Un concepto puede con frecuencia actuar como una
coartada para justificar una mala acción. Afirmar sin ningún motivo que fulano
de tal es un hijo de puta, puede justificar una venganza por razones que nada tienen
que ver con ese calificativo. El odio no es un concepto en sentido estricto
sino una emoción que nos emparienta con los chimpancés por muy estetas y
sofisticados que nos creamos.
Una lluvia de conceptos descendió y se apoderó de
su cabeza con un ruido atronador que le sumió en una catatonia de la que nadie
pudo recuperarle. No dormía y se pasaba el día dando definiciones de las cosas
más peregrinas que nada tenían que ver consigo mismo. Un día aciago, sin
embargo, dijo “cuchillo” y ya nunca pudo decir nada más.
Me gustan los conceptos muy elaborados en cuya
definición intervienen una cantidad desorbitada de otros menores o subalternos
que desconozco, y de los que a su vez debo informarme en las enciclopedia o
cualquiera de las aplicaciones adecuadas de internet. Conceptos que, una vez
comprendidos en toda su complejidad y extensión, justificarían que quienes se
aproximaran a mí me tildaran de sabio. Humildemente.
Métete tus conceptos, tú los llamas criterios, por
donde te quepa. Asume al ser cruel, a la persona desalmada que en realidad
eres. Te sentirás liberado, y las neuronas de tu córtex prefrontal podrán al
fin descansar de la agitada actividad a las que las tienes sometidas para
justificar lo que todo el mundo califica simple y llanamente de asesinato.
El concepto de veinticuatro sucede al de
veintitrés añadiéndole un uno, y antecede al de veinticinco restándole la misma
cantidad. Es por lo tanto un concepto subordinado de otros dos, que a su vez
son subordinados de él mismo con ciertos matices relacionados con la aritmética
elemental: la adición y la sustracción. Lejos aún de la multiplicación, la
división y la raíz cuadrada. Pero quizás no tanto de la teoría de límites y de
las integrales. No sé si me explico.
Existen actitudes que no se substancian en un
concepto que las justifique. Actitudes tan personales que ni lo filósofos más
afamados ni los neurocientíficos más modernos han podido justificar basándose
en los conceptos más elaborados y vanguardistas. Actitudes inexplicables que
pueden traer en jaque a los sabios más eminentes de una época, incapaces de hallar
en ella un sustrato ideológico que las avale. Digamos la samba y el karaoke.
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