UNO: PROLEGÓMENOS Y PRIMER
PASO
Bajar una escalera resulta
sumamente sencillo si usted tiene menos de setenta años y la diferencia de
nivel entre escalones no supera los treinta centímetros aproximadamente. Y si usted
tiene piernas, como es natural, pues bajarlas en silla de ruedas no es una
tarea demasiado sencilla, y casi lo mismo se podría decir de hacerlo con
muletas, aunque no tanto. A lo que habrá que añadir que si usted no ha cumplido
todavía los dos años de edad y tiene ciertas dificultades para mantenerse en
pie, tampoco resulta fácil. Mejor permanezca en casa y ni se asome al
descansillo en ausencia de su mamá, pongo por caso. Bajarlas rodando podría ser
un éxito dada la plasticidad de sus huesos y la flexibilidad de sus
articulaciones, pero aún así al llegar abajo podrían presentarse ciertas
complicaciones aunque todavía respire y las fracturas no sean la norma.
Pero poniéndonos en el mejor de los
casos, recuerde que una escalera es un artificio muy antiguo que puede
reportarle múltiples beneficios, especialmente para sus sistemas cardio
respiratorio, musculoesquelético y circulatorio. Para ello bastará con situarse
en el rellano donde usted decida iniciar la bajada, agarrándose bien al
pasamano y comenzar a andar siempre con la idea en la cabeza de que el peldaño
siguiente siempre (siempre) se encontrará a un nivel inferior al que estaba. Si
no fuera así, sino todo lo contrario, significará que usted no va a bajar las
escaleras, sino a subirlas, cosa absolutamente diferente, como más adelante
tendremos la oportunidad de verificar. Dicho lo anterior quizás sea superfluo
indicar que si no se da ninguno de ambos casos, lo que sucede es que usted
permanece en el mencionado descansillo, o está en el salón de su casa sufriendo
alucinaciones. Aunque también es posible que ya se encontrara en la calle sin
haberse dado cuenta. En tal caso, si hace buen tiempo y la temperatura es
agradable, puede aprovechar el rato para darse un paseo por los alrededores,
ocupación muy agradable algunas tardes. Concretamente poco antes de puesta de
sol en mi caso si ya es primavera, aunque para eso, como para todo, hay gustos.
Pues bien, como íbamos diciendo, una
vez dado el primer paso y descendido de nivel, verá que la dificultad es mínima
cuando en el peldaño alcanzado apoya toda la planta del pie y no solo la
puntera o el talón del mismo, pues en tal caso podría perder el equilibrio y
proyectarse escaleras abajo con las consecuencias desagradables especificadas
con anterioridad, agravadas en función de la edad. Si, sin embargo, el descenso
mencionado ha sido un éxito, puede aprovechar el momento para disfrutar del
horizonte delante de sus ojos, que siendo prácticamente idéntico al anterior le
ofrece la oportunidad de gozar de una perspectiva mínimamente diferente de los
estucados de la pared un poco más abajo, suponiendo, claro está, que habite en
un piso lo suficientemente señorial para gozar de adornos tan elegantes. Algo
nada desdeñable recordando la monotonía habitual de nuestras vidas, pues a un
día sigue otro, etcétera etcétera como ya se han encargado de hacérnoslo saber
los filósofos escépticos, los poetas agoreros y los suicidas. E incluso el Eclesiastés,
si no recuerdo mal. El cantar
de los cantares es otra cosa, desde luego.
