miércoles, 8 de agosto de 2018

MARIQUITA


Todas las noches me despierto soñando que me encuentro en un supermercado cerca de casa buscando el objeto más pequeño y redondo puesto a la venta. Se suele tratar de una lata de atún claro del Cantábrico de la fábrica de conservas “El boquerón salvaje” de Santoña. El hecho me hace sentir muy feliz y se lo hago saber a la cajera que, sin embargo, no parece darle mayor importancia.


Soy un hombre de extremos y me parece que el resto de mis congéneres también lo son. Quiero con esto decir que somos capaces de lo mejor y lo peor casi simultáneamente. Un ejemplo: a determinadas horas en las que me encuentro muy inspirado compongo poesía lírica de rima libre o consonante a gusto, y en otros muy diferentes, me encierro en el baño y procedo. Y así un montón de cosas del mismo jaez. Ya me explicará usted.


Me asalta últimamente un temor que me inquieta aunque de momento nada parece indicar que tal cosa pueda llegar a sucederme. Siendo claro, le diré que ese miedo consiste en que tengo la certeza de que en cualquier instante puedo ponerme a sangrar profusamente. No hablo de hemorragias internas ni nada parecido, sino más bien al contrario, una exudación exagerada que dejaría en mantilla a los virtuosos, los anacoretas y en general a todos los místicos en sus arrebatos amorosos hacia el Señor.


Sin embargo, a pesar de todo o precisamente por ello, Mariquita González es totalmente otra cosa, Ella en situaciones de stress se levanta, se asoma a la ventana y dice cosas plenamente coherentes con el momento y la situación, algo que los vecinos le agradecen cuando se cruzan con ella a primeras horas de la mañana. O de anochecida, porque Margarita es muy de volver ver a las tantas vaya usted a saber de donde, y es entonces que ese agradecimiento puede hacerse efectivo. Cosas de la vida suele decir Mariquita cuando alguien le reprocha su incapacidad para llegar a tiempo a las citas con independencia de la hora.


En el preciso momento en que pienso tal cosa ( de qué cosa se trate no tiene la menor importancia), tengo la seguridad de que en un exoplaneta de otro sistema solar, alguien muy parecido a mí mismo está pensando exactamente lo mismo con algún matiz añadido insignificante, dada la rareza de tal fenómeno a miles de años luz. Eso debería usted tenerlo en cuenta en sus investigaciones cuando apunta sus telescopios hacia la profundidad del cosmos las noches estrelladas, en busca de la materia oscura, o de cualquier otro tipo de oscuridad tan frecuente a esas horas de la madrugada y en las angustias de san Juan de la Cruz en trance.






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