Supongamos que dos tipos de aspecto corriente,
incluso ordinario, están sentados una apacible mañana de Enero en la terraza de un bar de las afuera de la
capital, comentando, entre otras cosas, lo inusual de una temperatura tan
agradable en pleno invierno. Pudo suceder y ser yo su testigo, aunque en estos
momentos no pueda afirmarlo con rotundidad, pues pudo tratarse de un sueño.
Supongamos, dando por buena la situación anterior
en cualquiera de los dos casos, que uno de ellos lleva la voz cantante mientras
el otro le escucha con cierta veneración, aunque también pudiera tratarse de
temor. A partir de cierto momento, el que habla dice que el mundo es una mierda
y nada tiene sentido, aunque a continuación no añade nada que justifique su
afirmación. Al parecer, es así porque lo dice él, y su compañero es incapaz de
opinar otra cosa. Supongamos que yo, tras un rato de escuchar la diatriba
enfurecida de tal individuo, empiezo a sentir cierto desasosiego, recordando
todos los vínculos que tengo en mi vida, especialmente mi mujer y mis hijos. Y
mis amigos más íntimos, desde luego. Pero el que habla, a partir de cierto
momento comienza a vociferar y a golpear con el puño sobre la mesa, haciendo la
escena muy desagradable.
Supongamos que cuando los cafés o los vinos, ya ni
lo recuerdo, caen al suelo con estrépito, no puedo aguantar más por la angustia
que me atenaza, me levanto y sin mediar una palabra me encaro con el tipo y con
una navaja que siempre llevo en el bolsillo para situaciones parecidas, le secciono
la yugular. La sangre que brota de su cuello como un geiser, golpea con violencia
la cara de su acompañante, lo que añade a su cara de horror y asombro, un gesto
de agradecimiento, como si mi acción le hubiera librado de una situación
insoportable.
Supongamos que poco después se presenta en el
lugar la policía, y soy detenido por asesinato en primer grado. O no. Supongamos
que nadie acude, y que solo un camarero que ha sido testigo de lo acontecido,
se dirige a mí, casi eufórico y me felicita efusivamente diciendo “muy bien
hecho caballero, esto es lo que se merecen estos hijos de puta que vienen a amargarnos
la vida y a joder la marrana”. Luego, entre los tres agarramos el cadáver y lo
tiramos entre los setos de un descampado a cierta distancia. Las calles están
desiertas y no ha habido por lo tanto testigos del crimen. Esperamos que tarden
varios días en encontrarlo y no sea fácil relacionarlo con nosotros. Y más
concretamente, conmigo. Es necesario terminar con estos individuos incapaces de
de ver el lado bueno de la vida. Quien me lea, estará de acuerdo en que el
escenario parece más bien propio de un sueño, El problema, sin embargo, es que,
también en ellos, los perros tienen un olfato sobresaliente, y al alejarme ese
es el único pensamiento que me inquieta.
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