DOS: EL DESCENSO EN sí
mismo, SEGUNDO ESCALÓN INCLUIDO
Bajar las escaleras, como
cualquier otra actividad, por cierto, requiere una motivación que finalmente
nos llevará a dar el segundo paso, aunque quizás aquí sea conveniente matizar
que algunas personas para bajar cada escalón dan dos pasos, pues no dan
por finalizada dicha operación hasta que tienen la planta de los dos pies bien
asentadas (o lo que es lo mismo, los dos pies enteros) en el escalón
alcanzado. Digamos, por ejemplo, quienes tienen dificultades en las
articulaciones de las piernas o problemas circulatorios en las susodichas. Si
tal motivación falta o no es lo suficientemente fuerte, la persona con toda
probabilidad rectificará y volverá sobre sus pasos (o paso), situándose
de nuevo en el rellano, para volver de inmedito a su domicilio tras abrir la
puerta (dado que hasta le fecha no se tiene noticia, excepto en las novelas
fantásticas, de que los cuerpos sólidos las atraviesen sin seguir el procedimiento
mencionado). Reconocer la incapacidad para descender al segundo peldaño puede
ser considerado como un fracaso en toda regla y constituir una prueba
terminante de la pusilanimidad del descendente, caso que puede originar
diversos trastornos entre los que la visita al psiquiatra no estaría
descartada.
Pongámonos pues en el supuesto más
favorable para las intenciones de este texto, es decir, que el interesado
decida continuar descendiendo y ni remotamente se le ocurra rectificar y bajar
en ascensor. Hasta ahí podíamos llegar, dicho lo dicho. Pues bien, bajar al
escalón numero dos en el sentido de la marcha no es una cuestión tan banal como
pudiera parecer, sino la confirmación de que el propósito en llegar hasta abajo
es firme. Y aquí se debe incidir en el hecho de que en esta situación, como en
muchas otras de la vida, lo importante no es solo empezar sino perseverar.
Alcanzar el segundo supone la ratificación de que todo está en orden y que la
secuencia de nuestro movimiento nos llevará poco después hasta el portal. A
partir de ese momento, todo podría ser coser y cantar si nos mantenemos
vigilantes y no descuidamos la disciplina de marcha, por decirlo de alguna
manera. No hay que olvidar que tras los primeros éxitos, nuestra mente
experimenta con frecuencia un exceso de confianza y tiende a pensar que ya
está todo hecho. Y la realidad suele demostrarnos que de eso nada. Es
frecuente que con el ejercicio las piernas se vuelvan bailarinas, como
si más que pertenecernos a nosotros pudieran pertenecer, que digo yo, a los inmortales
de la danza, pongamos que Fred Astaire,
y ensayemos un salto de varios peldaños o nos pongamos a bailar claqué, con las
consecuencias previsibles y la intervención del 112. Y quien dice Fred Astaire,
dice Cyd Charisse, que no quiero aquí pecar de machista y tener dificultades de
ahora en adelante con las feministas. Ojo.
Suponiendo que tal cosa no pasa, y
que usted no considera la danza contemporánea ni el claqué como una
afición a la que no puede sustraerse, se haya en disposición de culminar
felizmente su singladura. Durante ella, es fundamental, dada su previsible
edad, que no suelte el pasamanos y piense que ya está todo hecho, especialmente
en los cambios de dirección de la escalera (y no le digo nada si se trata de
una de caracol), lugares muy adecuados para romperse la crisma al menor
despiste. Es conveniente por lo tanto estar siempre muy atentos al siguiente
peldaño y los sucesivos, olvidando aquellos felices años de la adolescencia en
que se podía descender 3 o 4 escalones de un salto. La inercia al movimiento-
primera ley de Newton- no varía con la edad, pero sí la capacidad para
dominarla (vulgo aterrizaje). Su actividad cerebral debe concentrarse
exclusivamente en el mero hecho de bajar las escaleras, sin permitirse
excursiones mentales a otros ámbitos, olvidándose absolutamente de sus
dificultades con la hipoteca o el dolor de espalda que le aqueja esa mañana
desde el mismo momento de salir de la cama. Manténgase en el aquí y ahora del budismo zen según la finalidad deseada parece
acercarse, y recuerde la lamentable situación de un ciclista que a punto de
ganar una carrera se cae aparatosamente a pocos metros de la meta. Piense
positivamente y recuerde en todo caso e
lo afortunado que será cuando tenga que realizar el camino inverso, es
decir, subir la escalera que tan pundonorosamente ha bajado, y para ello cuente
con a inestimable ayuda del ascensor. Olvídese en ese caso de las
recomendaciones de los médicos aconsejándole todo lo contrario. Ya hablaremos.
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