martes, 10 de diciembre de 2019

Parálisis


Mamá es especial, qué duda cabe. E incluso puedo decir que lo cierto es que no solo lo sea algunas veces, sino siempre. Sin ir más lejos, recuerdo que cuando cumplió cincuenta años (yo tenía entonces alrededor de veinte y papá ya había fallecido) decidió que a partir de ese momento iba a desplazarse a todos sitios en silla de ruedas (por el interior de nuestra casa también, ojo). Como soy hija única y no teníamos dinero para contratar a una mucama,  yo tuve que hacerme cargo de  la situación que tal hecho originó. Es decir: ser la esclava de mamá a todas horas. Y cuando digo toda quiero decir toda, no casi toda, porque de la noche a la mañana comenzó a comportarse como una verdadera impedida. Y además con múltiples achaques  que se inventaba de un día para otro. Como es natural, tuve que abandonar mis estudios en la universidad e incluso a mis amistades, que no soportaron demasiado tiempo venir a casa para verme, porque habitualmente acaba empleándolas en alguna de las miles de faenas que mamá me ordenaba. De hecho, me había confeccionado una especie de hoja de ruta, que yo debía cumplir escrupulosamente si no quería quedarme sin la paga para atender mínimamente a mis necesidades alimenticias y de aseo.
       Como bien puede suponerse, los ratos menos agradable son aquellos en los que mamá tiene que hacer sus cosas, y no creo que aquí tenga que ser más explícita, pues creo que están en la mente de todos. Además, tengo el convencimiento de que realmente no necesita realmente ir al baño tantas veces al día. E incluso alguna que otra vez por la noche, para lo cual ha hecho instalar un chivato en mi mesilla, y me llama cada vez que se le antoja venga o no a cuento, sin considerar la hora que sea. Y por si me despisto o me hago la remolona, también ha instalado un timbre, ante el cual no hay disculpa posible teniendo en cuenta que no soy sorda.
                      Algunas tardes cuando se cansa de la televisión, tengo que leerla ciertas novelas románticas de su época, historias de matrimonios frustrados e hijos problemáticos principalmente, de las que con frecuencia comenta cómo le recuerdan a su propia vida y a la mía en particular: ambas un fracaso total. Y la muy desgraciada, y perdona que aquí me explaye un poco, ha terminado tratándome como a una verdadera esclava: haz esto, haz lo otro, ven para aquí, vete para allá. Un sin vivir que solo soporto por el amor que le tengo desde niña, precisamente desde el día de la Primera Comunión, en el que prometí ser buena durante toda mi vida, especialmente con mis papás. Y cuando digo papás, que no se me malinterprete, pues yo a mi padre apenas le conocí. Era un tipo que sí, que vivía con nosotras, pero que nos trataba como  a unas extrañas. A mamá de usted y a mí prácticamente no me dirigía la palabra, y si lo hacía  era para llamarme “la niña”, sin más. Al parecer, para él yo no tenía un nombre que me identificara. Claro que aquí debo sincerarme y decir que la caída que tuvo desde el balcón de casa que le costó la vida fue bastante menos casual de lo que pareció. Creo que me explico.
       Mamá nunca abandonó la sillita, y seguramente por eso la verdad es que ahora está bastante deteriorada. Su inmovilidad voluntaria ha acabado produciéndola una verdadera parálisis, agravando las consecuencias  en los cuidados que debo prodigarla. Afortunadamente no descarto que el día menos  pensado acabe teniendo una desgracia parecida a la de papá.  El balcón sigue estando en perfecta condiciones, pero nunca se sabe.

