Leti siempre iba en braguitas
y sin sujetador. Quiere esto decir, puntualizando, que en casa siempre andaba
como Dios la trajo al mundo, y por la calle con los cuatro avíos que se ponía
encima para parecer respetable, porque si por ella fuera, iría de la misma manera. Total para qué más, solía
objetar cuando se le hablaba de incomodidades y problemas. Por abajo de
pérdidas, flujos u otros escapes raros, nada de nada. Y las de arriba
pequeñitas pero firmes, así que no había razón. En resumen, no daba ninguna
justificación estética a tal hecho. Y ni siquiera de comodidad o avío, sino que
solía aludir a una tendencia natural a quedarse en pelotas. Algo genético,
solía concluir ante la incredulidad de de sus amistades.
Nicereto tenía una pésima
opinión de sí mismo a pesar de ser una persona bien parecida y mejor situada,
que podía permitirse una vida más que muelle y dar a su mujer todos los antojos
que a ésta se le pasaran por la cabeza. Sí, cariño solía decir casi de
inmediato cuando ella iniciaba cualquier petición. Y que conste que Amalia no
era tonta ni pobretona, sino una ejecutiva de nivel medio que podría
perfectamente prescindir de su marido y vivir bien. El asunto es que Nicereto
estaba avergonzado de sus orígenes campesino/proletarios, a los que sin duda
alguna debía su nombre. Hijo, nieto y biznieto, como mínimo, de Niceretos, que
llevaron su nombre a mucha honra.
La cosa sucedió de esta
manera. Primero entró, se sentó y dijo chao. A continuación se levantó y se
dirigió a la masa expectante. Sus palabras pronto llegaron al alma colectiva de
la muchedumbre, que en buena medida y por razones obvias, era seguidora
incondicional de Carlos Gustavo Jung, como saben quienes lo hayan leído. It is
to say: el 0,2% de la población, como mucho. Luego, tras los consabidos
aplausos y olés, se volvió a sentar, se bebió un vasito de agua para refrescar
el gaznate, se levantó y exclamó a voz en cuello ¡por mis santos cojones! A lo
que esta vez la plebe contestó rugiendo torero, torero, torero. E hizo mutis.
¡Pero qué coño le pasa!
Dice cosas muy bellas, pero tiene todo el aspecto de no haberse duchado en una
semana. O bañado, que aunque antigua, podría ser una alternativa aceptable.
Encima, para más inri, al gesticular se hace acompañar por unos movimientos de
brazos en ocasiones solemnes en ocasiones espasmódicos, especialmente de sus
manos, que por cierto como las de todos, tienen dedos. Pero qué dedos, con las uñas
todas negras, como si acabara de escarbar vaya usted a saber donde, o sufriera
problemas circulatorios periféricos que le han causado una necrosis digital o
están a punto de ello. No voy a firmar, un tipo así no es de fiar, quien sabe
si acaba de estrangular a su suegra, y lo antedicho son solo conjeturas a
posteriori.
Y para cerrar el
espectáculo, una cebra del Kalahari. La única capturada tras separarse de su
manada y galopar no se cuantos cientos
de millas desde el Serenguetti, huyendo de los leones. La tal cebra, que lo
sepan ustedes, es muy discreta y no dice ni mu, pero tiene una vida interior
muy rica. Y lo demuestra como todos ustedes podrán ver al poco rato, después de
trotar indolente por el proscenio y regalarnos una bonita colección de boñigas
de primera calidad, algo que captarán enseguida los poseedores de una
pituitaria como Dios manda. Et voilà la cebra del Kalahari! He dicho.
Por difícil que les
resulte creerlo, el señor que se sienta en una silla en la otra esquina del
escenario también soy trasladado hasta allí por un proceso volitivo personal
que ustedes son incapaces de captar. De esta manera esta noche aquí, y ante sus
propias narices, y perdonar la grosería pero me parece la expresión adecuada.
Popular, sí, pero muy adecuada y nunca chabacana, ustedes van a poder apreciar
por primera vez el famoso y hasta ahora nunca experimentado proceso de
teletransportación. Los átomos que me componen y mis células, como es natural,
llevados por un impulso fulminante de los circuitos neuronales de mi lóbulo
prefrontal ¡hale hop! se trasladan hasta allí. Y como demostración, una prueba
evidente. A ver Enriquito, di algo a estos señores tan simpáticos. ¡Hola! Pues
ya lo han visto, asombroso ¡A que si! Y eso es todo, que no es poco, por
cierto.
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