UNO
A pesar de mis ochenta
años se podría decir que yo soy un niño muy bueno y simpático. Por ejemplo, ya
hago mis necesidades en un sitio que me han dicho, como si fuera mayor. Y eso
es de valorar, vamos, digo yo. Además, por la noche duermo en mi camita siempre
del mismo lado, y lo hago correctamente sin dar la tabarra ni hacerme pis
encima. Incluso plancho mis orejitas una horita por aquí y otra por allá, lo
que me permite lucir una envidiable simetría cuando me levanto, que no todos
los niños grandes como yo pueden decir lo mismo. Sobre todo después de una vida
que vaya usted a saber, pero en la que en general han hecho un uso indebido de
sus partes. Ya sabe usted las cualas. Y perdón por el palabro,
pero es que soy de pueblo.
DOS
Yo con esto del suicidio
es que soy muy exigente. No me valen cifras aproximadas como esas de “se mata
más gente quitándose de en medio de mala manera que en accidentes de coche”. No
te jode: más o menos o tanto como asín. Tres mil y pico. Y yo por mi
parte añado: los cojones. A ver: ¿qué se cree usted que son esos
accidentes en plena recta de seis kilómetros cerca de La Roda, por decir solo
un lugar? Pues una manera muy tocha de decir adiós muy buenas en pleno corazón de La Mancha,
porque la visibilidad era estupenda y no se han hallado en el cuerpo del
conductor sustancias sospechosas. Ni siquiera vino peleón. Dijo au revoir
al mundo con toda la familia dentro, niños impúberes incluidos, porque estaba
chalado y harto y al llegar al mojón kilométrico 215 le dio el flus y
dijo basta: pumba, a tomal pol culo! Y no digo nada de esos otros
batacazos en curvas tendidas sin ningún peligro, donde tantos turismos se
estrellan cuando regresan de vacaciones en la costa con la familia al completo
(la abuelita también por no haberse quedado en la residencia). Hala, de nuevo pumba,
pero afortunadamente el lunes libre de
ir al trabajo. Como mucho en la morgue o en La Sacramental de san Justo. Y
listo. Y no añado nada de esos solitarios, en general abueletes, que aparecen
sospechosamente encamaos o en el sofá, ya pura mojama, viendo la
tele un mes después del óbito. Y eso porque la puerta acorazada le protegió más
allá de los efluvios perniciosos. Mejor me callo.
….Siguen 3, 4 y 5.
No hay comentarios:
Publicar un comentario