miércoles, 4 de diciembre de 2013

FACILIDADES


-Escribo sin parar, y eso me preocupa porque dificulta mis relaciones con los demás y supone un incordio notable en mi vida diaria. Ya sé que la solución sería dejar de hacerlo, pero no puedo. Tal cosa se ha impuesto a mi voluntad de una manera compulsiva, de tal manera que en las raras ocasiones en que tengo ganas de hablar, algo de orden superior se me impone y hace que de inmediato busca la pluma (todavía existen) en el bolsillo o donde la tenga más a mano. Para tranquilizarme me digo que posiblemente se deba a mi afán de expresarme con total propiedad, algo que el hecho de ponerlo por escrito me facilita. Mi escritura, eso sí, es fluida, y aunque hay quien dice que tiene ciertas características que la asimilan a la de los médicos, en líneas generales es fácilmente comprensible, lo que mis interlocutores me agradecen al tiempo que se muestran sorprendidos por la increíble rapidez con la que lo hago. La práctica ha hecho que después de unos comienzos renqueantes, en la actualidad me maneje con todo tipo de grafismos a una velocidad sorprendente. Como dato significativo, tengo que decir que si en un principio se daba en ella cierto atropellamiento que hacía que las letras se amontonaran sin orden ni concierto, ahora soy capaz de escribir los caracteres con el espacio suficiente para que alguien no advertido dude de mi capacidad para expresarme correctamente por desconocer las palabras, o que un niño pueda introducir entre ellas algún dibujo divertido. Seguiremos informando.

 

-No pienso. Repito: no pienso nada en absoluto. Claro está que con tal afirmación me refiero a los instantes en los que por necesidades propias de mi carácter que no vienen ahora al caso, decido que tal cosa es lo que en esos momentos me resulta más conveniente. Situaciones que según pasa el tiempo y mi cabeza se despuebla de pilosidades otrora importantes, son cada vez más frecuentes. En algunas ocasiones porque se trata de temas que en esos momentos no me interesan, y en otras como un método suficientemente eficaz para zafarme de relaciones desequilibrantes. No descarto sin embargo algunos momentos en que los empleo mi facilidad para desconectar de una forma absolutamente aleatoria, sin venir a cuento, como un antojo que suele dejar atónito a mi interlocutor, pero que me demuestra la volubilidad del propio carácter dejado a su libre albedrío. Ayer, sin ir más lejos, dejé plantado Dionisio vecino del segundo piso y buen amigo mío, que se disponía a darme unas nociones de física cuántica, algo que me interesa sobremanera desde que me enteré que en ella las partículas se comportan como les viene en gana. Fue al incidir en esto cuando le dejé con la palabra en la boca, pues me sentí totalmente autorizado para actuar a mi antojo.

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