miércoles, 17 de enero de 2018

CLOROFILAS



Aunque no lo parezca, la lechuga sufre. Y lo hace no porque lleve hasta el paroxismo la función clorofílica, que le proporciona su inusitado verdor, sino por su inmovilidad. Si tuviera piernas, patas o seudópodos, podría al menos moverse y no dejarse capturar tan fácilmente. Acabar transformada en un bonito plato de ensalada en compañía de un tomate y una cebolla, por mucho que estimule a los estetas, siempre fue una de sus peores pesadillas. O sin ambages: la peor. Afortunadamente, del mal el menos, pues sabe que es posible que poco después los tres sean aliñados con aceite de oliva virgen extra, y eso de algún modo la alivia. Aunque casi de inmediato la sal la escueza y le ponga la tensión por las nubes, con lo cual se culmina su tragedia.


Puede que no lo parezca, pero el baobab siempre compitió con la secuoya. Desde luego no es algo que se haga evidente de un simple vistazo, tan alejados el uno de la otra como un matrimonio recién divorciado, pongo por caso. Además, los ámbitos en los que ambos se desarrollan también se hayan muy separados, el baobab, como quien dice, en Tanganika, y la secuoya no demasiado lejos de California, el corazón tecnológico de América. Por otro lado, debe añadirse que el baobab donde verdaderamente habita, es en las páginas de un librito muy cursi llamado “El principito”, en compañía únicamente de sí mismo, de un elefante y de una serpiente, que se han hecho universalmente conocidos a pesar de habitar un planeta minúsculo no demasiado lejos del cinturón de asteroides. La ausencia de atmósfera en tal lugar le está fosilizando, pero quizás tal hecho no sea demasiado importante, teniendo en cuenta que cada año se reeditan no menos de 500.000 volúmenes del mencionado librito, lo cual le proporciona un inusitado vigor a pesar de la ausencia de oxígeno.


El brócoli, según todos los nutricionistas de cierto nivel y la mayoría de las amas de casa de Somosaguas, es uno de los vegetales más cardiosaludables y originales, y que se me perdone la cacofonía que pudiera devaluar los argumentos que siguen. El hecho es que ambos opinantes coinciden en la singularidad de sus características, que además de hacerlo apto para diferentes tipos de presentación en la mesa de los vegetarianos más acérrimos, le meten de hoz y coz en los tratados de Física dentro de los apartados sobre la fractalidad y el caos. El asunto, al parecer, es que, se mire por donde se mire, el brócoli es indefinidamente igual a sí mismo,ya sea considerado como un todo o visto con microscopio en sus partes más infinitesimales. E incluso llegarse a confundir con la costa de Normandía vista con lupa, pongo por caso. Quién le diría a Mandelbroot, padre de la teoría, que sería homenajeado con tanta frecuencia en las mejores mesas de los hogares más distinguidos de la capital de España, pues a la urbanización mencionada más arriba, habría como mínimo que añadir las de la Moraleja y del Parque del conde de Orgaz.


La lombarda gana mucho, dónde va a parar, si una vez hervida se le añade un buen chorreón de aceite de oliva de primera calidad, unos trocitos de manzana, nueces y ciruelas pasas. O algo parecido, que uno no es cocinero y tampoco hay que ponerse demasiado escrupuloso cuando se trata de vegetales, impedidos, como de todos es sabido de trasladarse de A a B de ninguna forma y menos de subir unas escaleras, que esa es otra. La lombarda, en cualquier caso,  a partir del otoño, se ha ganado un puesto en los primeros platos de ciertos restaurantes de barrio, que sin haber sido acreedores a ninguna estrella Michelín, no han dudado en elegir a un vegetal de un color cuando menos inquietante y apto para el escenario de un crimen.



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