lunes, 2 de diciembre de 2019

Instrucciones para ser


Usted tiene la impresión de ser, de eso estoy convencido, aunque al parecer las cosas no son tan evidentes según los filósofos que se ocupan del tema. Se trata sin ninguna duda de una conciencia que toma como referencia nuestro cuerpo o nuestra mente y sus procesos. Soy en la medida que me percibo por cualquiera de mis cinco sentidos y además por una reflexión capaz de identificarme aún privado de aquellos. Una vaca, valga el ejemplo, no es tan evidente que tenga conciencia de si misma, aunque esté claro que se va  a quejar si la vareamos con un palo o le jalamos de las ubres a deshora. El ser es el objeto de una rama de la filosofía llamada ontología, que trata de aproximarse a ese concepto al parecer tan huidizo. Soy en la medida que me identifico como diferente a lo que me rodea, y por lo tanto y de alguna manera, soy en cuanto me siento alienado del mundo o al menos diferente. Solo dejando de ser parte integrante de un todo puedo definirme. Claro que quizás esta primera aproximación a la esencia del ser solo constituya una parte del mismo. Un animal, por ejemplo, también tiene conciencia de la diferencia en la medida que al seguir sus instintos es capaz de diferenciar lo que le rodea para sobrevivir. En ese sentido, por ejemplo, un león de alguna manera sabe que un ñu es comestible, pero que una piedra no lo es.
Debemos pues buscar otras referencias que identifiquen al ser en cuanto tal, y que en esa medida no necesite del exterior para definirse. En este sentido ha habido pensadores que han hecho referencia a un numen total que informa a todo lo existente, algo más allá del alma cristiana que se limita a ubicarlo en exclusiva en los seres humanos. Y aquí podemos hacer referencia a los filósofos existencialistas, empezando por Heidegger y su dasein y continuando con Sartre y su ser-en sí y su ser para-sí, que el lector encontrará en cualquier tratado elemental de filosofía o en wikipedia si se conforma con menos.
En cualquier caso, a pesar de lo dicho, resulta evidente que el ser no tendría demasiado sentido sin que quien pueda detectarlo, posea los instrumentos para hacerlo, es decir los sentidos (aunque más arriba se señaló la posibilidad de una mente descorporeizada, es difícil siquiera llegar a imaginarla sin su correspondiente cerebro). Por lo tanto, como ya se ha dicho, somos en la medida que nos diferenciamos. El mundo está ahí afuera, pero solo si podemos captarlo tiene sentido, y esto nos remitiría a Berkeley a quien de nuevo remito al lector curioso que quiera enterarse y verificar por otro lado que los curas (Berkeley llegó a obispo) se dedican a algo más que a predicar y decir misa.
           Y precisamente esta capacidad humana de aprehensión de lo externo a través de sus sentidos, nos pone en relación con el problema de la identidad, también mencionado más arriba de pasada. Si, por poner un ejemplo, me encuentro al lado de una fuente de chorro y soy consciente del agua elevándose y cayendo de nuevo con cierto estruendo, soy consciente de mi mismo en la medida en que me percibo diferente de la misma. Ahí está la fuente y aquí estoy yo, entidades claramente diferenciadas. Pero claro, siendo esto así, no puedo obviar el hecho, a poco que tenga una cierta capacidad de concentración, que cuanto más sea consciente a través de mis sentidos del la existencia de la fuente y los fenómenos que produce, más yo mismo me voy convirtiendo  en fuente. Hasta tal punto que en cierto momento, si mi concentración es máxima, puedo perder la conciencia de mí como algo diferenciado, y yo mismo sea la fuente. Esto no es nada nuevo sino algo ya enunciado hace siglos por la sabiduría oriental del yoga y el zen (*). Claro que aquí podría añadirse que tal encanto podría romperse en el instante que por una cuestión meramente mecánica, el agua al golpear en su caída sobre una superficie, me salpique y me haga consciente de mi diferencia.

Resumen de estas instrucciones: acérquese a las fuentes o aléjese de las mismas a voluntad, según lo que usted pretenda.
(*) Otros ejemplos: el arquero y la flecha, el jinete y su caballo, el motorista y la moto, etcétera. Cojones, a ver si estudiamos.

Otro día: Conferencia sobre la diferencia entre el ser y el ente. Lugar: salón de actos de  la Residencia psiquiátrica de Ciempozuelos (Madrid). Plazas limitadas.

