De la misma
manera que la célula parece ser la base de todos los organismos vivos, los
partidos políticos se han convertido en el fundamento organizativo elemental de
la democracia, sin los cuales esta sería difícilmente comprensible, y al igual
que un átomo no es tal sin la presencia de protones, neutrones y electrones, un
sistema como el que aquí tratamos, sería sospechoso de ser otra cosa si
aquellos no existieran o se configuraran en un partido único, del que los
españoles, por ejemplo, tenemos cierta idea a través del que en su día se llamó
Movimiento Nacional. Pero, en fin, cosas más divertidas y menos rigurosas se
han visto en su día con los átomos de Demócrito. O las mónadas de Leibniz, por
poner un ejemplo más reciente. Los partidos políticos en las llamadas democracias
son pues un elemento primordial, a través de los que la voluntad popular se
articula para ser representada en un organismo fundamental llamado Congreso,
Cortes, Parlamento o lo que usted quiera, sin entrar en más detalles. Se trata,
pues, de una democracia en la cual unos individuos representan al colectivo
nacional, y de forma indirecta llevan su opinión e
intereses a las instituciones que dictan las leyes y las hacen cumplir por
medio de un Gobierno perteneciente al partido más votado o a una coalición, si
tal fuera el caso.. Este sería un resumen sucinto, valga la redundancia, del
sistema de organización política de estos países que eligen a sus gobernantes
agrupados en partidos, mediante el voto periódico cada equis años. Dicho esto
así puede sonar bien, en la medida que estas organizaciones políticas representen verazmente la voluntad popular,
más allá de los defectos de forma o errores inherentes a cualquier tipo de
asociación. El ideal sería una representación individualizada, en la que el
voto personal no tuviera que verse constreñido por organizaciones intermedias,
algo sobre lo que no me voy a detener aquí, pero que al parecer, presentaría
dificultades de todo tipo (sobre todo, porque supondría un maremagnum
considerable), algo que acepto en principio dado que sobre el tema se han
escrito libros de buen tamaño que no me molestaré en discutir. El problema surge
cuando estos profesionales, que dicen representar a la voluntad popular, se
constituyen como empresas, con sus cuadros directivos, técnicos, empleados y
hasta obreros, que principalmente velan de sus propios intereses. Volviendo a
la Banca, de la misma manera que hemos visto que no se trata de ninguna institución
benéfica, con el sistema de partidos podremos llegar a la conclusión parecida,
en el sentido de que tampoco se trata de otra cuya misión fundamental sea
traducir la voluntad popular al ámbito del quehacer nacional, sino que bajo esa
máscara, oculta su propia necesidad de subsistencia (es decir: la de sus
miembros). En algún sitio leí que ya el mismo Aristóteles advertía que la
democracia peligraba cuando los políticos ganaban un dinero por ejercer su
función, pero claro, yo, al no ser el Estagirita, no me atrevo a tanto, no
porque sea más listo sino porque tengo más datos, y llego a la conclusión, de
que tampoco se trata de que nuestros representantes (por decir algo) se ganen
la vida vendiendo kleenex en los semáforos. Un partido político es pues
básicamente, (paralelamente a los bancos), una empresa en la cual unos
individuos tratan de ganarse la vida de la mejor manera posible, teniendo en
cuenta que cada vez que les votamos les confirmamos en sus puestos de trabajo,
aunque ni siquiera les conozcamos. Por otro lado, estas empresas, intentan por
todos los medios, como es lógico, sobrevivir, y quienes las integran tratan de
formar un grupo fuerte y cohesionado, de tal manera que el apoyo mutuo sea
básico para su permanencia, lo que justifica en buena medida su dificultad para
organizarse de otra manera (léase listas abiertas, etc). Después de todo algo
comprensible, ya que sus integrantes son seres humanos como usted y como yo, que
comen y tratan de llevar una vida digna, la mayoría con una familia que vería
con malos ojos que no colaborasen a llevar el condumio a casa. Que lo lleven en
coche oficial es otro tema que aquí soslayaremos, pero que a quien lea esto le
puede dar una pista. Y otra más: listas cerradas. De esta manera podremos
intuir con bastante acierto por donde van los tiros. Ya sé que todo esto no
deja de ser una simplificación, y que en la realidad las cosas suelen ser más
complejas, pero las ideas generales tienen su importancia para orientarnos en
unos días en los que no es infrecuente que bastantes políticos gocen de una
salud financiera bastante saneada (*), aunque ya se sabe que hay quienes dicen
estar sacrificándose por el bien común, algo que después de todo no debería
inquietarles, pues ya se sabe lo bien que funciona hoy en día la llamada teoría
de la “puerta giratoria”. Por lo tanto, siga usted votando como recomiendan las
reglas del sistema en el que estamos inmersos, pues después de todo, quizás con
el tiempo y una buena dosis de voluntad, algo podrá cambiar. Mientras tanto, de
la misma manera que al entrar en la sucursal de un banco recuerda estar
entrando en un comercio, no olvide al votar que no se trata de sus vecinos para
constituir una Junta de Comunidad que al año que vienen abandonaran sus cargos,
sino por unos individuos que forman parte de un empresa de la que usted está
totalmente excluido.
Bancos y
partidos políticos son pues dos piezas fundamentales de la democracia, pero
algo debe cambiar en ellos, para que los ciudadanos que los mantenemos seamos
algo más que unos Tancredos mirando con perplejidad como les toman el pelo.
(*) Y si esto no
es así, otra pregunta: ¿por qué los que mandan casi siempre están bien situados
antes de acceder al cargo?
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