jueves, 7 de marzo de 2019

CHELIMACABRADAS DE MADRUGADA: UNO y DOS


UNO
A pesar de mis ochenta años se podría decir que yo soy un niño muy bueno y simpático. Por ejemplo, ya hago mis necesidades en un sitio que me han dicho, como si fuera mayor. Y eso es de valorar, vamos, digo yo. Además, por la noche duermo en mi camita siempre del mismo lado, y lo hago correctamente sin dar la tabarra ni hacerme pis encima. Incluso plancho mis orejitas una horita por aquí y otra por allá, lo que me permite lucir una envidiable simetría cuando me levanto, que no todos los niños grandes como yo pueden decir lo mismo. Sobre todo después de una vida que vaya usted a saber, pero en la que en general han hecho un uso indebido de sus partes. Ya sabe usted las cualas. Y perdón por el palabro, pero es que soy de pueblo.

DOS
Yo con esto del suicidio es que soy muy exigente. No me valen cifras aproximadas como esas de “se mata más gente quitándose de en medio de mala manera que en accidentes de coche”. No te jode: más o menos o tanto como asín. Tres mil y pico. Y yo por mi parte añado: los cojones. A ver: ¿qué se cree usted que son esos accidentes en plena recta de seis kilómetros cerca de La Roda, por decir solo un lugar? Pues una manera muy tocha de decir adiós muy buenas  en pleno corazón de La Mancha, porque la visibilidad era estupenda y no se han hallado en el cuerpo del conductor sustancias sospechosas. Ni siquiera vino peleón. Dijo au revoir al mundo con toda la familia dentro, niños impúberes incluidos, porque estaba chalado y harto y al llegar al mojón kilométrico 215 le dio el flus y dijo basta: pumba, a tomal pol culo! Y no digo nada de esos otros batacazos en curvas tendidas sin ningún peligro, donde tantos turismos se estrellan cuando regresan de vacaciones en la costa con la familia al completo (la abuelita también por no haberse quedado en la residencia). Hala, de nuevo pumba, pero afortunadamente  el lunes libre de ir al trabajo. Como mucho en la morgue o en La Sacramental de san Justo. Y listo. Y no añado nada de esos solitarios, en general abueletes, que aparecen sospechosamente encamaos o en el sofá, ya pura mojama, viendo la tele un mes después del óbito. Y eso porque la puerta acorazada le protegió más allá de los efluvios perniciosos. Mejor me callo.

….Siguen 3, 4 y 5.

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