La inauguración
del local tuvo lugar a últimos de Agosto, antes de que los otros
establecimientos reabrieran al finalizar las vacaciones. Esta estrategia le
pareció a Pepe la manera adecuada para
la captación de clientes por el boca a boca antes de que estos volvieran a sus
hábitos rutinarios. Los conocidos fuimos invitados de manera informal, pues
desde un principio quedó claro que la celebración por la apertura iba a ser
modesta y sin ninguna pretensión. De hecho, los asistentes aquella tarde
sofocante de verano no llegamos a las dos docenas, incluidos los dos empleados,
que asistieron al supuesto acto con cara de cierta perplejidad. De los
presentes enseguida me llamó la atención un tipo calvo y entrado en carnes, que
nada más verme al entrar me saludó con efusión, como si fuéramos amigos de toda
la vida. Intenté zafarme dirigiéndome a otras personas, pero su insistencia y
la rotundidad de su presencia me lo impidió, por lo que pronto cedí y me
dediqué a escucharle con la cortesía que se supone en un ser civilizado cuando
no hay más remedio. Decía conocerme de una tarde en cierto lugar (no fui capaz
de recordarlo), y que lo que más le había llamado la atención, era mi facilidad
para expresar de forma simple las ideas más abstractas. Desde entonces le quedó
claro que el mundo no era lo que podía parecer desde un punto de vista
personal, sino lo que era según la interpretación del grupo al que se
pertenecía, dado que este era el generador del lenguaje con el que nos
expresamos. El tipo calvo y fornido no cejaba en su pretensión de que de alguna
manera yo interviniera en su monólogo, y a partir de cierto momento, acompañó sus
afirmaciones con golpes en mi costado que fueron in crescendo según avanzaba la
tarde. Incapaz de darme a la fuga, so pena de ser considerado como un
maleducado, intenté en un principio cubrirme los flancos extendiendo los brazos
a lo largo del cuerpo, lo que hizo que alguien a mi lado me preguntase si me
sentía bien, supongo que por mi aspecto de momia. Busqué con la mirada el apoyo
de alguien próximo que acudiera en mi auxilio y me librara de aquella presencia
invasiva y mareante, pero hasta Pepe, el jefe, me lanzó una ,mirada entre
divertida y lastimera, como si estuviera al corriente de lo que me podía estar
pasando. Se me hizo entonces evidente que aquel individuo debía ser alguien
conocido por su facilidad para pegarse al prójimo y soltarle lo que le viniera
en gana, con lo que me sentí autorizado a realizar un cambio radical de actitud
y que aquel tipo dejara de tomarme por un panolis. En cuanto esta idea se
afianzó en mis meninges, empecé de inmediato a tratarlo de usted procurando
mirarle con insistencia sobre la cabeza, como si verdaderamente estuviera
tratando de contar el número de pelos que le quedaban en la misma o padeciera
de una repentina miopía, algo que pronto surtió efecto, pues empezó a sudar
profusamente. Sin darle tiempo a que reiniciara su errático discurso, le dije
que las cosas no solo no son lo que aparentan, sino que siquiera son los que podrían
ser como referente, ya que de alguna manera están cargadas de un esencialismo
apriorístico, que entroncaba con la teoría platónica de las formas. Una silla
es una silla, eso es evidente, como usted puede bien entender- le dije al
gordo- pero usted nunca podrán sentarse sobre las letras que la señalan, siendo
estas, sin embargo, tanto o más sillas que las que sin duda tiene usted en el
salón de su casa. No sé si me explico, concluí. Aunque parezca poco creíble,
esta enérgica reacción dialéctica fue suficiente para que aquel individuo
alegara un mal difuso debido lo cargado que estaba el ambiente, para irse a
pegar la hebra a otro lugar, momento que Pepe aprovechó para acercarse y tratar de disculparse por la presencia en
el lugar de tipos como aquel, pero “es que me da pena, está muy solo y es
huérfano”, para ausentarse casi de inmediato con una bandeja cargada de canapés
de anchoas, embutidos y queso manchego. Me quedé solo y me sentí de improviso
asaltado por una profunda sensación de melancolía. Juzgaba en mi interior que
quizás había sido cruel con un hombre que, después de todo, únicamente buscaba
el refugio de una palabra amable o una mirada amistosa, por lo que sentí el
impulso inmediato de dirigirme de nuevo a él y decirle que contara conmigo para
cualquier cosa que necesitara. Incluso una ayuda económica si tal fuera el caso.
Supe sin embargo contenerme al ver desde el lugar que ocupaba, que en aquellos
momentos estaba muy alegre entre un grupo de personas que le rodeaban, y que
parecían considerarle el líder, pues, entre ellas, incluso había algunas que
mantenían en su presencia una actitud respetuosa e incluso reverencial. Esta
sensación contradictoria me sumió en un estado de agitación que traté de inmediato
de calmar con dos copas de vino que pude despistar de uno de los camareros que
pasaba con una bandeja por encima del hombro. Reflexioné en el sinsentido de
determinadas concepciones que llegamos a tener de cuanto nos rodea, y lo
expuesto que estamos a errores garrafales, al aceptar como verdaderas las
primeras impresiones. Claro que, reflexioné a continuación, también era posible
que Edelmiro (su nombre me llegó de alguien que se dirigía a él en voz alta),
fuera al mismo tiempo un pobre hombre necesitado de afecto y proximidad, y un
conductor de masas, dotado de una oratoria capaz de levantar a la gente de sus
asientos para vitorearle. Cuando al cabo de una hora larga me despedí de Pepe,
felicitándole por su nueva empresa, él me miró con un gesto un tanto
preocupado, y me dijo “te vas ahora que llegan las gambas y las cigalas de
tronco: te pierdes lo mejor”, para a continuación añadir un tanto
cariacontecido “aunque comprendo que hay circunstancias en la vida que le hacen
dudar a uno de su propia identidad. Si es así, como presumo, quiero que sepas
algo, Julián: estoy contigo”.
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