jueves, 10 de noviembre de 2016

LOS SERES VIVOS



Las cosas con vida pueden tener pelo o no tenerlo, pero las demás cosas nunca lo tienen, aunque determinadas plantas puedan tener algo parecido. Pilosidades o vellosidades, pero nunca pelo propiamente dicho. Claro que las plantas son seres vivos mientras no se demuestre lo contrario.

Las cosas con vida, de hecho, no son realmente cosas sino seres vivos (para la definición del ser, recurrir a Aristóteles, por ejemplo), aunque con frecuencia sean tratadas como tales. Los seres vivos suelen ser más reactivos que las cosas, y tener una voluntad propia que no siempre permite que sean tratados a nuestro antojo. Por poner solo dos ejemplo: la lava de los volcanes y los ciclones del Caribe.

Las cosas con vida, es decir los seres vivos, son entes transitivos que mantienen con el exterior a ellos mismos un intercambio de propiedades, normalmente en forma de fluidos (oxígeno, CO2. O dicloro difenil tricloro etano, si tal cosa fuera posible). Las piedras son otra cosa, aunque haya seres que las veneran, y por raro que parezca, intercambian con ellas determinadas transacciones cargadas de significado.

Como norma general, los seres vivos necesitan de una atmósfera para respirar (o agua si se trata de peces o tienen branquias). Algunos, llamados humanos por ellos mismos, dicen tener alma, una entidad sobrenatural que habita en su interior aunque nunca la hayan podido ver ni ubicar dentro de su organismo. En latín se llamó ánima y en griego pneuma, que significan aire, aliento o soplo, dando así la impresión de que de que dicho artefacto y la respiración deben estar muy emparentados.

Se presentó en las Urgencias del hospital donde yo ejercía de médico, alegando sufrir males difusos en gran parte de su anatomía. Al intentar hacerle un pequeño historial médico para actuar en consecuencia, me dijo lamentar no poder darme demasiados detalles, pues a pesar de su apariencia humana, y por tanto de tratarse de un ser vivo, siempre se había considerado una cosa, incapaz por lo tanto de hablar de si mismo con propiedad,

Cierre la boca, tápese la nariz con una pinza y piense de inmediato en su alma, esa noble entidad de la que desde muy joven le dijeron que moraba en su interior. Verá como pasados no más de treinta segundos algo se hará más importante que ella y querrá respirar a pleno pulmón.

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