Instrucciones para tocar la flauta


La flauta, como todo el mundo sabe, es un instrumento musical que figura en todas las orquestas el mundo y que por lo tanto ha colaborado al éxito de innumerables sinfonías, conciertos y sonatas, etc… de los compositores más famosos. Es unos de los más pequeños, aunque admite diversos tamaños en función del tipo al que pertenezca. Pues esa es otra de sus características, los hay de diversas formas y volúmenes. Que yo sepa existen al menos cuatro: la flauta de pico, la dulce, la traversera y el flautín (o pícolo). No obstante, su tamaño no debe confundirnos, pues incluso de la menor de ellas, (mencionada en último lugar), hay conciertos completos. Como norma general, este instrumento goza de una merecida fama de ser uno de los elementos de la orquesta que sirve para introducir un componente lírico o amoroso como contrapunto a otros más aparatosos e incluso épicos de los instrumentos de mayor envergadura. En su cometido dentro de su especialidad, le acompañan con frecuencia el fagot, el oboe y el violín.
    En cualquier caso, para lo que aquí interesa no vamos a meternos en tecnicismos sobre la flauta que el interesado podrá encontrar sin muchas dificultades en gran cantidad de libros sobre música. La flauta, eso sí se puede decir sin caer en ninguna pedantería técnica, es por su sencillez, uno de los instrumento más antiguos utilizados por el hombre después, sin duda, de la percusión, para la que el hombre primitivo solo tuvo que aporrear lo primero que tuviera a mano, aunque desde luego  obtendría un sonido menos elaborado y sutil que el de la flauta. En resumidas cuentas y simplificando, la percusión no se diferencia demasiado, del famosos tan-tan, los tambores de la selva de los que se servían los pueblos primitivos para comunicarse golpeando sobre la madera o la piel curtida de algunos animales (y que se vea esto como ningún desprecio a tal actividad por la sencillez de su técnica). La flauta seguramente surgió como una prolongación de la capacidad humana para hablar y emitir diferentes tipos de ruidos, y específicamente de su capacidad para silbar. Y quien sabe si por su necesidad de imitar a los pájaros y sus simples o maravillosos trinos según la especie. De hecho, tan famosos es el instrumento al que nos venimos refiriendo y tal es su parecido con el sonido emitido por algunos pájaros, que incluso a uno de ellos se le llama el canario-flauta. Aquí, no está de más hacer un inciso y mencionar a un compositor francés, tan entusiasmado en su día con el canto de los pájaros que llegó a hacer una composición musical con tal nombre. Se llamaba Olivier Messiaen, al que su entusiasmo con tales sonidos le llevo a hacerse ornitólogo. Curiosa y sorprendentemente  el autor casi no empleó la flauta, a pesar de lo a nosotros pudiera sugerirnos a priori, pues para ella se sirvió del xilofón, la trompa y algunos instrumentos autóctonos de las regiones en las que habitaban los pájaros, además de frecuentes intervenciones de los metales e instrumentos de viento o percusión. E incluso la celesta.

