lunes, 6 de agosto de 2018

FOTOGRAFÍAS


Decía alguien que ahora mismo no recuerdo, pero que revolotea dentro de mi cabeza, y no tardaría más de unos segundos en hacerlo presente si fuera imprescindible, que “el hombre es un ser para la muerte”. Una criatura con conciencia de su existencia y finitud, cuya vida consiste en caminar hacia ese horizonte tenebroso y darle un sentido. Esto último lo digo yo, pero tampoco me extrañaría que lo hubiera dicho él. Después de todo, dada una proposición, el número de significados posibles es bastante limitado por mucha deconstrucción que intentemos aplicarle. Por cierto, se trataba de Heidegger, como seguro que ya han sabido los lectores de solapas y resúmenes de cualquier materia, filosofía incluida (véase mi ejemplo). Aunque podría tratarse de Sartre, después de todo, ambos escribieron gruesos mazacotes, en los que relacionaban al ser, respectivamente, con el tiempo y la nada, y ambas cosas hay quien supone que, a pesar de las apariencias, son la misma.
Somos seres condenados a olvidar si queremos seguir viviendo, y por eso no deberían asustarse tanto algunas personas que recuerdan pocas cosas de su existencia. Esta, poco a poco se nos va transformando en una serie inconexa de recuerdos dispersos a lo largo de ella, que muchos seríamos capaces de recopilar en un folio, y para los que hacer una biografía digna de tal nombre, tendríamos que visitar los Registros civiles y los archivos de no pocas instituciones que han jalonado nuestra existencia. Por eso, el olvido cumple una función terapéutica que nos posibilita seguir viviendo sin el  incómodo peso de nuestra experiencia, de la que sólo retenemos lo que nos va resultando útil para sobrevivir. Y es en este sentido que la nada se va adueñando progresivamente del tiempo, que finalmente nos reduce a unos hallazgos muy llamativos para los paleontólogos, pero de mínimo significado para los interesados, por razones sobre las que no me extenderé. Hay teorías que incluso insisten en que, de todas maneras, el tiempo es una ilusión, una forma que tenemos de relacionarnos con el mundo no muy diferente de la que puede tener en un momento dado el que sueña, percibe un espejismo o sufre alucinaciones. Por eso nuestra vida se convierte en una batalla para hacerla real, sólida, palpable; de ahí la existencia de las máquinas de fotos y otros artículos del género, todos ellos fabricados con la idea de inmortalizar nuestra vida, más allá de los visionados ocasionales en compañía de la familia o los amigos, aquellos que nos acompañaron al Ngoro-ngoro o a Kenya de safari (es un decir), cuando aun ignorábamos que, aproximadamente, de allí salimos todos en su día.

No hay comentarios:

Publicar un comentario