La verdad es que empiezo a estar bastante harto de que, de un tiempo a
esta parte, no haga sino escribir majaderías en este diario. Quizás no soy
justo conmigo mismo, pero lo siento así. Esta mañana, sin ir más lejos, tuve
otro sobresalto, esta vez en el supermercado, lo que me ha hecho volver a
plantearme si me ocurre algo raro. María Luisa no estaba hoy de humor, y me ha
enviado a mí a la compra, algo, por otra parte bastante habitual (somos una
pareja que siempre hemos procurado compartir todo al cincuenta por ciento). El
hecho es que tenía que comprar huevos y para verificar su tamaño (no me fío de
las etiquetas), he abierto la caja y he tenido una sensación muy desagradable:
los huevos eran perfectamente esféricos. No tenían forma ovoidal como era de
esperar, por lo que, ante la mirada sorprendida de uno de los empleados, he
abierto buena parte del resto de paquetes para verificar la anomalía, y para mi
sorpresa he comprobado que, efectivamente, todos eran redondos. El chico se ha
ofrecido a ayudarme, pero le he dicho que no era necesario. No sé como podría
encajar una respuesta que desmintiera mi percepción, por lo que me he alejado
con disimulo tratando de transmitir una impresión de normalidad, como si actuar
de tal guisa solo hubiera sido debida a una chochera de viejo. He terminado la
compra y poco antes de salir me he dirigido otra vez al estante de los huevos,
pero al ver de nuevo allí al empleado testigo de mi desatino, me ha frenado en
seco y me he dirigido de inmediato a las cajas. Algo me dice que los huevos
deben ser perfectamente ovoidales, valga la redundancia, pero mi percepción no
me engaña, por lo que está claro que algo debe de estar cambiando en mi
interior que hace que perciba el mundo de forma modificada. De momento, solo se
trata de mi tendencia a conferir formas curvas a cuanto me rodea, y más que
curvas, circulares. Tengo otros detalles que ahora no me interesa poner por
escrito, pero valga lo que me sucedió el otro día con los ojos de María Luisa.
Volví a casa reflexionando sobre lo que me estaba pasando, sin darme cuenta que
con mis cavilaciones había olvidado de comprar los susodichos huevos, algo que
a mi mujer no le iba a ser fácil perdonarme, teniendo en cuenta que pensaba
hacerse una tortilla. Por otro lado, se me ha ocurrido pensar que quizás de un
tiempo a esta parte a las gallinas les ha dado por modificar la estructura de
los elementos que darán lugar a su progenie, quizás como una manera de
reivindicar la vida en el corral y el libre picoteo de semillas en el campo. Si
fuera así, que sepan que yo estoy de su parte. Odio esas jaulas espantosas
donde las tienen enclaustradas mientras les encienden y apagan las luces
simulando noches y amaneceres falsos
para que pongan a destajo. Sin embargo, no debo desalentarme, quizás todo esto
no tiene mayor importancia, y mi alteración perceptiva es algo transitorio, un
momento del que saldré fortalecido y quizás capaz de transmitir al mundo un
nuevo paradigma, el advenimiento de una era en la que el universo adquiera
definitivamente las características de la trigonometría esférica y olvide para
siempre a Thales de Mileto.
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