Peplum


Porqué una persona entrada en años puede inopinadamente querer convertirse en Marco Vipsano Agripa, político y general a las órdenes del emperador César Augusto, es algo que él mismo no puede establecer. Si acaso columbrar que podría deberse a los azarosos e inquietantes juegos de las sinapsis neuronales de su cerebro, hállese este en calma o en plena ebullición. Y tal cosa puede darse en una bonita tarde de verano en la costa del mar Adriático, o durante un insomnio de una devastadora noche de tormenta en las proximidades del Círculo Polar Ártico. Digamos Rovaniemi. Y que conste que ninguna de ambas posibilidades se dan en mi persona, que soy quien desea en convertirse en Agripa, y que vive en un modesto apartamento del distrito de Hortaleza en la ciudad de Madrid, capital de todas las Españas (tenida por algunos escritores extintos por un mero poblachón manchego).
          Pues bien, tal es mi caso, como acabo de confesar. Llevado no sé cómo por mis derivas intelectuales de los últimos tiempos, pienso en la grandeza de una vida al mando de las legiones romanas en la época del Imperio, cuando este ya  expandía su poder desde Constantinopla a Galicia, a ojo de buen cubero, y el latín comenzaba a trenzar la urdimbre de las lenguas romances, como sabe todo el mundo que llegase a aprobar el bachillerato elemental en época de su Excelencia (sin comentarios, por favor). No se me escapa que tal deseo irrefrenable supondría en mi persona un cambio de actitud y vestimenta, que no sé hasta qué punto podría inquietar a mis vecinos, especialmente si tales hechos incluyeran el uso habitual de la espada y sus posibles consecuencias. Y me refiero lógicamente a mis vecinos del barrio de Hortaleza, zona por otro lado bastante pacífica del Noreste de la capital, si se exceptúan algunos incidentes menores causados sin duda por la creciente emigración de gente de color, dicho sea esto con el debido respeto a sus países de origen. Pero el hambre y la necesidad de charanga es lo que tienen en común.
            Ya imagino la cara de asombro de los madrileños al ver por sus calles o paseando a bordo de un utilitario al famoso general romano redivivo, que no oculta el orgullo de pertenecer a una estirpe procedente de Rómulo y remo, y por tanto de alguna forma amamantado por una loba siendo bebé. Un tipo para echarse a temblar, dirán algunos. Un tipo apto para ser internado en Ciempozuelos, dirán otros. Por mí que digan lo que quieran, siendo Agripa el famoso general de Octaviano, César Augusto, es suficiente, incluso teniendo que vestir en verano y en plena batalla una faldita plisada, antecedente sin duda del kilt escocés, por más que a estos -los escoceses- les cueste reconocerlo.
           Heme pues aquí dispuesto a asumir una personalidad que hasta estos momentos no era sino un vago recuerdo de mi adolescencia, cuando veía algunas películas de romanos, los famosos peplum de gloriosa memoria que por entonces se multiplicaban por doquier en los hoy extintos cines de barrio, cuando Robert Taylor y  Richard Burton eran mis héroes favoritos. ¡Ahí queda eso! me digo para mis adentros.

Pelos


Tengo problemas con la cabeza y no me refiero a los pelos, eso que conste de antemano y no induzca a conclusiones erróneas. Ni al cráneo que alberga mi cerebro (o lo que como tal funcione en su interior). Ese artefacto sorprendente que me hace llevar la vida que llevo: desagradable y pobre.  Inútil en resumidas cuentas, y que supongo origina los problemas a los que me he referido al empezar cuando dije “tengo problemas con la cabeza” ¿De qué otra cosa podría tratarse, una vez descartados los pelos?
        ¿Y qué quiere que yo le haga?  Podría usted responderme y tendría toda la razón, siempre que tal cosa no supusiera ignorar que con frecuencia toda aseveración lleva un problema implícito solapadamente. O incluso una súplica, como es el caso:   “haga usted el favor de poner todo de su parte para aliviar mi situación”. Dicho esto, queda claro que, en resumidas cuentas, lo que le hago llegar es una petición de auxilio consistente en:
a)      Quíteme usted estos problemas de la cabeza (que no son los pelos).
b)     Arrégleme ese mecanismo deficiente en mi cerebro que me causa esta tortura.
c)      Etcétera.
  Teniendo lo anterior en cuenta, ya puede usted ponerse manos a la obra, y no me venga con disculpas, pues en tal caso mi cerebro seguirá funcionando al bies, o como quiera que se diga al mero hecho de hacerlo defectuosamente. Mire usted, mi cabeza o lo que hay en su interior -si es que hay algo, y desde luego no son los pelos- se obstina en funcionar por su cuenta y hacer todo lo contrario, o casi, de lo que en el fondo de mí mismo (y no me pregunte cual) desearía. Si es una hora decente, pongamos  que las dos de la tarde, en la que el común de la gente se pone a comer, algo me ordena salir al campo a buscar grillos (*) o a iniciar una peligrosa ascensión por los riscos tan abundantes en este remoto lugar.
         Mi vida por lo tanto es un martirio sin sentido, pues a pesar de lo anterior, no tiene nada del heroísmo de los seres virtuosos ni del ascetismo de los anacoretas medievales, valga la equiparación. Ellos después de todo solo emprendían acciones teleológicas y en absoluto absurdas o redundantes, como es mi caso. Espero que al terminar esta carta tenga ya usted varias ideas que puedan servirme para abandonar esta vida lamentable. Ideas que por otro lado no tienen que ser estrictamente tales, con una estructura coherente quiero decir, sino incluso absurdas y fuera de toda lógica. Ocurrencias o salidas de pata de banco, incluidas. Dedicarme de ahora en adelante al puenting o a la aerostación en cualquiera de los variantes al uso, descartando el vuelo sin motor, pero no teniendo nada que objetar al prestigioso zeppelín. No digo lo mismo del ala delta o el parapente: son otra cosa. Y no me pregunté el por qué.
       Y lo dejo aquí. Está usted advertido: ando mal de la cabeza por un asunto en absoluto relacionado con los pelos, recuerde. Y debe usted por lo tanto el coraje de constituirse como el ser arrojado al mundo heideggeriano (vulgo Dasein), y hacer por mí una buena acción que nos redima a ambos. Quiérame, ordéneme, pégueme. E incluso lamíneme y haga que desaparezca de la faz de la Tierra o como quiera que se llame a este pedrusco donde habitamos (si es que habitamos, ojo, no seamos frívolos). He dicho. O al menos esa ha sido mi intención con o sin pelos.
(*)  (¿Ni puta gracia?)


