A las tres de la mañana tengo el absoluto
convencimiento de que me estoy volviendo loco. Poco después, sin embargo, me
digo que tal cosa quizás no sea totalmente cierta porque a esas horas suelo
dormir y es probable que se trate de un sueño. También podría suceder que no se
trate de absoluto como quedó dicho más arriba sino de absurdo, lo
cual siendo parecido ortográficamente, no tiene nada que ver semánticamente y
está más acorde con lo que sigue. En cualquier caso decido continuar durmiendo
y lo hago casi de inmediato, lo que me alegra por razones desconocidas pero que
deben tener que ver con el merecido descanso nocturno. Etcétera. Como mínimo, sin
embargo, puedo asegurar que durante un rato largo he tenido la sensación de que
mi cuerpo era de goma y con un esqueleto cartilaginoso, lo que me ha permitido
realizar una serie de contorsiones dignas de un circo y también unos asanas muy
originales. Y muy alejados de los habituales, expuestos en los libros de yoga.
Al mismo tiempo, aunque ahora mismo no pueda dar fe de ello con seguridad, he
tenido la clara percepción de que mis piernas se volvían otra cosa, una especie
de seudópodos multiformes que se agarraban al somier de la cama con una energía
y tenacidad merecedoras de mejores fines. Cuando logré librarme del agarre,
extendí los susodichos seudópodos hacia el aire componiendo unas increíbles
figuras, emparentadas con las acrobacias más sofisticadas. Poco después, casi
exhausto, los dejé descansar sobre las sábanas
y tuve la certeza de que iba a ser pronto operado de una rara afección
de la parte inferior de mi organismo, hecho excepción de lo fácilmente
imaginable, que no menciono por un pudor adquirido cuando apenas era un crío
debido a las enseñanzas de la Santa Madre Iglesia. Se trataba en todo caso una
intervención quirúrgica absolutamente incruenta y por lo tanto aceptable y nada
agresiva.
Debo
reconocer, no obstante, que si todo lo anterior fuera falso y solo debido a mi
exuberante fantasía, para nada lo sería afirmar que la noche ha sido intensa
debido no solo a mis complejísimos pensamientos que no vale la pena exponer
aquí por in-comprensibles, sino al desmesurado ajetreo de trenes nocturnos en
la vecina estación de ferrocarril. Tenía hasta ayer el convencimiento que en
esta zona del país la gente no viajaba de noche, o al menos que no viajaba en
tren, pero visto lo visto, de eso nada. O mejor oído lo oído, seamos
exactos. Claro que podría tratarse de trenes raros, vacíos cuya única finalidad
sería mantener despiertos a los vecinos de las vías, o tratarse en todo cado de
trenes de mercancías. Aquí abunda el ganado de todo tipo, y es bien sabido que
sobre todo al ovino, al cerdo ibérico y a las vacas les gusta viajar de noche.
Son muy discretos y prefieren pasar inadvertidos.
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