TRANSITOS de soi
Cada cual tiene su propia forma de despedirse. Decir adiós ha
sido con frecuencia una ocasión para verter unas lágrimas que con demasiada
frecuencia se niegan a salir, como si de alguna manera, esa simple expresión de
la tristeza o desconsuelo nos avergonzara. Con lo fácil que es en ocasiones la
risa. Sobre todo la risa tonta, esa que sin embargo nos da ante los demás un cachet
de persona bienhumorada y sin problemas
que echarse a las espaldas. Nadie se muere de risa. De hecho tal expresión
procede de la imposibilidad de hacerlo, aunque se tenga conocimiento de unos
cuantos que llevados por los humores jocosos han llegado a desencajarse la
mandíbula y han necesitado asistencia sanitaria de urgencia (todavía recuerdo
cierta noticia de prensa en la que se comentaba las dificultades de un marinero
en tal situación, haciendo que su barco tuviera que atracar de urgencia en Las
Palmas).
Pero claro, hay gente, lo creamos o no, nos guste o desagrade,
que se mete en laberintos de difícil salida, porque los laberintos, seamos
sinceros, con frecuencia no son diseñados por diseñadores ad hoc, sino por
circunstancias que uno no siempre maneja. Nadie se pasea al borde de los
acantilados por pura distracción ni para pasar el rato, y si lo hace entrará a
formar parte del club de los aventados, y habría que buscar sus antecedentes
para entender por qué en un momento dado le dio por hacer el idiota. Ni nadie
se mete en una bañera con agua tibia y en un momento dado decide averiguar de
que color es el líquido que corre por sus venas, ni se tira entre los
matorrales una noche lluviosa o llena de estrellas y decide que llegó el
momento, así como así, de darse el finiquito y se mete una sobredosis de lo que
le venga en gana. Esta gente que se va de improviso es por tanto digna de
respeto, y no de conmiseración, pena o rabia. Después de todo, quien sabe si
cada cual obedece a un programa en el que la secuencia de actividades está
prefijada y no ha hecho, una vez más, sino ser obediente. Y si no fuera así, quien
somos nosotros para poner en solfa el comportamiento de alguien que hasta ese
momento ha podido ser una persona cordial y bien educada, o por el contrario
alguien con malas pulgas y un carácter desabrido. O un loco de atar.
Estará usted sin
embargo de acuerdo conmigo que, puestos a repartir premios o aplausos o
simplemente a valorar el acto, este que nos ocupa tiene sus bemoles, y no todo
el mundo decide así como así hacer mutis por el foro cuando menos se espera. Un
respeto, cojones, por más que lo lamente o eche de menos al difunto, o
¿es que finalmente vamos a ser más papistas que el papa? No sé si me explico, que al final resultan más
honorables los que se mueren en la cama con dodotis y dando la tabarra, que
quien en un momento dado decide buscar el paraíso o Eldorado por la vía rápida.
O el puto infierno.Usted también va a estirar la pata, mi querido amigo
o amiga, y es inútil que busque denodadamente unos funerales como es debido
cara a la galería, pues de una manera o de otra acabará criando malvas, y adiós
muy buenas. Le vendo una pistola o una soga, una guadaña o la ventana de un
séptimo piso para el día que quiera decir basta, ese en que por fin decida dar
el salto. Pero, ojo: no es obligatorio.
Quizás según va cayendo, recuerde en un instante los días
felices en que todo era aún posible, y la vida se le representa en dos segundos
y da gracias al cielo por haber vivido, aunque el cielo no responda. Un
respeto, joder, por los suicidas. No es fácil aguantar tantas migrañas, dolores
de cabeza ante la imposibilidad de vivir como viven los cangrejos y andar hacia
atrás cuando todo era aún posible. No obstante le acompaño en el sentimiento si
el óbito que le atañe de cerca se ha producido por razones no exactamente
naturales, que le han dejado columbrando la necesidad de un sistema de alarma
más eficaz momentos antes de dar el salto. Fue una pena que el finado no se
enterara de las ventajas de una vida longeva, esa que nos permite mirar al
futuro impreso en nuestro genoma, con la mejor de las sonrisas, y nos deparará
finalmente un asilo con médico las 24 horas si la pensión es suficiente.
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