                                                                     Suyo, que lo es etcétera.
                                                                      ETCÉTERA (repito)

Endorfinas


Me despierto en plena noche y tengo un acceso de orgullo desmedido. Desconozco las razones para sufrir tal ataque, pues de hecho al acostarme me sentía vagamente escéptico y descorazonado. Sin embargo el hecho persiste y es más que posible que se trate de una descarga descontrolada de catecolaminas. O de endorfinas o dopaminas, o de cualquier otra sustancia que llevemos en nuestro interior como  recursos desconocidos para situaciones de emergencia, pero que suministradas a destiempo pueden originar alteraciones poco recomendables. La primera medida que tomo para aliviar mi agitación, es darme instantáneamente una ducha prolongada de agua fría, esperando que sea capaz de mitigar mi descontrolada sensación de triunfo, vaya usted a saber por qué. Un auténtico pleonasmo de virtudes no especificadas, evidentes en esos momentos en el movimiento descontrolado de mis extremidades inferiores (de las superiores, vulgo brazos, mejor no hablar). Y lo mismo cabría decir de la gestualidad de mi rostro, oscilante entre la de un payaso fuera de sus casillas y la de una máscara griega de cualquiera de los tres grandes autores teatrales, usted ya sabe. No hay sin embargo forma de detener mi arrebato, y a los diez minutos de haber abierto el grifo de agua fría, me encuentro tan desmedidamente eufórico, que poco después me pongo a cantar canciones populares y patrióticas, saltando enseguida sin solución de continuidad  al heavy rock del grupo Extremoduro. Y eso que siempre he sido más bien de baladas tristes tirando a ñoñas, incluido el Mediterráneo de Joan Manuel Serrat. A las que pueden añadirse de una tacada las de los cantautores franceses que no les van a la zaga, digamos Aznavour, Brel, Moustaki  y toda esa parafernalia quejumbrosa ultra pirenaica. Poco después, ante la inutilidad de la hidroterapia, decido engullir de una vez un tarro entero de benzodiacepinas, con objeto de alcanzar un estado compatible con la tranquilidad de la noche y el merecido descanso de mis vecinos. Lo consigo media hora más tarde, y vuelvo a mi total normalidad hacia las diez de la mañana, tras un lavado de estómago en Urgencias de un hospital adónde me llevaron los del 112, que me ha dejado como nuevo. Poco después soy dado de alta y me traslado por mi propio pie a una cafetería de los alrededores y desayuno de una sentada un café con leche, media docena de picatostes, cuatro churros y dos cruasanes con mantequilla. ¡Ahí queda eso! le digo al atónito camarero, indicándole que puede quedarse con la vuelta. A continuación  me alejo de la zona a buen paso, a pesar de no tener la certeza de que a partir de ese día no se convierta para mí en un lugar habitual.  Los despertares intempestivos es lo que tienen si vienen acompañados por una descarga inesperada de endorfinas.

