Queridos amigos,
compañeros, camaradas y grumetes en general, al llegar aquí debemos ir
terminando el asunto de CatalunYa (con Y, faltaría más) que nos
hatenido ocupados en los últimos tiempos porque la
masa gris de nuestro encéfalo tiene sus limitaciones y no vaya a ser que suframos
un problema circulatorio o un percance en nuestro sistema nervioso
neurovegetativo, a poco que insistamos. En cualquier caso, que sí, que ya lo
sabemos, que el oprobio de 1714, que el catalán es una lengua y no un
dialecto, que vuestro nivel económico y cultural siempre fue
superior al mesetario, y todo lo que queráis, pero por favor, ya basta.
Si acaso añadir la sardana, pero de eso ya se habló con anterioridad.
Las Olimpiadas del 92 tampoco estuvieron mal, y no os salieron tan caras, por
cierto.
Entonces ¿de qué se trata? Porque esa es la cuestión, y
todo lo demás el atrezzo, las bambalinas, el camuflaje con el que se reviste en
muchas ocasiones lo político. Y me voy
a arriesgar aunque en la calle flameen las esteladas: una guerra
de poder. De eso es de lo que se trata también en Cataluña. Y no
debéis avergonzaros, después de todo a lo largo de la historia los métodos han
sido incluso más injustos, digamos invasiones o simples casorios. No es lo
mismo ser Presidente de una república, Ministro o Secretario de Estado con
todas sus cohortes de asesores, que un puñetero diputado del parlamento (aunque
no esté nada mal con los viajes, las comidas y las pernoctaciones a gastos
pagos, como decían en cierto lugar algunos catetos). Con este planteamiento
todo se hace más diáfano y cobra todo su sentido el ahínco que ponen los
secesionistas en que la fiesta continúe.
Libertad, igualdad, fraternidad ¡qué bonita utopía las consignas de la
revolución de 1789! Tanto, que todas las democracias las ponen en el
frontispicio, virtual o no, de sus parlamentos. Y como no podía ser de otra
manera también la pretendida república catalana, fundada precisamente sobre la
traición a la última de ellas. Qué fraternidad puede esperarse de un pueblo que
se ha ciscado en la que supuestamente debía mantener con los otros
españoles, que eran sus iguales. Pero, claro, a un independentista catalán que
va a importarle alguien de Murcia, Calatayud, Renedo de Piélagos o Tarifa. Allá
se las apañen, que estudien, espabilen o emigren de nuevo a Alemania. O a ver
si con un poco de suerte, encuentran petróleo en su subsuelo, que lo de
Ayoluengo en la época de Franco fue mala pata. Visca
Catalunya lliure! qué cojones, y a los demás que os vayan dando. Algo,
después de todo absolutamente acorde con la doctrina cristiana del PdeCat
(antes CD, antes Ciu, etc). Y no digamos nada con la de los comunistas de ERC y
la CUP ¡Trabajadores del mundo, uníos!....pero cada cual en su chiringuito.
¡A ver si ahora va a resultar que don Carlos Marx hablaba en serio!
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