Yo tengo un problema (yo,
siempre yo, qué hartazgo). Resulta que no puedo tomarme nada o casi nada en
serio. Y digo en serio en la acepción normal que se da a tal palabro
dentro del sistema de comunicación, en el que a cada palabra (ahora sí) se le
da un significado y no otro o varios o ninguno. Creo que me explico, aunque sea
mal. Me pasa sobre todo con las palabras y expresiones que dicen tener un sentido
único, por ejemplo español y católico. Pero también japonés y sintoísta, no
vayamos a ser tendenciosos y lleguemos a creer que uno es sólo un crítico
acérrimo de lo que nos es más próximo, por un rencor de difícil etiología. Mi
punto de vista, o mi enfoque de la vida, y en ella a muchas de las situaciones que
debo vivir, no es univoco, sino que se presta a diversas interpretaciones, lo
que a muchos les pone de mal talante. Pero qué que queréis que haga, soy así.
Yo (once more) con determinadas cosas (palabras, aforismos, aleluyas y
otrosíes) por mucho interés que ponga en su dicción quien las pronuncia (o en
su escritura si la cosa viene sobre papel o en una pantalla), de repente, casi
de inmediato, me da la risa. Y no se crea que tal hecho siempre se salda para
mis intereses de forma saludable, que alguna buena hostia ya me he llevado,
aunque ya advierto aquí, que yo de manco nada. Es cierto, sin embargo, que solo
me defiendo hasta cierto punto pues yo (encore) de pistolas y guía de
armas nada de nada, que uno empieza a hacer tiro al blanco con carabina y puede
llegar el momento en que ya no se sepa parar y pasa lo que pasa. Que las
fuerzas del orden acaban entrando en tu domicilio y te detienen por tenencia
ilícita de armas de fuego, un arsenal
que has organizado en la habitación del fondo que casi dotaría satisfactoriamente a una sección
de infantería. Ocho pistolas, dos revólveres, tres subfusiles Z-47 (los
populares naranjeros), una ametralladora Alfa, seis granadas de mano de asalto,
dos lanzacohetes, dos lanzagranadas (el famoso bazooka de las pelis americanas
de posguerra), diez cetmes del 7,62. Y munición de sobra para todos ellos. Y
eso solo para la defensa personal, que la calle está muy hija de puta con
tantos moracos, negros, maricones y rojos. Y tanta kale borroka. Dos
hostias y asunto terminado, eso que quede claro.
A mí, para ser sincero, me
gustan las palabras simples, aquellas que por mucho que te pongas o lo intentes,
es difícil que te acaben dando la risa. Por ejemplo silla o incluso
banqueta. Lugares que uno utiliza, pone el culo y ya está. O también mesa,
donde para comer uno puede poner los codos o no, según la educación recibida. O
para desayunar, aunque yo en esa tesitura soy más de barra de bar, de pie y
listo, con el café, los churros o el cruasán. Pero existen otras palabras que
ya resultan más complicadas de definir, pongamos dos hoy muy al uso (¿y cuando
no?). Dios y España, por ejemplo. Dios, al parecer, es un tipo muy poderoso,
resulta que un día dijo ¡zas! y ahí va todo el universo. Nada de big-bangs, ni
fluctuaciones cuánticas, ni relatividad ni física de partículas, qué cojones.
Mariconadas científicas. Un buen cura lo explicaría todo mucho mejor y de
manera más simple: una palmadita de ese señor y hala. Y España, y quien dice
España, dice Francia, Alemania, Bangladesh o USA. O Myanmar, oye. En resumen,
esos lugares llenos de gente en las cuatro esquinas del globo donde hablan
español, francés, alemán, inglés, hindi, parsi o swajili entre otros idiomas. Y
punto. Pues no, ahora resulta que son conceptos muy elaborados, casi
inmarcesibles situados en algún sitio extraño sobre nuestras cabezas y
–fundamental- en nuestros corazones, solo accesibles mediante determinada
emoción que solo los verdaderos patriotas pueden sentir. El antiguo espíritu
identitario de la tribu con otro nombre (por cierto, los neandertales ¿eran
todos alemanes?). Uno si es negro, maricón
y no digo nada, de Podemos ¿como que español? Un hijo de la
gran puta, eso es lo que eres. Vayamos puntualizando, que luego nos liamos.
Y eso es todo, por eso yo cuando oigo algo
tenido por sagrado o solemne me da la risa floja, aunque como soy un cobarde me
hago el loco, y si puedo me meto en un zulo, que los propietarios de los
conceptos antedichos cuando se encabronan se ponen muy agresivos, y es mejor
ponerse a buen resguardo porque, si pueden, no dejan títere con cabeza. Creo
que me he explicado, es mejor estar sobre aviso porque enseguida pueden venir a
salvarnos de nosotros mismos o a convertirnos. O a ambas cosas. O a pegarnos
dos tiros, que es su argumento infalible. A pesar de todo, sigo pensando que es
posible hablar de Dios y de España de forma más racional. A ver si nos ponemos
a ello.
¡Chau,
bacalau!
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