Si os digo que
estoy aquí, no os doy mucha información, pues “aquí” no es un lugar que
conozcáis, sino un adverbio que necesita
en esta ocasión de otras precisiones. Pero, os voy a dar alguna pista, pues
entiendo que es lógico tratar de saber con quien se relaciona uno. En este
sentido, sí puedo ser algo más concreto, afirmando que soy un ser placentario, alguien
que vive en ese, al parecer, lugar remoto en el que en su momento todos habéis
vivido, aunque fuera de forma inconsciente. No es mi caso y poco a poco os iréis
enterando del por qué. Para ser más explícito, os diré algo que puede arrojar
alguna luz: soy un ser engendrado, pero no nacido. O al menos no nacido en el
sentido que solemos entender: es decir, yo no he atravesado el canal del parto
cuando ya estaba listo para ello, sino que, por un proceso aún no comprendido
por fisiólogos, médicos o biólogos, una vez cumplidas de forma rigurosa los distintos
pasos del proceso del embarazo de mi madre, y obedeciendo a factores de momento
ignorados, sucedió ”algo” de tal manera, que decidí permanecer en su útero, rodeado
de la placenta, que al tiempo que nos separaba, nos unía, proporcionándome todo
lo necesario para sobrevivir. Seré más preciso, ”yo” no decidí nada: sucedió. Y
sucedió por razones que de momento escapan a toda comprensión, pues ni los
estudios científicos mas avanzados han logrado resolver el misterio. Todo
estaba listo, y mi esquema corporal
respondía a las características pre-parto que se suponen en el bebé, pero
no fue así, y mi madre, ya ingresada para dar a luz, fue devuelta a casa entre
múltiples conjeturas de los ginecólogos, que ante la situación, no quisieron
emplear métodos más agresivos para el alumbramiento. A partir de ese momento,
mi caso se convirtió en objeto de un debate internacional, en el que
intervinieron los más afamados científicos, filósofos y psicólogos del momento.
Solo una cosa resultaba evidente, el nasciturus, es decir, yo, se
resistía a salir a pesar de que se cumplían todos las condiciones necesarias
para ello. Se habló en ese momento de procesos estrictamente fisiológicos, de
dificultades de la madre de orden tanto psíquico como moral, e incluso hubo
quien añadió que quizás se trataba de un caso pionero en la prolongación del
proceso de embarazo, dado que hasta entonces, los humanos éramos prematuros
venidos al mundo con una antelación que, con mi ejemplo, estaba a punto de
corregirse. Mi madre, durante todo ese tiempo, había respetado escrupulosamente
el proceso de preparación al parto: gimnasia, técnicas de respiración,
preparación emocional y de relación participativa con su pareja(es decir, mi
padre), etc… un proceso casi ejemplar que en el momento culminante, sin embargo
se vio frustrado por razones que nadie alcanzaba a comprender. Ni siquiera los scanners
de última hora pudieron precisar de qué se trataba: simplemente yo seguía allí
en la ubicación correcta, pero al parecer sin ninguna inclinación a seguir el
proceso natural. Tampoco se observó en ese momento decisivo nada que
justificara mi inmovilidad y nula decisión a cumplir con lo previsto, ni parecía
haber ningún impedimento o malformación
que supusieran una dificultad insalvable. El gran escándalo se organizó cuando
alguien sugirió, pasadas ya unas semanas de la fecha prevista, que aquello
parecía obedecer a una voluntad determinada, en la que alguien, la madre o el
niño por venir habían decidido cambiar el rumbo de los acontecimientos.
