que eso me sucede por algo. Son partidarios de la causalidad y afirman que la risa es la última fase de un proceso perfectamente trabado en el que siempre hay un motivo desencadenante, aunque admiten que en ocasiones puede ser inconsciente e ignorarse el porqué. En este sentido he recibido la propuesta de varias escuelas de pensamiento y laboratorios de bioquímica para localizar la causa aludida, pero hasta ahora no me ha parecido conveniente someterme a una serie de experimentos porque no las tengo todas conmigo, y después de todo, ni me va ni me viene. Y me lo paso bastante bien, ojo. Prefiero que mi risa sea algo espontáneo como los hongos en el bosque cuando llega el otoño, que brotan así zas zas y ya está, por más que los micólogos se empeñen en averiguar las condiciones para que broten, y enumeren algunas circunstancias como la humedad relativa  y el descenso notable de la temperatura. Incluso el aumento del grosor de la cubierta vegetal del susodicho.
     La mía, por mucho que moleste, es una risa pura, incontaminada, que de hecho tengo la impresión que ni siquiera procede del cerebro como sería natural, sino que es una risa corporal, si por cuerpo entendemos a todo él, exceptuando la cabeza, mira por donde. No descarto de todas maneras que un día me dé por averiguar el porqué de mi adicción espontánea a la risa (podemos llamarlo así). De entrada se me ocurre que quizás no sea tan difícil porque hasta ahora lo que verdaderamente me hacían reír son los chistes de Gila y las actuaciones de Chiquito de la Calzada (para bochorno de algunos). Y algunos chistes surrealistas como el siguiente: va un paciente a visitar en Barcelona al eminente oftalmólogo doctor Barraquer, y este enseguida le manda pasar al cuarto de pruebas y señalándole el conocido cartelito luminoso con letras, le pregunta ¿ve usted bien esta letra? Y el paciente responde, muy convencido: Si, SEÑORA!
Que cada cual saque sus conclusiones.

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