jueves, 15 de noviembre de 2018

LETI

Leti siempre iba en braguitas y sin sujetador. Quiere esto decir, puntualizando, que en casa siempre andaba como Dios la trajo al mundo, y por la calle con los cuatro avíos que se ponía encima para parecer respetable, porque si por ella fuera, iría  de la misma manera. Total para qué más, solía objetar cuando se le hablaba de incomodidades y problemas. Por abajo de pérdidas, flujos u otros escapes raros, nada de nada. Y las de arriba pequeñitas pero firmes, así que no había razón. En resumen, no daba ninguna justificación estética a tal hecho. Y ni siquiera de comodidad o avío, sino que solía aludir a una tendencia natural a quedarse en pelotas. Algo genético, solía concluir ante la incredulidad de de sus amistades.

Nicereto tenía una pésima opinión de sí mismo a pesar de ser una persona bien parecida y mejor situada, que podía permitirse una vida más que muelle y dar a su mujer todos los antojos que a ésta se le pasaran por la cabeza. Sí, cariño solía decir casi de inmediato cuando ella iniciaba cualquier petición. Y que conste que Amalia no era tonta ni pobretona, sino una ejecutiva de nivel medio que podría perfectamente prescindir de su marido y vivir bien. El asunto es que Nicereto estaba avergonzado de sus orígenes campesino/proletarios, a los que sin duda alguna debía su nombre. Hijo, nieto y biznieto, como mínimo, de Niceretos, que llevaron su nombre a mucha honra.

La cosa sucedió de esta manera. Primero entró, se sentó y dijo chao. A continuación se levantó y se dirigió a la masa expectante. Sus palabras pronto llegaron al alma colectiva de la muchedumbre, que en buena medida y por razones obvias, era seguidora incondicional de Carlos Gustavo Jung, como saben quienes lo hayan leído. It is to say: el 0,2% de la población, como mucho. Luego, tras los consabidos aplausos y olés, se volvió a sentar, se bebió un vasito de agua para refrescar el gaznate, se levantó y exclamó a voz en cuello ¡por mis santos cojones! A lo que esta vez la plebe contestó rugiendo torero, torero, torero. E hizo mutis.

¡Pero qué coño le pasa! Dice cosas muy bellas, pero tiene todo el aspecto de no haberse duchado en una semana. O bañado, que aunque antigua, podría ser una alternativa aceptable. Encima, para más inri, al gesticular se hace acompañar por unos movimientos de brazos en ocasiones solemnes en ocasiones espasmódicos, especialmente de sus manos, que por cierto como las de todos, tienen dedos. Pero qué dedos, con las uñas todas negras, como si acabara de escarbar vaya usted a saber donde, o sufriera problemas circulatorios periféricos que le han causado una necrosis digital o están a punto de ello. No voy a firmar, un tipo así no es de fiar, quien sabe si acaba de estrangular a su suegra, y lo antedicho son solo conjeturas a posteriori.

Y para cerrar el espectáculo, una cebra del Kalahari. La única capturada tras separarse de su manada  y galopar no se cuantos cientos de millas desde el Serenguetti, huyendo de los leones. La tal cebra, que lo sepan ustedes, es muy discreta y no dice ni mu, pero tiene una vida interior muy rica. Y lo demuestra como todos ustedes podrán ver al poco rato, después de trotar indolente por el proscenio y regalarnos una bonita colección de boñigas de primera calidad, algo que captarán enseguida los poseedores de una pituitaria como Dios manda. Et voilà la cebra del Kalahari! He dicho.

Por difícil que les resulte creerlo, el señor que se sienta en una silla en la otra esquina del escenario también soy trasladado hasta allí por un proceso volitivo personal que ustedes son incapaces de captar. De esta manera esta noche aquí, y ante sus propias narices, y perdonar la grosería pero me parece la expresión adecuada. Popular, sí, pero muy adecuada y nunca chabacana, ustedes van a poder apreciar por primera vez el famoso y hasta ahora nunca experimentado proceso de teletransportación. Los átomos que me componen y mis células, como es natural, llevados por un impulso fulminante de los circuitos neuronales de mi lóbulo prefrontal ¡hale hop! se trasladan hasta allí. Y como demostración, una prueba evidente. A ver Enriquito, di algo a estos señores tan simpáticos. ¡Hola! Pues ya lo han visto, asombroso ¡A que si! Y eso es todo, que no es poco, por cierto.

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