Las cosas con vida pueden tener pelo o no tenerlo, pero las demás
cosas nunca lo tienen, aunque determinadas plantas puedan tener algo parecido.
Pilosidades o vellosidades, pero nunca pelo propiamente dicho. Claro que las
plantas son seres vivos mientras no se demuestre lo contrario.
Las cosas con vida, de hecho, no son realmente cosas sino seres
vivos (para la definición del ser, recurrir a Aristóteles, por ejemplo), aunque
con frecuencia sean tratadas como tales. Los seres vivos suelen ser más
reactivos que las cosas, y tener una voluntad propia que no siempre permite que
sean tratados a nuestro antojo. Por poner solo dos ejemplo: la lava de los
volcanes y los ciclones del Caribe.
Las cosas con vida, es decir los seres vivos, son entes
transitivos que mantienen con el exterior a ellos mismos un intercambio de
propiedades, normalmente en forma de fluidos (oxígeno, CO2. O dicloro difenil
tricloro etano, si tal cosa fuera posible). Las piedras son otra cosa, aunque
haya seres que las veneran, y por raro que parezca, intercambian con ellas
determinadas transacciones cargadas de significado.
Como norma general, los seres vivos necesitan de una atmósfera
para respirar (o agua si se trata de peces o tienen branquias). Algunos,
llamados humanos por ellos mismos, dicen tener alma, una entidad sobrenatural
que habita en su interior aunque nunca la hayan podido ver ni ubicar dentro de
su organismo. En latín se llamó ánima y en griego pneuma, que significan aire,
aliento o soplo, dando así la impresión de que de que dicho artefacto y la
respiración deben estar muy emparentados.
Se presentó en las Urgencias del hospital donde yo ejercía de
médico, alegando sufrir males difusos en gran parte de su anatomía. Al intentar
hacerle un pequeño historial médico para actuar en consecuencia, me dijo
lamentar no poder darme demasiados detalles, pues a pesar de su apariencia
humana, y por tanto de tratarse de un ser vivo, siempre se había considerado
una cosa, incapaz por lo tanto de hablar de si mismo con propiedad,
Cierre la boca, tápese la nariz con una pinza y piense de
inmediato en su alma, esa noble entidad de la que desde muy joven le dijeron
que moraba en su interior. Verá como pasados no más de treinta segundos algo se
hará más importante que ella y querrá respirar a pleno pulmón.
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