martes, 20 de agosto de 2013

INCONTINENCIAS


Lo que más llamaba la atención de aquella mujer no era su extremada delgadez, sino su incontinencia verbal. Parecía mentira que en un volumen tan reducido pudiera generarse la energía necesaria para estar hablando durante horas sin desfallecer. Daba apuro verla, y quien no la conociera sin duda estaría tentado de intentar que se callara y que se dedicara, por ejemplo, a contemplar el paisaje sin abrir la boca. Era agobiante verla pasar de un tema a otro sin solución de continuidad, y con un brío que para sí quisieran los oradores más dotados y vehementes. No se limitaba a perorar sobre cualquier asunto que fuera surgiendo al hilo de la conversación, sino que cuando la implicación de los demás decaía, ella se inventaba otros sin ton ni son, exigiendo que la siguieran en sus excursos. No era por lo tanto una presencia recomendable en cualquier momento del día, por ejemplo, tras un almuerzo bien servido con café y licor a los postres, o al declinar la tarde, cuando el ánimo de la mayoría se dispone al descanso nocturno, por lo que no era infrecuente verla sola a esas horas paseando con cierta agitación por la calle en busca de interlocutores. Era Eulalia, según se acaba de exponer, una mujer solitaria, aunque haya aquí que precisar de inmediato que no era una mujer sola. Se quiere decir con esto que, de hecho, estaba casada con un individuo de quien cabe precisar enseguida que era todo lo opuesto a ella. De entrada, Fermín era un tipo rubicundo, con un vientre extremadamente generoso, que cuando paseaban juntos ofrecía un contraste verdaderamente hiriente de la pareja. Y no solo eso, pues a pesar de que su aspecto le podía presentar como un sujeto dado a la facundia, era por el contrario una persona extremadamente seria y de pocas palabras. En las raras ocasiones que se les veía juntos, ella solía dirigirse a él a voces, esperando en vano una respuesta o una conversación que de ninguna manera Fermín parecía dispuesto a entablar. No es por tanto de extrañar que con frecuencia se viera a Eulalia sola o en compañía de amistades de dudosa clasificación, pero que, puestos a buscar una aproximación, podrían calificarse como de corazón alegre y amantes del vino a granel. No es por tanto de extrañar que esta mujer, acostumbrada a la vida a la intemperie, fuera señalada en la localidad como una de las pocas integrantes de su sexo dada a las expresiones malsonantes. “Vete a hacer puñetas” y “porque no me sale de los cojones” eran dos de sus preferidas, con las que sin duda pretendía establecer un puente con los hombres que solían acompañarla en sus horas de asueto, que en principio eran prácticamente todas. Su bebida preferida era el vino peleón, para ella de mayor calidad que los que tenían “denominación de origen”, pues “la química industrial es lo mejor que hay para el organismo”, según frase que tenía acuñada como repuesta cuando alguien le recriminaba su mal gusto, aludiendo sin duda a la cantidad de porquería que se le añade a la uva fermentada para el infecto clarete que solía ofrecerse. Aguantaba con estoicismo las ironías y comentarios desabridos que solían hacerle sobre Fermín, de quien solía decirse que tenía un embarazo de ocho meses o que pronto tendría mellizos. En ocasiones, sin embargo, esta mujer, sentía en lo más profundo de sí misma aquel sarcasmo, y ofrecía al malediciente un par de buenas hostias, aunque de inmediato rompiera a llorar y se riera a carcajadas alternativamente. De aquel hombre no se sabía gran cosa, o se sabía todo, pues en cualquier caso su carácter retraído hacía difícil hacer un juicio auténtico sobre él. Estaba claro que durante muchos años había trabajado en La Naval, una empresa de construcción de barcos de ámbito nacional, en la que Fermín ocupaba un cargo administrativo de poca importancia. Quienes le conocieron allí, tampoco podían añadir mucho más sobre su forma de ser, pues el hombre solía permanecer durante horas parapetado detrás de su mesa, sin compartir con sus compañeros los escasos momentos de asueto de los que disponían durante la jornada. Alguien, sin embargo, aseguraba que sobre su mesa tenía colocada una foto de Eulalia enmarcada en plata, lo que dice bien a las claras la dependencia interna que aquel hombre tenía de ella, a pesar de sus magras carnes. Misterios de la psicología humana que nos hace dependientes a unos de otros por razones no siempre evidentes, pues por otro lado, Fermín era totalmente abstemio. Cuando a principios del otoño se pudo observar que la cara de aquella mujer adquiría una tonalidad amarillenta, se llegó a pensar que quizás se debía al cambio que la luz experimenta en esa estación al ser menor el ángulo de incidencia de los rayos solares sobre la superficie de La Tierra, pero cuando tal tonalidad alcanzó al blanco de los ojos, se hizo evidente que se trataba de otra cosa. Eulalia apenas duró dos meses aquejada de una cirrosis galopante, que soportó con estoicismo y hasta cierto orgullo, oyéndosela exclamar en alguna ocasión antes del óbito “que me quiten lo bailao”. Su marido, que se mostró inconsolable durante meses, empezó después una vida que recordaba a la de la difunta, pues a partir de entonces frecuentaba los lugares donde ella solía ir, en los que trataba de convencer a sus contertulios de las bondades de aquella mujer, de la que, en su opinión, lo menos importante era lo enjuto de su fisonomía o las inestabilidad de su carácter, pues en la intimidad poseía encantos que no era cuestión de publicitar. Su desesperación, sin embargo, le llevó a arrojarse a la calle desde el balcón de su casa en un intento de quitarse la vida y acompañarla en el más allá, según más tarde explicó. Desgraciadamente para sus intenciones, un toldo de buenas dimensiones de lona endurecida (se dice que fabricado por La Naval para las velas de las embarcaciones de recreo), le impidió cumplir su objetivo, y en la actualidad, una vez recuperado, ha vuelto a su vida anterior y raramente se le ve por la calle, normalmente temprano por la mañana cuando sale a comprar la prensa y el pan. En cualquier caso, cabe reseñar que el propietario del establecimiento cuyo toldo salvó la vida a Fermín, ha mandado retirarlo, al no hacerse cargo el seguro ni Fermín de los gastos Es obvio que cualquier salto futuro desde el mismo lugar no tendrá un desenlace tan favorable como el anterior, lo que hace suponer a los vecinos que la pareja pronto se reunirá en un lugar del más allá, adónde todos irán a parar a poco que pase el tiempo.

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