Anoche no he soñado absolutamente nada, aunque
quizás sería más justo decir que no tengo conciencia de haberlo hecho. Hoy en
día se sabe que todas las personas soñamos durante una fase llamada REM, en el
transcurso de la cual se dan unos movimientos rápidos de los ojos posiblemente
provocados por el contenido de los sueños. O al revés, que de eso no hay
todavía certeza. Es posible que algunos animales también sueñen pues en ellos
se da esa fase, pero desgraciadamente ninguno hasta ahora ha sido capaz de
confirmarlo, a no ser que algunos ruidos que emiten en esos momentos sean
considerados como una demostración (algunos perros ladran intempestivamente y
casi todos los primates y monos gruñen sin venir a cuento durante la noche).
Pero todo lo anterior no tiene la menor importancia en relación con lo que hoy
quiero reseñar, que podría resumirse en la siguiente frase “yo no tengo
conciencia de haber soñado, pero ella sí”. Y lo que sigue es la
explicación.
En primer lugar ella. Esta mañana, al poco de sentarme solo para
desayunar en una de las mesas habilitadas al efecto en el comedor, se me ha
acercado una mujer madura, supongo que rondando ya los cincuenta, y me ha
pedido permiso para sentarse en mi mesa y acompañarme. Sorprendido, le he
contestado que desde luego (creo que añadí que faltaría más y que estaba
encantado de que lo hiciera). Lo hizo rápidamente y de inmediato me dijo
que tenía algo secreto y muy extraño que le había sucedido durante la noche. Me
pedía disculpas por anticipado pero tenía el convencimiento que esa era
la única manera de tranquilizarse, pues me había observado y tenía la certeza
de que yo era una persona comprensiva. Estaba todavía muy agitada y lo
que tenía que contarme era lo suficientemente chocante para que yo
comprendiera de inmediato su desazón. En resumidas cuentas vino a decirme que
con toda seguridad ya me habría dado cuenta de que en las proximidades del
hotel donde nos alojábamos se encontraba la estación de ferrocarril de la
ciudad, con un intenso tráfico nocturno que tampoco a mí me habría pasado
desapercibido. Pues bien, a media noche, después ya del paso de varios trenes
que la habían mantenido despierta y en vilo, se quedó profundamente dormida,
algo siempre de agradecer, si no fuera porque a partir de ese momento (y
aquí la mujer soltó algo parecido a un gemido) sintió que los siguientes
efectuaban la parada no en la estación, como sin duda sería lo lógico, sino en
el interior de su vagina, con las consiguientes sensaciones debidas a un
ajetreo tan intenso. Dicho lo cual me miró intensamente a los ojos dando
toda la impresión de esperar de mí un comentario y exclamando ¡pues usted se
podrá imaginar como estoy!
Absolutamente perplejo por lo que acababa de oír y buscando una salida
rápida a la situación creada por la inesperada irrupción de aquella mujer,
busqué una salida airosa y educada a la misma, pero debo reconocer que fui
incapaz. Recurriendo posiblemente a las
soluciones ante otras embarazosas vividas durante mi adolescencia, me limité a
imitar su nivel de sinceridad contestándole que si ella tenía la sensación que
los convoyes del ferrocarril se le manifestaban en el interior de su vagina, en
mi caso el día anterior me había sucedido algo parecido, para lo cual recurrí a
abrirme la bragueta con la discreción que el momento requería, mostrándole mi
pene erecto a la vez que exclamaba ¡mire, mire, en mi caso uno de los trenes me
dejó la locomotora, que desde este mismo instante pongo a su servicio!
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