domingo, 23 de diciembre de 2012

CHUMBERAS


 La ciudad está poblada por dos tipos de personas: los que salen de casa antes de las siete de la mañana camino del trabajo y los que lo hacen después, bien sea porque el suyo comienza a una hora menos intempestiva o porque no trabajan. Esto, creo que todo el mundo lo puede entender, aunque no haya alcanzado una titulación universitaria. No hace falta para ello tener conocimientos avanzados de matemáticas, ni de temas que sean considerados equivalentes en otras áreas. Es posible, sin embargo, que muchos que sí lo hacen, no tengan una idea precisa del principio de incompletitud de Gödel, algo que no me hará que deje de dirigirles la palabra si llego a cruzarme con ellos, y la ocasión se presta a un intercambio verbal de cualquier orden. Claro que, de la misma manera que el hecho de que en la ciudad existan estos dos tipos de individuos, no quiere decir que no se den una gran variedad de otras posibilidades; siguiendo con el trabajo, por ejemplo, los que regresan antes de las seis de la tarde (funcionarios, en general) y los que no lo harán como norma antes de las ocho (altos ejecutivos, y el último turno de bomberos). Así pues, los habitantes de una ciudad pueden de esta manera considerarse en parejas agrupadas por una criterio de cualquier tipo, temporal y espacial (como ya consideró Kant en sus premisas “a priori”) fundamentalmente, aunque, si tenemos en cuenta a Einstein, no deberíamos olvidar la velocidad de traslación (Ejemplos de tiempo: ya mencionados. Ejemplos de espacio: Alcobendas y Denver. Ejemplos de velocidad: un taxista y un piloto de reactores). De todas maneras, estos criterios, siendo diferentes, nunca darán la imagen exacta de una ciudad, que puede quedar definida en líneas generales por una aglomeración de personas viviendo en una serie de edificios agrupados por unidades familiares, o de la especie que tenga a bien considerarse. Aunque parezca lamentable, una ciudad no se diferencia básicamente en nada más de un pueblo o de una gran urbe, tipo Nueva York o Sanghai, por decir algo. Incluso, rizando el rizo, un tipo solo en el desierto, podría ser considerado como una aglomeración de sí mismo, sobre todo en la medida que se trate de un individuo con una intensa vida interior. Esto último nos da una pista de lo que suele suceder en las ciudades por el mero hecho de agrupar a una multitud: la posibilidad de relaciones interpersonales y, como consecuencia de ello, la creación de polos industriales o creativos, que lo mismo pueden dar lugar a fábricas y empresas de todo tipo, que a casinos y centros culturales, además de cinematógrafos, restaurantes y bares de copas, si la vida nocturna adquiere cierto relieve. Un hombre solo, sin embargo, por muchas cualidades que tenga, e incluso con la posibilidad de personalidades múltiples que albergue, no será capaz de levantar ese entramado multidisciplinar por mucho que se empeñe: no hay que confundir la creatividad en sentido estricto, con el mero hecho de estar como una chota. Independientemente de todo lo anterior, puedo asegurar a quien tenga la paciencia de leerme, que mi vida, sin ser el paradigma de nada que merezca la pena reseñarse en ningún sentido, sí está colmada de una serie de acaecimientos que la adornan de valores, difíciles de obtener allí donde uno solo se tiene a sí mismo y a una cantidad indefinida de dunas y chumberas.

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