Mis padres se
sentían terriblemente frustrados, pues no solo habían cumplido al pie de la
letra todos los preparativos para un feliz desenlace del embarazo, sino que
habían añadido determinados aspectos de cosecha propia leídos en libros de
divulgación, como la audición próxima de conciertos de Mozart (no las
sinfonías), e incluido del Barroco, sobre todo Corelli, así como paseos al
borde del mar. Fue entonces, cuando un neurofisiólogo de fama internacional, descubrió
que si bien mi cerebro era el de un bebé de nueve meses y pico, su densidad era
casi el doble, es decir: en el momento del parto mis neuronas doblaban en
cantidad y conexiones a las habituales, y era un proceso aún no concluido, pues,
al parecer, y dado que mi tamaño ya no iba a variar, lo que iba a suceder es
que mi cerebro se iba a hacer paulatinamente más denso, doblando lógicamente el
número de axones y dendritas, y por lo tanto el de las sinopsis entre ellas. Se
presentaba de esta manera algo inaudito, la capacidad de ciertos seres vivos de
prolongarse en situaciones placentarias, es decir: vivir indefinidamente en el
vientre de la madre. Tal es, al parecer, mi caso. Debo añadir al llegar aquí,
que lo anteriormente dicho fue poco a poco aceptado por la comunidad científica,
que si bien al principio se mostró escandalizada e incrédula, terminó por
aceptar lo evidente. Otra cosa fue La Iglesia, que suponiendo el mío como un
caso evidente, estuvo a punto de enviar a un exorcista por posesión diabólica
de mi pobre madre. Y aquí estoy, como un clon de un clon, alguien semejante a
un sí mismo que no llegó a ser, y que sin embargo se replica en el vientre de
su madre sin nacer. El proceso de convivencia entre los dos ha sido largo y
complicado, sobre todo debido a la resistencia de mamá, que no quería aceptar
algo que no solo la frustraba sino que la humillaba al hacerla diferente, considerándose
de alguna manera una enferma. Pero el tiempo pasa o la entropía aumenta, como
se quiera, que yo aquí adentro no lo tengo fácil para evaluarlo, y poco a poco
fue aceptando lo irremediable, hasta tal punto de que hoy, sin ser simbióticos,
sí hemos llegado a lo que frívolamente podría llamarse una “entente cordiale”, en
la que cada cuál mantenemos esporádicamente desacuerdos que, sin embargo, no
duran mucho, pues ambos hemos comprendido que en nuestro entendimiento nos va
la vida. Actualmente se me considera como un ser “nacido” aunque no cumpla los
requisitos de pervivencia exógena habituales, pero mi desarrollo cerebral ha
alcanzado, ahora que han pasado doce años, el nivel de un cerebro equivalente a
tal edad, e incluso, al parecer, algo superior, por un proceso que ellos llaman
de “compensación”. Mi padre no entiende nada, pero percibo que se dirige a mamá
en un tono cálido y acogedor, como si barruntara que la situación debe ser muy
dura para ella. Se equivoca. A estas alturas mamá y yo mantenemos una relación
de lo más cordial y profunda. Con frecuencia pasa la mano por su vientre a modo
de caricia, y yo la respondo dando unas pataditas que ella recibe con
entusiasmo, pues me lo hace saber redoblando las caricias y hablándome con una
dulzura que hace que me mueva en su interior, deslizándome suavemente por las
paredes de la placenta que ella recibe como si me tuviera entre sus brazos.
Aquí se está
bien. La verdad es que no tengo la experiencia de otros lugares, y quizás por
eso no puedo comparar, y por lo tanto echar nada de menos o fantasear
situaciones mejores. Toda mi información es sensorial y emocional, y aunque con
frecuencia abro los ojos no puedo ver de la misma manera que, al parecer, se ve
en el exterior. Percibo lo que supongo colores, y por lo que me cuenta mamá, creo
que en una banda bastante más ancha de lo que creo que se llama espectro
electromagnético, y perdonadme la pedantería. Mi madre me habla, y aunque
apenas la oigo como un susurro su voz me transmite sus conocimientos, e incluso
trata de describirme lo que la rodea, lo que no es fácil, pues no tengo
referencias personales. Hay quien imagina que en mi claustro soy una especie de
niño probeta, apartado del mundo por algún tipo de alergia maligna, pero no es
así: me encuentro muy bien en esta especie de hogar submarino, donde todo me llega
tamizado, tornasolado, como a través de un filtro mágico. Es verdad que en
ocasiones me reprocho la carga física que supongo para mi madre, que aunque es
ágil, sólo puede permitirse pasear, pero no practicar ningún deporte que, por
lo que la he oído, sé que le gustaría, y que antes de tenerme solía hacer con
frecuencia. Los días transcurren lentamente. Yo, como se comprenderá, no puedo
distinguir el día de la noche, ni percibir los cambios de luz, al parecer
maravillosos, que suelen acompañar la transición entre ambos, pero disfruto de
otras percepciones que no puedo transmitir porque solo pertenecen a este mundo,
y para ellas no se han inventado palabras. Es cierto que mi conciencia a veces
lamenta no poder compartir ciertas sensaciones con los que me rodean, con
vosotros quiero decir, pero es natural tener ciertas limitaciones, y aunque
aquí me encuentre muy a gusto, también las tengo, pero lo acepto como un
aprendizaje que me facilita la existencia. Físicamente es fácil imaginarme, aunque
si lo hacéis equiparándome con un recién nacido, limitaríais gravemente el conocimiento
que podéis tener de mí, casi prefiero que me consideréis como una pura
conciencia descarnada, que si lo pensáis un poco, es lo que acabamos apreciando
de los seres a los que amamos. De todas maneras parece ser que tengo en la
cabeza un poquito más de pelo del habitual, los ojos grandes, y un color de
piel, que a pesar de estar encerrado, podría recordar el tono bronceado de unos
días de playa. Con eso creo que basta para hacerse una idea. Si debo confesar
algo que realmente me duele, y me duele de forma lacerante, aunque mi madre, que
lo percibe enseguida me tranquiliza. Se trata del hecho de no poder verla, mirarla
desde afuera, reconocerla. Esa felicidad de reconocer y ser reconocido que, al
parecer, se origina esencialmente a través de la mirada. Pero pronto se me
pasa, porque tengo con ella otra comunicación que, quién sabe, es quizás
incluso más íntima. Un día, sin embargo, como un destello, creí verla en el
momento que se miraba el espejo, como si a través de un proceso desconocido, pero
maravilloso, su imagen reflejada hubiera recorrido la distancia que separa sus
ojos de los míos. Fue un instante que no se ha repetido, pero que me hace
concebir esperanzas de que vuelva a suceder pronto. Mi vida consiste, por tanto
en la suya, y esto que alguien podría considerar angustioso, no es así, como creo
que ya he dejado claro. Por su parte, ella hace una vida totalmente normal, con
las pequeñas limitaciones ya descritas, y yo no interfiero en nada en su
libertad y tipo de vida. Ni siquiera supongo una carga en el estricto sentido
físico que podría imaginarse, pues la naturaleza ha obrado de tal manera que
mis necesidades corporales coinciden con las suyas.
