lunes, 28 de abril de 2014

BERNABÉ


Nadie podría decir con certeza quien era Bernabé. Había aparecido por allí apenas hacía un año, y aún no habían podido saber de donde venía. Cada vez que le preguntaban, respondía con evasivas o con datos demasiado imprecisos para ser tenidos como ciertos. Al parecer procedía del Norte y (eso sí se sabía) allí toda la gente es muy reservada, por lo que al poco tiempo dejaron de preguntarle, suponiendo que tal cosa podía llegar a molestarle.

Era un hombre joven y pronto encontró trabajo como repartidor. Se brindaba a llevar cualquier cosa que se le encargase de un lugar para otro, la mayoría de las veces correspondencia y paquetería en general, y otras mensajes en sobre lacrado o incluso secretos que lógicamente para él dejaban de serlo en el mismo momento de serle confiados. De esta manera pronto fue una persona bastante temida en la localidad, pues como es natural estaba al corriente de los secretos más íntimos de muchos de sus habitantes. Vivía en una habitación alquilada de las afueras y no tenía amistades conocidas, por lo que siempre se le veía solo por cualquier parte de la ciudad, yendo de un lado para otro como si en el fondo ni él mismo supiera donde estaba o tratara de encontrar algo infructuosamente. Alguien llegó a sugerir que quizás se trataba simplemente de una persona perdida que ignorase donde se encontraba por más que realizase su trabajo con una meticulosidad impropia de una persona en tales circunstancias. Era posible que aunque fuera incapaz de preguntarlo, estuviese buscando simplemente una salida. En cualquier caso, estaba claro que era un misterio que pronto dejó de preocupar a la gente, ocupada en sus quehaceres cotidianos, y que de hecho a poco que se piense, vive y cree en cosas mucho más extrañas y sorprendentes sin que tal cosa parezca inquietarles en absoluto. Bernabé frecuentaba los bares y establecimientos donde se servían bebidas, en los que normalmente permanecía solo sentado en una mesa en el rincón más apartado desde el que podía contemplarse el resto del local, por lo que daba la impresión de querer mantenerse al margen de la actividad del resto de parroquianos y se limitara a contemplarlos, aunque su mirada, si uno le observaba con cierto detenimiento no denotaba el mínimo interés, como si de hecho estuviera absorto en el horizonte o la superficie de un lago en calma. Bebía solo agua, y cuando poco tiempo después desapareció del lugar de la misma manera que había llegado, sin que nadie supiera como, alguien llegó a afirmar haberle visto trasegar hasta dos litros de una sentada, lo que a una persona normal le hubiera hecho visitar los Servicios de inmediato, lo que no era su caso, pues abandonaba el local tranquilamente con el aspecto de tener todavía la vejiga dispuesta para seguir bebiendo.

Está claro que Bernabé era un ser extraño, que sin embargo dejó una huella profunda en aquella ciudad, hasta el punto que mucho tiempo después se convirtió en alguien muy considerado, de quien se hablaba con respeto y hasta veneración. De hecho, tan cierto es lo anterior que un alcalde y el pleno del consistorio municipal estuvieron de acuerdo en erigirle una estatua como homenaje, en una placita en las inmediaciones de la habitación donde había vivido como realquilado el poco tiempo que vivió allí. En ella se veía a Bernabé (*) con paso decidido, se supone que cumpliendo su cometido como mensajero. En su mano más adelantada por el braceo (era una estatua muy dinámica), llevaba un sobre sin dirección, en el que sin embargo muchos ciudadanos arrodillándose trataban de ver inútilmente si había algo escrito. No pocos, sin embargo, llegaban a afirmar que adoptando cierta postura no tan fácil de lograr y un tanto chusca, podría leerse no sin esfuerzo “K”, el misterioso destinatario de la misma.

 

(*) Bernabé es uno de los personajes de la novela de Franz Kafka “El Castillo”. Es el mensajero que trata de comunicar al protagonista de la misma, el Agrimensor, con el señor del castillo, con resultados poco convincentes.

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