Laureana revival I


Para nuestra sorpresa, la semana pasada, precisamente el jueves cuando ya estábamos a punto de irnos del casino, Laureana se ha presentado de improviso y nos ha comunicado literalmente que “ya estaba de vuelta”. Ante la perplejidad de todos y las protestas de algunos que se han quejado de que cosas así no se hacen, ha manifestado que tenía que pasar por un proceso, uno de cuyos requisitos básicos era iniciarlo sin que nadie lo supiera. Y a partir de ese momento han sido inútiles todas las preguntas que se le han hecho: era algo absolutamente privado que podría no tener ninguna gracia si se desvelaba. Se trataba de algo personal e íntimo de lo que nadie tenía que enterarse y que, después de todo, a nadie interesaba. A pesar de nuestra curiosidad decepcionada, cuando poco después nos hemos despedido, ha sido evidente que el grupo se ha sentido aliviado con el regreso de Laureana, como si su vuelta le hubiera devuelto la sensación de recobrar su verdadero ser, valga la pedantería.
                        A partir del día siguiente las tertulias han vuelto a ser lo que eran, y  las peroratas de Laureana sobre sus temas habituales, o sus silencios prolongados, constituyeron de nuevo su auténtico núcleo. De todas maneras no nos habían pasado por alto algunas variaciones en el interés de  Laureana por otros temas  a los que antes apenas prestaba atención o lo hacía mínimamente, por ejemplo el fútbol y  los deportes en general. Si antes apenas sabía que el entrenador del Real Madrid era un tal Zidane (un medio moro, dijo alguna vez, con lo que hacía evidente su veta racista) y que Rafa Nadal era el mejor tenista, ahora se alargaba en comentarios sobre el primero asegurando que “nunca segundas partes fueron buenas”, y sobre el segundo afirmando que con tras su boda iba a caer en picado al no poder dar el 100% de su energía a su profesión (y no lo digo por la cama, puntualizó, que de eso ya habría antes, sino por el hecho de estar pendiente todo el rato de otra persona). Lo más notable, sin embargo, no fue su nuevo interés por este tipo de asuntos sino por su aspecto, pues desde que regresó no volvió a ponerse falda, que sin duda resaltaba su habitual coquetería femenina, sino unos amplios pantalones que apenas dejaban adivinar sus formas de real hembra. A partir de ese día se volvieron a destapar entre nosotros todo tipo de conjeturas sobre su verdadera identidad, algo que se inició cuando Ramiro afirmó con convicción que para él era evidente que le estaba cambiando la voz, soltando de vez en cuando unos gallos sorprendentes, y desde luego más propios de un bajo que de una soprano, valga la metáfora. Tal afirmación si debo ser sincero, no nos cogió de improviso, y enseguida siguieron otras opiniones en el mismo sentido. Ricardo nos dijo que nos fijáramos en su cuello, pues a él no le había pasado desapercibido una cierta prominencia en el mismísimo  lugar donde los varones suelen tener la que es popularmente conocida como “nuez”. Y ya para colmo, dado nuestro afecto nada condicional por Laureana, tuvimos que reconocer que era cierto que por encima del labio superior le había salido una pelusilla oscura, que no pocos chicos adolescentes quisieran para sí en esa edad tan ambigua, cuando los varones empiezan “a echar pelo” al ritmo de una testosterona descontrolada.
       La verdad ha sido que a partir de esos indicios (o algo más que indicios) nos han dejado perplejos y un tanto paralizados, pues no sabemos cómo tratar a esa mujer (¿). En cierta medida nos sentimos culpables, pues consideramos que en todo ello podía haber influido nuestra actitud y comportamiento un tanto machunos con ella, los que podía haber intervenido definitivamente en su decisión de iniciar su famoso proceso, que de no detenerse pronto podían convertir a nuestra adorable Laureana en un representante típico de la fauna viril carpetovetónica.

