domingo, 20 de mayo de 2018

IMPACIENCIAS


Afuera es de noche, aunque quizás sería más apropiado decir que a mi me lo parece, confundido por una oscuridad inherente a mis propios ojos. La ceguera de nacimiento es lo que tiene, aunque también podríamos encontrarnos en pleno mediodía, vaya usted a saber.

Por raro que parezca, a las tres quince de la madrugada siempre suena el teléfono en casa de Aureliano Buendía, otrora afamado coronel. Se trata de una broma de un individuo de la compañía telefónica a quien el antes mencionado desconsideró cuando cumplía su servicio militar. Aureliano, insomne desde entonces, se lo agradece desde lo más profundo de su sistema nervioso.

Una vaca es una vaca se ponga usted como se ponga. Podría ser otra cosa, de acuerdo, pero no sucede. Podría incluso no existir. Pero si usted abre bien los ojos, siempre está allí: cuatro patas, dos cuernos, unas ubres inmensas y hace cuando uno menos se los espera. Dígame usted.

Los acontecimientos en aquel extraño lugar acontecían empezando por el final, como en una película proyectada al revés. Primero the end y luego toda la cinta hasta Cifesa presenta. Indudablemente se trataría en ese caso de España o de Estados Unidos en los años cincuenta. O de una coproducción, eso nunca estuvo claro.

Los miembros de la orquesta salían y tomaban asiento. El público empezaba a impacientarse cuando diez minutos después, ni siquiera se había oído una nota. Al parecer, en determinadas ocasiones eran los propios instrumentos los que hacían huelga. Poco después, el director trataba inútilmente de hacérselo comprender a los asistentes en un lenguaje desconocido que, sin embargo, al rato resultaba perfectamente comprensible para todos. Y aquí paz y después gloria.

Adela llega a casa y lo primero que hacer después de cerrar la puerta es quitarse las bragas. Ella cuando se lo cuenta a sus amigas habla de la oxigenación de las partes interesadas, pero ellas que son muy incrédulas y saben que las lleva caladas(*), creen que lo que sucede es que su amante es muy impaciente, y ya la espera en su habitación sin calzoncillos.
(*) ojo.

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