Voy andando por el camino donde me han dejado. Es de noche y no hay luna, por lo que no veo absolutamente nada. Me fío sobre todo de lo que mis pies me trasmiten desde el suelo, y con frecuencia me despisto y me meto entre la maleza que lo bordea. Continúo por lo tanto con bastante precaución porque temo que en algún momento pueda caerme por un terraplén, o lo que es peor, despeñarme, porque no sé en que tipo de terreno estoy. Al poco de andar me doy cuenta sin embargo de que empiezo a ver algo delante de mí, como si se hubiera encendido en foco y me guiara, algo que me sorprende pues alrededor la oscuridad es total. Poco más adelante empiezo a ser consciente de que por no sé qué medios se ha obrado un extraño fenómeno, mi cuerpo según se calienta parece encenderse y alumbrar, como si yo mismo me estuviera convirtiendo en una especie de luciérnaga gigante. Me detengo asustado durante un buen rato, y compruebo con alivio que me voy apagando y mi luz se vuelve más tenue y difusa, lo que si por un lado me impide ver con claridad el camino, por otro me alivia porque de esa manera llamaré menos la atención de quienes estuvieran cerca. Ya sé que hay animales que ven en la oscuridad, pero no tengo noticias de que por aquí haya ninguno peligroso. Solo temo a los hombres que me persiguen, y supongo que para ellos tampoco es fácil ver de noche. En esos momentos se me ocurre que es posible que también a ellos les ocurra lo mismo si se esfuerzan persiguiéndome, por lo que decido detenerme y esconderme en un recodo del camino hasta que amanezca y permanecer atento a cualquier destello luminoso en mis inmediaciones. Con la luz del día supongo que todo será más fácil. Claro que para ellos también, pienso, y vuelvo a ponerme en marcha de inmediato.
Por más que le miraba tenía que confesarme que yo no conocía de nada a aquel tipo, a pesar de que ya llevábamos un buen rato hablando, después de que me saludara efusivamente y se sentara conmigo en la terraza de aquel bar una noche a finales del verano. Era evidente por su forma de tratarme y por las cosas que me decía que me conocía, pues de otra manera hubiera sido imposible que estuviera al corriente de muchos asuntos de los que me hablaba y que efectivamente formaban parte de mi vida. Lo que de todas maneras resultaba sorprendente es que desde el primer momento era solo él quien hablaba, como si tuviera una urgencia de la que no podía prescindir, dando la impresión de que tenía que soltar todo lo que le venía a la cabeza y que nos atañía a los dos. En alguna ocasión según pasaban los minutos estuve a punto de cortarle en seco y decirle que no recordaba conocerle de nada, y que muchas de las cosas que me contaba no las recordaba, o tenía de ellas un recuerdo muy difuso como si verdaderamente se tratara de un sueño. Incluso en un par de ocasiones en que me pareció que titubeaba traté de decir algo, pero de inmediato me cortó y continuó con su increíble perorata, que en determinados momentos parecía inventarse sobre la marcha, pues según avanzaba la tarde, cada vez se me iba haciendo más claro que lo que me decía carecía ya de todo sentido para mí. En determinado momento le miré fijamente asombrado, tratando de transmitirle mi perplejidad para que se diera cuenta de que se había equivocado o que simplemente estaba loco y desvariaba. Pero no hizo falta. De repente se calló, me dio la mano, me pidió disculpas y se fue. Esa noche soñé con él. Continuaba con la misma actitud y me recriminaba el hecho de no considerarle entre los míos, pues aunque no le hubiera hecho caso, él siempre había estado allí. A partir de entonces cada noche aparece en mis sueños con su verborrea torrencial. Se ha convertido en una especie de alter ego enajenado que me impide dormir, y a quien me gustaría volver a encontrar en el mundo real para quitármelo de en medio.
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