Lo que más
llamaba la atención de aquella mujer no era su extremada delgadez, sino su
incontinencia verbal. Parecía mentira que en un volumen tan reducido pudiera
generarse la energía necesaria para estar hablando durante horas sin
desfallecer. Daba apuro verla, y quien no la conociera sin duda estaría tentado
de intentar que se callara y que se dedicara, por ejemplo, a contemplar el
paisaje sin abrir la boca. Era agobiante verla pasar de un tema a otro sin
solución de continuidad, y con un brío que para sí quisieran los oradores más
dotados y vehementes. No se limitaba a perorar sobre cualquier asunto que fuera
surgiendo al hilo de la conversación, sino que cuando la implicación de los
demás decaía, ella se inventaba otros sin ton ni son, exigiendo que la
siguieran en sus excursos. No era por lo tanto una presencia recomendable en
cualquier momento del día, por ejemplo, tras un almuerzo bien servido con café
y licor a los postres, o al declinar la tarde, cuando el ánimo de la mayoría se
dispone al descanso nocturno, por lo que no era infrecuente verla sola a esas
horas paseando con cierta agitación por la calle en busca de interlocutores.
Era Eulalia, según se acaba de exponer, una mujer solitaria, aunque haya aquí
que precisar de inmediato que no era una mujer sola. Se quiere decir con esto
que, de hecho, estaba casada con un individuo de quien cabe precisar enseguida
que era todo lo opuesto a ella. De entrada, Fermín era un tipo rubicundo, con
un vientre extremadamente generoso, que cuando paseaban juntos ofrecía un
contraste verdaderamente hiriente de la pareja. Y no solo eso, pues a pesar de
que su aspecto le podía presentar como un sujeto dado a la facundia, era por el
contrario una persona extremadamente seria y de pocas palabras. En las raras
ocasiones que se les veía juntos, ella solía dirigirse a él a voces, esperando
en vano una respuesta o una conversación que de ninguna manera Fermín parecía
dispuesto a entablar. No es por tanto de extrañar que con frecuencia se viera a
Eulalia sola o en compañía de amistades de dudosa clasificación, pero que,
puestos a buscar una aproximación, podrían calificarse como de corazón alegre y
amantes del vino a granel. No es por tanto de extrañar que esta mujer,
acostumbrada a la vida a la intemperie, fuera señalada en la localidad como una
de las pocas integrantes de su sexo dada a las expresiones malsonantes. “Vete a
hacer puñetas” y “porque no me sale de los cojones” eran dos de sus preferidas,
con las que sin duda pretendía establecer un puente con los hombres que solían
acompañarla en sus horas de asueto, que en principio eran prácticamente todas.
Su bebida preferida era el vino peleón, para ella de mayor calidad que los que
tenían “denominación de origen”, pues “la química industrial es lo mejor que
hay para el organismo”, según frase que tenía acuñada como repuesta cuando
alguien le recriminaba su mal gusto, aludiendo sin duda a la cantidad de
porquería que se le añade a la uva fermentada para el infecto clarete que solía
ofrecerse. Aguantaba con estoicismo las ironías y comentarios desabridos que
solían hacerle sobre Fermín, de quien solía decirse que tenía un embarazo de
ocho meses o que pronto tendría mellizos. En ocasiones, sin embargo, esta
mujer, sentía en lo más profundo de sí misma aquel sarcasmo, y ofrecía al
malediciente un par de buenas hostias, aunque de inmediato rompiera a llorar y
se riera a carcajadas alternativamente. De aquel hombre no se sabía gran cosa,
o se sabía todo, pues en cualquier caso su carácter retraído hacía difícil
hacer un juicio auténtico sobre él. Estaba claro que durante muchos años había
trabajado en La Naval, una empresa de construcción de barcos de ámbito
nacional, en la que Fermín ocupaba un cargo administrativo de poca importancia.
Quienes le conocieron allí, tampoco podían añadir mucho más sobre su forma de
ser, pues el hombre solía permanecer durante horas parapetado detrás de su mesa,
sin compartir con sus compañeros los escasos momentos de asueto de los que disponían
durante la jornada. Alguien, sin embargo, aseguraba que sobre su mesa tenía
colocada una foto de Eulalia enmarcada en plata, lo que dice bien a las claras
la dependencia interna que aquel hombre tenía de ella, a pesar de sus magras
carnes. Misterios de la psicología humana que nos hace dependientes a unos de
otros por razones no siempre evidentes, pues por otro lado, Fermín era
totalmente abstemio. Cuando a principios del otoño se pudo observar que la cara
de aquella mujer adquiría una tonalidad amarillenta, se llegó a pensar que
quizás se debía al cambio que la luz experimenta en esa estación al ser menor
el ángulo de incidencia de los rayos solares sobre la superficie de La Tierra,
pero cuando tal tonalidad alcanzó al blanco de los ojos, se hizo evidente que
se trataba de otra cosa. Eulalia apenas duró dos meses aquejada de una cirrosis
galopante, que soportó con estoicismo y hasta cierto orgullo, oyéndosela
exclamar en alguna ocasión antes del óbito “que me quiten lo bailao”. Su
marido, que se mostró inconsolable durante meses, empezó después una vida que
recordaba a la de la difunta, pues a partir de entonces frecuentaba los lugares
donde ella solía ir, en los que trataba de convencer a sus contertulios de las
bondades de aquella mujer, de la que, en su opinión, lo menos importante era lo
enjuto de su fisonomía o las inestabilidad de su carácter, pues en la intimidad
poseía encantos que no era cuestión de publicitar. Su desesperación, sin
embargo, le llevó a arrojarse a la calle desde el balcón de su casa en un
intento de quitarse la vida y acompañarla en el más allá, según más tarde
explicó. Desgraciadamente para sus intenciones, un toldo de buenas dimensiones
de lona endurecida (se dice que fabricado por La Naval para las velas de las
embarcaciones de recreo), le impidió cumplir su objetivo, y en la actualidad,
una vez recuperado, ha vuelto a su vida anterior y raramente se le ve por la
calle, normalmente temprano por la mañana cuando sale a comprar la prensa y el
pan. En cualquier caso, cabe reseñar que el propietario del establecimiento
cuyo toldo salvó la vida a Fermín, ha mandado retirarlo, al no hacerse cargo el
seguro ni Fermín de los gastos Es obvio que cualquier salto futuro desde el
mismo lugar no tendrá un desenlace tan favorable como el anterior, lo que hace
suponer a los vecinos que la pareja pronto se reunirá en un lugar del más allá,
adónde todos irán a parar a poco que pase el tiempo.
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