Yo, según sea la época del
año, tengo el pelo de colores, varios de ellos de los más importantes de los
del espectro electromagnético, eso del arco iris. Y el blanco, que es como no
tener ninguno o tener todos, que ahora no me acuerdo. Así como suena. Claro que
creo que no hay que ser demasiado avispado para suponer que me lo tiño, y que
por lo tanto, no soy un fenómeno de la naturaleza. Ni siquiera el blanco que
estilo es el natural, sino que debe ser algo así como el blanco españa,
uno de esos tintes repugnantes que me echo sobre la cocorota cuando llegan los
solsticios o los equinoccios de las estaciones, que a ellas corresponde el
color de mi pelo. Un homenaje personal a tal fenómeno, que solo tiene lugar en los
lugares de la Tierra donde éstas se suceden. En el ecuador es otra cosa, como
todo el mundo sabe o debería saber si aprobó el bachillerato: estaciones
lluviosa y seca. Y punto.
Pero, además, no solo eso,
sino que, como ya le sucedió a Rafa, mi padre, difunto hace ya mucho, resulta
que con la edad, de calvo nada de nada, sino todo lo contrario: cada vez más
pelo. Que a poco que me descuide, se me hace con el cuello, las orejas y toda
la cara, que ya me lo tengo que apartar a manotazos delante de los ojos, a
punto de invadirme la nariz. Una exageración en un tiempo en que se ha puesto
de moda las cabezas mondas y lirondas de los pelones, que a poco que ven que la
cosa escasea, se dejan la chola como una bola de billar, los aventados. Ellos
sabrán. Es cierto que en mi caso esta exuberancia, dado mi natural enjuto, hace
que visto de frente, de perfil o de espaldas, se tenga cada vez más la
impresión de hallarse frente a un pincel. Qué digo pincel, una brocha, y de las
gordas.
Y todo, como ya dije
aunque no lo hice con suficiente hincapié, para homenajear a cada una de las
estaciones del año (vuelvo a los colores), y por ende, como alguien ya más
informado sabe, a la inclinación de 23,5º del eje de rotación de la Tierra con
respecto al del plano de translación de su eclíptica alrededor del Sol, que es
lo que origina que tal hecho ocurra. Que si no es por eso, todos los putos días asados o tiritando. Es decir, hablando de
los susodichos colores, ahora mismo, primavera, verde como homenaje a la
vegetación, tan desatada realizando la función clorofílica que casi no da
abasto. Llegado el verano, azul. Ya se sabe, el cielo despejado de un azul
intenso y el mar casi negro de puro añilado: todas esas maravillas de las que
disfrutamos, o no tanto, en la playa o la montaña. O una pura horterada, pues
toma. Y llegado el otoño, la amarilla
maravilla, valga la cacofonía, del oro en las hojas de los árboles, y en
general en todo lo que se eleva de la tierra y tiene raíces, y que ha dado
lugar a una materia conocida como botánica. Y poco después, a la llegada del invierno, el
blanco intenso de la nieve. Aquí, por cierto, ya casi no cae, no es como antes,
pero soy incapaz de abdicar de las metáforas y es lo que corresponde. Bastaría
en este caso con no teñirme, pero lo hago para que el blanco sea más intenso, casi
hiriente a la vista, pero muy apropiado como homenaje a la tercera edad a la
que pertenezco desde hace tiempo: el anciano que soy. Que la gente diga lo que
quiera. Ahí llega el colorines, el semáforo, el van Gogh…. Sí, sí, lo
que queráis, pero con dos cojones.
Fdo: Avelino Barbarroja Revuelta.
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