Consideradme
pues, en este momento como el adolescente que soy, pero sin crisis de
crecimiento ni las dificultades del cambio que supone el hecho de hacerse
mayor. Sé que todo esto puede parecer inquietante, sobre todo porque tememos lo
desconocido: un viejo reflejo de todos los seres vivos, al perecer un mecanismo
de defensa profundamente arraigado. Pero eso no deja de ser una fantasía
negativa, pues como ya os he dicho y repetido, aquí me encuentro
estupendamente. Sé que ha habido incluso congresos a mi costa, intensos debates
en los que yo figuraba como único protagonista, aunque algunos consideraban que
también debían incluirse como tales a mis padres. Elucubraciones teóricas de
los seres humanos en su continuo afán de comprenderlo todo. Especialmente
los humanistas, filósofos y especialmente
psicólogos, que se enzarzaban en discusiones supuestamente académicas sobre el
significado de mi singularidad, concluyendo todo tipo de teorías. Los filósofos
mantenían ,como es su cometido, opiniones más generales, en las que mezclaban
vagas concepciones sobre el significado de mi existencia, echando mano
normalmente de los clásicos del siglo XX, en general refritos de
existencialistas y filósofos del lenguaje, quienes les dejaban especialmente
perplejos, pues con mi no-nacimiento, hacía que sus teorías parecieran
disparatadas. Pero los que realmente se empleaban a fondo, como dije antes, eran
los psicólogos, que en su pretensión de explicar lo, según ellos, inexplicable,
elaboraban constructor teóricos, desde mi punto de vista (con perdón) hilarantes.
Uno de ellos llegó a afirmar sentenciosamente que “le ha sido negado el sol y
vive subsidiariamente”, lo que por otro lado, es rigurosamente cierto, pero que
realmente no añade nada realmente significativo a mi estudio. Otros, los más, en
la línea del niño burbuja ya mencionado, añadían concepciones teóricas de
difícil verificación, que venían a convergir en unas conclusiones que podrían
resumirse en el siguiente aserto: “es un Narciso absorto en sí mismo, que, sin
embargo, busca una salida que se le niega”. Me hacen gracia estos señores, ellos
sí que están absortos en sus elaboradísimas teorías a cual más compleja e
inverificable, pero que les debe resultar de lo más gratificante. Es cierto
que, en contadas ocasiones, siento una punzada de dolor por lo que no conoceré
por mucho que se empeñe mi madre en hacérmelo próximo. Añoro el mar cuando las
olas rompen suavemente sobre la arena, los humedales y sus brotes de hierba
fresca, la vega del río y los cañaverales. Añoro, en fin, el agua de la Tierra,
que nos constituye y me recuerda, cuando la evocan al mundo en el que vivo. Esta
reclusión, empiezo a suponer que voluntaria, me resulta grata, rodeado como estoy, de un tejido suavísimo, flotando
en un líquido que me imagino azul, y por el que discurro como un pez muy
antiguo, que no tuvo que conquistar la orilla de la tierra para sobrevivir. Ni
sufrir el calor insoportable del desierto ni embarcarse en insoportables
caravanas rumbo a ninguna parte.
Y aunque no os
conozca ni pueda veros, quiero que sepáis que desde este mundo maravilloso que
habito, me acuerdo mucho de vosotros y os deseo una vida larga y feliz, sin las
dificultades de ese mundo que, según me cuenta mi madre, en ocasiones es
demasiado cruel. No os conozco, pero os quiero mucho, mis queridos amigos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario