jueves, 24 de noviembre de 2016

VARIACIONES SOBRE EL CONCEPTO DE CONCEPTO NUEVE



Un concepto puede con frecuencia actuar como una coartada para justificar una mala acción. Afirmar sin ningún motivo que fulano de tal es un hijo de puta, puede justificar una venganza por razones que nada tienen que ver con ese calificativo. El odio no es un concepto en sentido estricto sino una emoción que nos emparienta con los chimpancés por muy estetas y sofisticados que nos creamos.

Una lluvia de conceptos descendió y se apoderó de su cabeza con un ruido atronador que le sumió en una catatonia de la que nadie pudo recuperarle. No dormía y se pasaba el día dando definiciones de las cosas más peregrinas que nada tenían que ver consigo mismo. Un día aciago, sin embargo, dijo “cuchillo” y ya nunca pudo decir nada más.

Me gustan los conceptos muy elaborados en cuya definición intervienen una cantidad desorbitada de otros menores o subalternos que desconozco, y de los que a su vez debo informarme en las enciclopedia o cualquiera de las aplicaciones adecuadas de internet. Conceptos que, una vez comprendidos en toda su complejidad y extensión, justificarían que quienes se aproximaran a mí me tildaran de sabio. Humildemente.

Métete tus conceptos, tú los llamas criterios, por donde te quepa. Asume al ser cruel, a la persona desalmada que en realidad eres. Te sentirás liberado, y las neuronas de tu córtex prefrontal podrán al fin descansar de la agitada actividad a las que las tienes sometidas para justificar lo que todo el mundo califica simple y llanamente de asesinato.

El concepto de veinticuatro sucede al de veintitrés añadiéndole un uno, y antecede al de veinticinco restándole la misma cantidad. Es por lo tanto un concepto subordinado de otros dos, que a su vez son subordinados de él mismo con ciertos matices relacionados con la aritmética elemental: la adición y la sustracción. Lejos aún de la multiplicación, la división y la raíz cuadrada. Pero quizás no tanto de la teoría de límites y de las integrales. No sé si me explico.

Existen actitudes que no se substancian en un concepto que las justifique. Actitudes tan personales que ni lo filósofos más afamados ni los neurocientíficos más modernos han podido justificar basándose en los conceptos más elaborados y vanguardistas. Actitudes inexplicables que pueden traer en jaque a los sabios más eminentes de una época, incapaces de hallar en ella un sustrato ideológico que las avale. Digamos la samba y el karaoke.

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