1.- LA
NOCHE
Yo a las cinco de la mañana es que me descojono. O
a las tres o las cuatro, que en cuestión de horarios no soy nada puntilloso.
Pero que sea de noche, eso sí, que haga oscuro y toda esa parafernalia que lo
acompaña (a lo oscuro, quiero decir). La forma de descojonarme es lo de menos,
pero puedo no obstante precisar que enseguida me pide levantarme, ir al baño y echarme
agua por la cara al tiempo que trato (a veces con gran esfuerzo) de cerrar la
quijada. La risa a esas horas es siempre estentórea, y el riesgo, por lo tanto,
de despertar a los vecinos es máximo. Si se tratase de ronquidos sería
diferente, son molestos, que duda cabe, pero con un poco de imaginación pueden
confundirse con las olas del mar, y ahora que termina el verano tomarse como
una prolongación de las vacaciones en la costa.
Otra
cosa que me sucede con esto de la risa nocturna, es algo que de inmediato puede
provocarme otra superpuesta, el puro hecho de que para tratar de contenerme me
aferro a las sábanas con una energía que hace temblar no solo al colchón sino
al somier que está más abajo, con el riesgo de que toda la estructura se vaya
al carajo, valga el pareado (o al garete, sin él). Pues bien, el episodio este
de las carcajadas a destiempo viene a durarme algo así como de un cuarto a
media hora, y es inútil que durante dicho periodo trate de despistarme leyendo
a Perez Galdós o a Apolonio Morales, porque soy incapaz de juntar las letras y
no digo nada de comprender las palabras. Del tal Apolonio, por otro lado, no
tengo nada. No obstante puedo certificar que el incidente suele terminar con
una serie de hipidos, que sin duda acabarán siendo lo más sobresaliente y lo
que sin duda alguna recordarán los vecinos de los pisos superiores, inferiores
y adyacentes al mío. Pregúnteles usted, si tiene algún interés, por la
escandalera que noche sí y noche también se organiza en el quinto letra b, y
verá usted los sacrilegios de los que son capaces honorables padres de familia
que van a misa y comulgan con frecuencia los domingos. Y los ingenieros
informáticos por meter a alguien más en el ajo, aunque sean más de misas
negras.
En
algunas ocasiones, sin embargo, de carcajadas nada. Lo que me sucede entonces,
es que me despierto chapoteando en un charco de sangre, pues al parecer mi
organismo tiene antojos y le da por organizar matanzas nocturnas de sí mismo, y
menudo cristo se arma en la cama. Yo, como es natural, lo primero que hago es
buscar el arma homicida, pues debe tratarse sin duda de un asesinato, aunque
sea fallido. Lo mejor sería toparme, o eso pienso en esos instantes, con una
faca albaceteña o un krys malayo, ya puestos en plan exótico e implicando a los
menudillos. Pero todo lo anterior con suma frecuencia puede solo ser un sueño
macabro, y de lo que se trata en sí, el numen del acontecimiento, es una
intensa tormenta de ventosidades que organiza un tremendo revuelo en la
habitación con el consiguiente descalabro de todos los Lladrós y y bibelots de
todo tipo a los que, por ser muy fino,
y hortera, soy muy proclive en mis aposentos.
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