jueves, 22 de agosto de 2013

INAUGURACIONES


La inauguración del local tuvo lugar a últimos de Agosto, antes de que los otros establecimientos reabrieran al finalizar las vacaciones. Esta estrategia le pareció a Pepe  la manera adecuada para la captación de clientes por el boca a boca antes de que estos volvieran a sus hábitos rutinarios. Los conocidos fuimos invitados de manera informal, pues desde un principio quedó claro que la celebración por la apertura iba a ser modesta y sin ninguna pretensión. De hecho, los asistentes aquella tarde sofocante de verano no llegamos a las dos docenas, incluidos los dos empleados, que asistieron al supuesto acto con cara de cierta perplejidad. De los presentes enseguida me llamó la atención un tipo calvo y entrado en carnes, que nada más verme al entrar me saludó con efusión, como si fuéramos amigos de toda la vida. Intenté zafarme dirigiéndome a otras personas, pero su insistencia y la rotundidad de su presencia me lo impidió, por lo que pronto cedí y me dediqué a escucharle con la cortesía que se supone en un ser civilizado cuando no hay más remedio. Decía conocerme de una tarde en cierto lugar (no fui capaz de recordarlo), y que lo que más le había llamado la atención, era mi facilidad para expresar de forma simple las ideas más abstractas. Desde entonces le quedó claro que el mundo no era lo que podía parecer desde un punto de vista personal, sino lo que era según la interpretación del grupo al que se pertenecía, dado que este era el generador del lenguaje con el que nos expresamos. El tipo calvo y fornido no cejaba en su pretensión de que de alguna manera yo interviniera en su monólogo, y a partir de cierto momento, acompañó sus afirmaciones con golpes en mi costado que fueron in crescendo según avanzaba la tarde. Incapaz de darme a la fuga, so pena de ser considerado como un maleducado, intenté en un principio cubrirme los flancos extendiendo los brazos a lo largo del cuerpo, lo que hizo que alguien a mi lado me preguntase si me sentía bien, supongo que por mi aspecto de momia. Busqué con la mirada el apoyo de alguien próximo que acudiera en mi auxilio y me librara de aquella presencia invasiva y mareante, pero hasta Pepe, el jefe, me lanzó una ,mirada entre divertida y lastimera, como si estuviera al corriente de lo que me podía estar pasando. Se me hizo entonces evidente que aquel individuo debía ser alguien conocido por su facilidad para pegarse al prójimo y soltarle lo que le viniera en gana, con lo que me sentí autorizado a realizar un cambio radical de actitud y que aquel tipo dejara de tomarme por un panolis. En cuanto esta idea se afianzó en mis meninges, empecé de inmediato a tratarlo de usted procurando mirarle con insistencia sobre la cabeza, como si verdaderamente estuviera tratando de contar el número de pelos que le quedaban en la misma o padeciera de una repentina miopía, algo que pronto surtió efecto, pues empezó a sudar profusamente. Sin darle tiempo a que reiniciara su errático discurso, le dije que las cosas no solo no son lo que aparentan, sino que siquiera son los que podrían ser como referente, ya que de alguna manera están cargadas de un esencialismo apriorístico, que entroncaba con la teoría platónica de las formas. Una silla es una silla, eso es evidente, como usted puede bien entender- le dije al gordo- pero usted nunca podrán sentarse sobre las letras que la señalan, siendo estas, sin embargo, tanto o más sillas que las que sin duda tiene usted en el salón de su casa. No sé si me explico, concluí. Aunque parezca poco creíble, esta enérgica reacción dialéctica fue suficiente para que aquel individuo alegara un mal difuso debido lo cargado que estaba el ambiente, para irse a pegar la hebra a otro lugar, momento que Pepe aprovechó para acercarse  y tratar de disculparse por la presencia en el lugar de tipos como aquel, pero “es que me da pena, está muy solo y es huérfano”, para ausentarse casi de inmediato con una bandeja cargada de canapés de anchoas, embutidos y queso manchego. Me quedé solo y me sentí de improviso asaltado por una profunda sensación de melancolía. Juzgaba en mi interior que quizás había sido cruel con un hombre que, después de todo, únicamente buscaba el refugio de una palabra amable o una mirada amistosa, por lo que sentí el impulso inmediato de dirigirme de nuevo a él y decirle que contara conmigo para cualquier cosa que necesitara. Incluso una ayuda económica si tal fuera el caso. Supe sin embargo contenerme al ver desde el lugar que ocupaba, que en aquellos momentos estaba muy alegre entre un grupo de personas que le rodeaban, y que parecían considerarle el líder, pues, entre ellas, incluso había algunas que mantenían en su presencia una actitud respetuosa e incluso reverencial. Esta sensación contradictoria me sumió en un estado de agitación que traté de inmediato de calmar con dos copas de vino que pude despistar de uno de los camareros que pasaba con una bandeja por encima del hombro. Reflexioné en el sinsentido de determinadas concepciones que llegamos a tener de cuanto nos rodea, y lo expuesto que estamos a errores garrafales, al aceptar como verdaderas las primeras impresiones. Claro que, reflexioné a continuación, también era posible que Edelmiro (su nombre me llegó de alguien que se dirigía a él en voz alta), fuera al mismo tiempo un pobre hombre necesitado de afecto y proximidad, y un conductor de masas, dotado de una oratoria capaz de levantar a la gente de sus asientos para vitorearle. Cuando al cabo de una hora larga me despedí de Pepe, felicitándole por su nueva empresa, él me miró con un gesto un tanto preocupado, y me dijo “te vas ahora que llegan las gambas y las cigalas de tronco: te pierdes lo mejor”, para a continuación añadir un tanto cariacontecido “aunque comprendo que hay circunstancias en la vida que le hacen dudar a uno de su propia identidad. Si es así, como presumo, quiero que sepas algo, Julián: estoy contigo”.

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