Yo respiro por la boca. Quiero decir que, en
general, respiro por la boca, porque alguna que otra vez lo haga por la nariz a
pesar de tener el puente desviado, y con frecuencia vegetaciones. En ciertas
ocasiones, soy franco, respiro por ambos sitios. A la vez o alternativamente:
es cuestión de ponerse a ello y de entrenamiento. Me gustaría también ser capaz
de respirar por branquias, esa es la verdad, pero por más que lo intento
metiéndome en el agua y sumergiendo la cabeza, no soy capaz. No obstante,
insisto, porque en el fondo tengo la esperanza de que pueda llegar un momento
en el que por azares de la teoría de la evolución acabe haciéndolo, aunque,
dados los resultados, soy bastante escéptico. O sea, que lo más posible es que
tenga que acabar aceptando que tengo un sistema cardiorrespiratorio de mamífero
terrestre, algo que después de todo no supone ningún oprobio, y me equipara con
los elefantes y la gran mayoría de felinos de la sabana africana, objetos para
mí de un profundo orgullo, dada la admiración que les profeso.
También es cierto que en algunas ocasiones, por
ejemplo en las capas superiores de la estratosfera, tampoco me servirían para mucho, y tendría
que descender a regiones inferiores para que los alvéolos pulmonares pudieran sentirse
a sus anchas. O perecer en el intento, todo sea dicho. Afortunadamente no
frecuento los cohetes espaciales ni los aviones despresurizados que alcanzan
tal altura, por lo que de momento me mantengo incólume. Me conformo por lo
tanto con mi anatomía, por más que en ocasiones me enoje porque, digo yo,
nuestro creador o la famosa teoría darviniana podría habernos hecho más
polivalentes, capaces de respirar incluso en atmósferas enrarecidas y no solo
en la condicionada por la presencia masiva de oxígeno, elemento fundamental de
la tabla periódica de Mendeleiev, pero tremendamente
oxidativo y favorecedor de los incendios y las muertes prematuras. Una
compuesta de ácido sulfúrico o metano tendría su gracia, pero tampoco es
cuestión de trasladarse a Venus.
En cualquier caso, en mi laboratorio estoy
intentando buscar alternativas a estos límites a los que he hecho referencia, y
que como dije con anterioridad, nos ha impuesto el Todopoderoso o las
fluctuaciones cuánticas que dieron origen al universo, que a mí me tiene sin
cuidado el contencioso, aunque deba confesar que hace tiempo que no voy a misa.
Allí, en un ambiente agradable que se presta a la experimentación, intento
respirar por métodos alternativos, especialmente por aquellos lugares de mi
anatomía provistos de agujeros, de fácil localización para cualquiera con
cierta curiosidad, y en teoría para cualquiera que haya terminado la ESO.
Desgraciadamente, las funciones de los mismos son otras que poco tienen que ver
con la captación de oxígeno y la expulsión de CO2, pero todo se andará poniendo
en ello empeño.
Es posible, que en esta tesitura, lo mejor sería
simple y llanamente no respirar, como esos microorganismos de las profundidades
submarinas que como mucho lo hacen con gases sulfurosos prescindiendo totalmente
del oxígeno. Animales, por tanto, anaerobios. Quien sabe si nuestro organismo
forzado a ello acabará recompensando a la fe y voluntad de quienes lo intenten.
Yo, de entrada, ya me he comprado un traje de buzo. Y en el laboratorio voy
consiguiendo pequeños avances dotado con una pinza para la nariz y un rollo de
cinta americana para la boca. De momento he llegado al minuto y veinticinco
segundos sin respirar, resultado muy esperanzador en una persona que desde niño siempre se le dijo que era estrecho de
pecho.
Seguiremos informando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario