Aunque no lo parezca, la lechuga sufre. Y lo hace
no porque lleve hasta el paroxismo la función clorofílica, que le proporciona
su inusitado verdor, sino por su inmovilidad. Si tuviera piernas, patas o
seudópodos, podría al menos moverse y no dejarse capturar tan fácilmente.
Acabar transformada en un bonito plato de ensalada en compañía de un tomate y
una cebolla, por mucho que estimule a los estetas, siempre fue una de sus
peores pesadillas. O sin ambages: la peor. Afortunadamente, del mal el menos,
pues sabe que es posible que poco después los tres sean aliñados con aceite de
oliva virgen extra, y eso de algún modo la alivia. Aunque casi de inmediato la
sal la escueza y le ponga la tensión por las nubes, con lo cual se culmina su
tragedia.
Puede que no lo parezca, pero el baobab siempre
compitió con la secuoya. Desde luego no es algo que se haga evidente de un
simple vistazo, tan alejados el uno de la otra como un matrimonio recién
divorciado, pongo por caso. Además, los ámbitos en los que ambos se desarrollan
también se hayan muy separados, el baobab, como quien dice, en Tanganika, y la
secuoya no demasiado lejos de California, el corazón tecnológico de América.
Por otro lado, debe añadirse que el baobab donde verdaderamente habita, es en
las páginas de un librito muy cursi llamado “El principito”, en compañía
únicamente de sí mismo, de un elefante y de una serpiente, que se han hecho
universalmente conocidos a pesar de habitar un planeta minúsculo no demasiado
lejos del cinturón de asteroides. La ausencia de atmósfera en tal lugar le está
fosilizando, pero quizás tal hecho no sea demasiado importante, teniendo en
cuenta que cada año se reeditan no menos de 500.000 volúmenes del mencionado
librito, lo cual le proporciona un inusitado vigor a pesar de la ausencia de
oxígeno.
El brócoli, según todos los nutricionistas de
cierto nivel y la mayoría de las amas de casa de Somosaguas, es uno de los
vegetales más cardiosaludables y originales, y que se me perdone la cacofonía
que pudiera devaluar los argumentos que siguen. El hecho es que ambos opinantes
coinciden en la singularidad de sus características, que además de hacerlo apto
para diferentes tipos de presentación en la mesa de los vegetarianos más
acérrimos, le meten de hoz y coz en los tratados de Física dentro de los
apartados sobre la fractalidad y el caos. El asunto, al parecer, es que, se
mire por donde se mire, el brócoli es indefinidamente igual a sí mismo,ya sea
considerado como un todo o visto con microscopio en sus partes más infinitesimales.
E incluso llegarse a confundir con la costa de Normandía vista con lupa, pongo
por caso. Quién le diría a Mandelbroot, padre de la teoría, que sería
homenajeado con tanta frecuencia en las mejores mesas de los hogares más
distinguidos de la capital de España, pues a la urbanización mencionada más
arriba, habría como mínimo que añadir las de la Moraleja y del Parque del conde
de Orgaz.
La lombarda gana mucho, dónde va a parar, si una
vez hervida se le añade un buen chorreón de aceite de oliva de primera calidad,
unos trocitos de manzana, nueces y ciruelas pasas. O algo parecido, que uno no
es cocinero y tampoco hay que ponerse demasiado escrupuloso cuando se trata de
vegetales, impedidos, como de todos es sabido de trasladarse de A a B de
ninguna forma y menos de subir unas escaleras, que esa es otra. La lombarda, en
cualquier caso, a partir del otoño, se
ha ganado un puesto en los primeros platos de ciertos restaurantes de barrio,
que sin haber sido acreedores a ninguna estrella Michelín, no han dudado en
elegir a un vegetal de un color cuando menos inquietante y apto para el
escenario de un crimen.
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