Creo que fue San
Agustín quien dijo que cuando nadie le preguntaba, tenía bien claro que era el
tiempo, pero que cuando alguien lo hacía, no sabía qué responderle. A mí, y
tengo la impresión que a mucha gente, nos sucede lo mismo, independientemente
de que hayamos tratado de documentarnos con algunos libros de física o psicología,
que por lo general, incluso siendo meramente divulgativos, se meten en
vericuetos que una mente no profesional
es incapaz de seguir. Pero aquí no quiero hablar de ese tema, al que seguirán
dando vueltas los especialistas, mientras los demás (¡y ellos mismos!)
seguiremos teniendo la impresión de que a un día le sigue otro y poco más.
Pretendo hablar también a un nivel muy básico de dos organizaciones,
instituciones o como quiera llamárselas, que se han hecho imprescindibles en la
vida de los pueblos avanzados, dicho esto con cierta ironía, como es natural.
Se trata de la Banca, o los bancos si se quiere, y los partidos políticos: ambos
parecen ser hoy día imprescindibles, Creo que la inmensa mayoría de la gente
será de esta opinión, y que no serán demasiados los que pretendan que sigamos
guardando el dinero debajo del colchón, ni que llegue al poder un general que
nos ponga a todos firmes y a desfilar, y derogue los partidos. Estos, como se
sabe, son la base del sistema democrático, y actúan como la correa de
transmisión de la opinión popular (la voz del pueblo, dicho sin segundas
intenciones). Al parecer tuvo su origen en la Grecia clásica, y sobre ella nos
han dejado obras fundamentales los sabios antiguos, por más que ni los esclavos
ni las mujeres pudieran votar ni los efebos en sus horas de asueto, a no ser
que ya presumieran de tener barba cerrada. Pero empecemos por los bancos, al
parecer beneméritas instituciones, de las que los más talludos tendrán un
recuerdo agradecido cuando en buena medida eran conocidos en una de sus
variantes como “Montes de Piedad”, dedicados, como quien dice, a las obras
benéficas y a ayudar al necesitado, como su propio nombre indica. Pero resulta
que en la actualidad, y por circunstancias que aquí no voy a extenderme, están
en el origen de muchos escándalos y abusos que no voy a ser yo quien
especifique (solo hay que recurrir a la hemeroteca y echar un vistazo a la
prensa). Esencialmente son entidades lucrativas en las que sus directivos y
accionistas obtienen un beneficio en base a los depósitos monetarios que la
población deposita en ellos, lo que posibilita créditos, préstamos y una serie
de operaciones que pueden redundar en beneficio de los depositantes, de acuerdo
con la siguiente regla: a más depósito, más ventajas, a menos, ninguna, e
incluso ciertas retenciones. Resumiendo: un negocio. Claro que todo esto visto
de tal manera parece coherente sin entrar en más precisiones, pues no se trata
aquí de hacer una crítica a la totalidad del sistema capitalista. Hace algún
tiempo, sin embargo, leí en alguna parte o vi en la televisión a un economista,
afirmando que el común de las personas comete un error garrafal, creyendo que
el banco de alguna manera “les está haciendo un favor”, algo así como si al
entrar en la sucursal fuéramos a ver al médico. Sacamos nuestro dinero, lo
ingresamos, hacemos transacciones o pedimos un crédito con el espíritu humilde
de quien casi está pidiendo limosna, como si el propio banco fuera el
propietario del dinero, y no solo su depositario, a quien se lo prestamos para,
entre otras cosas, haga sus negocios. Vino a recomendar que cuando lo
hiciéramos, tuviésemos la conciencia clara de entrar en una tienda, donde lo
que van a pretender de forma preferente (¡mira por donde!) es venderte algo y obtener
de usted un beneficio. Me quedé pensativo, porque lo cierto es que nunca se me
había ocurrido: me voy a comprar unos zapatos pero, como pueda, el propietario
de la zapatería me va a colocar dos pares y va a intentar que siempre vaya allí
(a ser posible con toda mi familia) y no a la competencia, (que por cierto, en
el caso de los bancos, viene a ser lo mismo). ¿Nunca le han ofrecido meterse en
un producto puntero cualquiera de los empleados, incluso el cajero? Pues tome
nota. Así que ahora cada vez que entro en cualquiera de los locales de esta
institución tan arraigada, siempre tengo en mente el consejo del desconocido
economista al que una vez leí o vi en alguna parte. De hermanas de la caridad
nada. Negociantes que se han hecho imprescindibles y que van a sacar de usted
el máximo provecho posible. Esta noción ya sé que no es nada nueva y que
muchos, los más avisados (¿avispados?) y los marxistas-leninistas, ya tenían
claro hace tiempo, pero quizás no está de más hacer un llamamiento urbi et orbi
para que el vulgo no lo olvide, aunque uno no sea Su Santidad el Papa. Visitar
un banco viene a resultar lo mismo que ir a la zapatería, pero mucho más caro.
Próxima entrega:
los partidos políticos.
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