Atardeceres


Queridos amigos, me pongo en contacto con ustedes para saludarle y darle los buenos días. O las buenas noches si debo ser más preciso, pues estando ustedes diseminados por todo el planeta, ambas situaciones son perfectamente posibles por las razones que todos conocen. Y los que no las conozcan son invitados a visitar wikipedia en internet. Ahí encontrarán la explicación aunque sea de una forma bastante vulgar, seamos sinceros. E incluso chapucera, si se me permite la vulgaridad (y redundancia).
            Y bien, mi saludo consiste entonces en hacerles llegar a través de este medio asombroso que son las ondas electromagnéticas, mis deseos más fervientes de salud y felicidad para el futuro inmediato, sea de día o de noche. O incluso esté amaneciendo o el sol ya decline sobre el horizonte, etcétera, que no quiero dejar a nadie fuera de mi pensamiento. Les imagino bien realizando las faenas que son posibles en cualquiera de esos momentos en que mi correo les haya sorprendido. Incluso durmiendo a pata suelta (para algo se hicieron los despertares). A unos sin duda a punto de sentarse a la mesa para comer o cenar, y a otros en plena jornada laboral con poco tiempo para detenerse en lo antojos de una amistad que vaya usted a saber donde se encuentra en esta esfera diminuta (o enorme, según la perspectiva) perdida en la inmensidad del cosmos.
             Son ustedes muchos, mis queridos amigos, y aunque les puedo prometer que me acuerdo de cada uno con cierto detalle, me sería imposible hacerlo de una forma mínimamente coherente, y no quiero que nadie se sienta excluido. Ya sé que muchos de ustedes pensarán que mi pretensión es un tanto absurda, pero quiero recordarles que los seres humanos pertenecemos a la especie homo sapiens sapiens, y por lo tanto no nos diferenciamos demasiados unos de otros. Habrá blancos, ciertamente, pero también negros  (todos salimos en su día de un lugar de África, que si no me equivoco demasiado  actualmente es conocido como Zambia, o algo parecido). Y no pocos serán también amarillos o mulatos, ese color que al llegar el verano todos queremos tener para presumir con nuestras amistades más cercanas. Majadería debida en  resumidas cuentas al mayor o menor porcentaje de melanina en nuestra epidermis. Fíjense que vulgaridad, para ponerse tan contentos cuando alcanzamos apenas el 40% de la pigmentación de un bosquimano. Qué ridiculez.
                Bueno, creo que aquí debo ya detenerme porque sin duda ustedes ya se habrán dado por aludidos en algún sentido en las cuatro esquinas del globo en las que habiten (Qué tontería, si el globo no tiene esquinas. Pero ustedes ya me entienden). El próximo día que nos pongamos en contacto podemos hablar de cualquier fruslería que se les antoje. Yo sigo aquí inasequible al desaliento, dispuesto a recibir sus correos de vuelta. Y si no llegan pues ya se me ocurrirá cualquier cosa sabiendo que ustedes son tan atentos y como mínimo una vez se meterán la nube, donde sin duda podrán encontrarme. Eso es todo, y recuerden que fue Leibniz quien dijo que vivimos en el mejor de los mundos posibles, reflexión que a alguno les servirá de acicate para acordarse de mí o de mi familia más próxima (del filósofo mejor olvidarse, se le da por falto). Agur.

                                             Buenos día/noches/amaneceres o lo que mejor les cuadre.
                                                                                                  Pepo, el Esponjoso.