Hola Alicia, he recibido tu mensaje comentando tus
vacaciones, y no sabes cuanto me alegra saber todo lo que has disfrutado en mi
tierra. Me encantan las fotos que me mandaste, me recuerdan el tiempo feliz de
mi juventud allá arriba. Antes de nada debo felicitarte porque pareces una
fotógrafa profesional, y estoy de acuerdo contigo en que, como dices, la
fotografía se ha convertido en una más de las bellas artes. Como me lo pides,
voy a darte mi opinión sobre ellas, aunque a lo mejor te sorprende un poco. De
entrada te diré que las que más me gustan son aquellas que, por decirlo de
alguna manera, resultan menos previsibles. Me refiero a las que has tomado en
planos cortos, y que le trasladan a uno no solo el aspecto físico de lo
fotografiado, sino su interior, como si lo que vemos llegara a revelarnos sus
secretos más íntimos. Sé que me entiendes, y por lo tanto no quiero aquí
alargarme más sobre este tema. Sobre todo me gustan esos retratos de aldeanos y
gente corriente, en los que se traduce la simplicidad de sus almas a través de
unas miradas que no han tenido tiempo ni ocasión para disimular y camuflarse.
Son, con todas las connotaciones que se quiera, miradas limpias. Resumiendo: son
lo que son, y no hay que tratar de buscar en ellas segundas derivadas que,
simplemente, en su caso no existen. No obstante, si he de ser sincero hasta el
final, debo acabar confesándote que de todas ellas, las que más me han gustado
son las de los árboles. Me llama la
atención especialmente una en la que el tronco de uno de ellos se desgaja, y da
la impresión de alumbrar otros hasta ese momento ocultos en su interior. Un
tronco fuerte que surge de la tierra, aupado sin duda por unas raíces
poderosas, que de repente se multiplica en otros casi similares, levantándose
hacia lo alto buscando el sol. Me he
detenido un rato en esta fotografía, y he estado jugando con ella, acercando y
alejando al árbol con el zoom del ordenador, y es sorprendente lo que las cosas
te pueden sugerir según su proximidad o lejanía. Visto de cerca, me ha llamado
la atención sobre todo el protagonismo de la corteza, reclamando una mirada que
solemos dirigir al conjunto. Parece una piel de escamas retorcidas que luchan
para abandonarla, como si quisieran alcanzar una vida propia. Se la percibe muy
seca: una serpiente dispuesta a mudar. El agua parece haber huido hacia el
interior para que el tronco sobreviva y el árbol siga en pie. No sé si a ti te
pasará igual porque, a pesar de su aspereza, yo siento un impulso casi
instantáneo de tocarla, como si al hacerlo tuviera ya una impresión de lo que
se puede esperar de él más adelante. Es, con su silueta, lo que lo identifica de
inmediato. Luego, a mitad del tronco está el nudo al que me he referido más
arriba. Míralo de cerca, y verás como hay un punto en el que lo único que se ve
es una oquedad desde la que surge el nuevo tronco, un lugar en el que debemos
aceptar que es imposible seguir adelante sin causar daños al árbol mismo.
Quizás en su modestia este quiere transmitirnos una lección, y es que a partir
de cierto momento debemos rendirnos ante lo inexplicable, el misterio. Bueno,
sin duda he ido más allá de lo conveniente en una carta entre amigos, y me he
deslizado hacia un micro ensayo un tanto pedante. Además, ya sé que tú eres una
persona muy apegada a lo terrenal (¿”los alimentos terrestres” que decía Gide?),
y estas cosas te pondrán nerviosa. No obstante, si te parece podemos seguir
charlando de ese y otros muchos temas en nuestros próximos correos. Reconozco
muchos de los paisajes que me envías, sobre todo las playas y, desde luego, la
torre de la iglesia. Otro día hablamos de todo ello. Tengo algunas cosas que
preguntarte. Un abrazo. Damián
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