El problema de la
identidad de lo que sea, se basa en su definición. Una cosa es lo que
es con independencia de que alguien manifieste en qué consiste.
Quizás la única definición
posible esté en lo que dicha cosa exprese por sí misma de alguna manera
que no nos sea ajena, en cuyo caso estaríamos en las mismas. O parecidas.
En una hoja yo puedo percibir principalmente
su color verde debido a la función clorofílica, y sin embargo ¿quien me
asegura que tal característica figuraría en la definición que ella daría
de si misma?
Esto nos remite al problema
de la incognoscibilidad. Ser como algo absolutamente diferente de
ser visto. Jódete Berkeley! (*). La definición como una trampa
que nos aleja aún más de lo definido.
Dicho lo cual, sin
embargo, existo por mucho que me empeñe en suponer que solo son imaginaciones
mías. La tabla periódica de los elementos sigue ahí, y en el labortaorio
buena parte de ellos son detectables en mi cuerpo. Gracias Mendeleiev. Y por
otro lado, si trato de pasar de una habitación a otra atravesando la pared no
lo conseguiré aunque me obstine. Los cardenales y las magulladuras darán buena
prueba de ello a posteriori del intento.
En el límite podría,
podría reconocer que nos conocemos o que apenas nos conocemos, pero no
creo que eso sea un inconveniente definitivo para saludarnos cuando nos
encontremos inopinadamente al doblar una esquina. Cortesía y ontología
no son incompatibles. Otra cosa sería que en lugar de un encuentro discreto,
nos golpeáramos con cierta violencia, en cuyo caso no dude usted que
como mínimo por mi parte me acordaría de sus muertos.
(*) Berkeley, además de
obispo, filósofo, pronunció una frase que ha quedado en la historia de la
filosofía “ Existir consiste en percibir y ser percibido” ( Esse est percipi
et percipere).
No hay comentarios:
Publicar un comentario