domingo, 26 de agosto de 2018

NOCTURNIDAD DOS (LOCOMOTORAS)


Anoche no he soñado absolutamente nada, aunque quizás sería más justo decir que no tengo conciencia de haberlo hecho. Hoy en día se sabe que todas las personas soñamos durante una fase llamada REM, en el transcurso de la cual se dan unos movimientos rápidos de los ojos posiblemente provocados por el contenido de los sueños. O al revés, que de eso no hay todavía certeza. Es posible que algunos animales también sueñen pues en ellos se da esa fase, pero desgraciadamente ninguno hasta ahora ha sido capaz de confirmarlo, a no ser que algunos ruidos que emiten en esos momentos sean considerados como una demostración (algunos perros ladran intempestivamente y casi todos los primates y monos gruñen sin venir a cuento durante la noche). Pero todo lo anterior no tiene la menor importancia en relación con lo que hoy quiero reseñar, que podría resumirse en la siguiente frase “yo no tengo conciencia de haber soñado, pero ella . Y lo que sigue es la explicación.
       En primer lugar ella.  Esta mañana, al poco de sentarme solo para desayunar en una de las mesas habilitadas al efecto en el comedor, se me ha acercado una mujer madura, supongo que rondando ya los cincuenta, y me ha pedido permiso para sentarse en mi mesa y acompañarme. Sorprendido, le he contestado que desde luego (creo que añadí que faltaría más y que estaba encantado de que lo hiciera). Lo hizo rápidamente y de inmediato me dijo que tenía algo secreto y muy extraño que le había sucedido durante la noche. Me pedía disculpas por anticipado pero tenía el convencimiento que esa era la única manera de tranquilizarse, pues me había observado y tenía la certeza de que yo era una persona comprensiva. Estaba todavía muy agitada y lo que tenía que contarme era lo suficientemente chocante para que yo comprendiera de inmediato su desazón. En resumidas cuentas vino a decirme que con toda seguridad ya me habría dado cuenta de que en las proximidades del hotel donde nos alojábamos se encontraba la estación de ferrocarril de la ciudad, con un intenso tráfico nocturno que tampoco a mí me habría pasado desapercibido. Pues bien, a media noche, después ya del paso de varios trenes que la habían mantenido despierta y en vilo, se quedó profundamente dormida, algo siempre de agradecer, si no fuera porque a partir de ese momento (y aquí la mujer soltó algo parecido a un gemido) sintió que los siguientes efectuaban la parada no en la estación, como sin duda sería lo lógico, sino en el interior de su vagina, con las consiguientes sensaciones debidas a un ajetreo tan intenso. Dicho lo cual me miró intensamente a los ojos dando toda la impresión de esperar de mí un comentario y exclamando ¡pues usted se podrá imaginar como estoy!
    Absolutamente perplejo por lo que acababa de oír y buscando una salida rápida a la situación creada por la inesperada irrupción de aquella mujer, busqué una salida airosa y educada a la misma, pero debo reconocer que fui incapaz. Recurriendo posiblemente a  las soluciones ante otras embarazosas vividas durante mi adolescencia, me limité a imitar su nivel de sinceridad contestándole que si ella tenía la sensación que los convoyes del ferrocarril se le manifestaban en el interior de su vagina, en mi caso el día anterior me había sucedido algo parecido, para lo cual recurrí a abrirme la bragueta con la discreción que el momento requería, mostrándole mi pene erecto a la vez que exclamaba ¡mire, mire, en mi caso uno de los trenes me dejó la locomotora, que desde este mismo instante pongo a su servicio!

jueves, 23 de agosto de 2018

NOCTURNIDAD. UNO

A las tres de la mañana tengo el absoluto convencimiento de que me estoy volviendo loco. Poco después, sin embargo, me digo que tal cosa quizás no sea totalmente cierta porque a esas horas suelo dormir y es probable que se trate de un sueño. También podría suceder que no se trate de absoluto como quedó dicho más arriba sino de absurdo, lo cual siendo parecido ortográficamente, no tiene nada que ver semánticamente y está más acorde con lo que sigue. En cualquier caso decido continuar durmiendo y lo hago casi de inmediato, lo que me alegra por razones desconocidas pero que deben tener que ver con el merecido descanso nocturno. Etcétera. Como mínimo, sin embargo, puedo asegurar que durante un rato largo he tenido la sensación de que mi cuerpo era de goma y con un esqueleto cartilaginoso, lo que me ha permitido realizar una serie de contorsiones dignas de un circo y también unos asanas muy originales. Y muy alejados de los habituales, expuestos en los libros de yoga. Al mismo tiempo, aunque ahora mismo no pueda dar fe de ello con seguridad, he tenido la clara percepción de que mis piernas se volvían otra cosa, una especie de seudópodos multiformes que se agarraban al somier de la cama con una energía y tenacidad merecedoras de mejores fines. Cuando logré librarme del agarre, extendí los susodichos seudópodos hacia el aire componiendo unas increíbles figuras, emparentadas con las acrobacias más sofisticadas. Poco después, casi exhausto, los dejé descansar sobre las sábanas  y tuve la certeza de que iba a ser pronto operado de una rara afección de la parte inferior de mi organismo, hecho excepción de lo fácilmente imaginable, que no menciono por un pudor adquirido cuando apenas era un crío debido a las enseñanzas de la Santa Madre Iglesia. Se trataba en todo caso una intervención quirúrgica absolutamente incruenta y por lo tanto aceptable y nada agresiva.
    Debo reconocer, no obstante, que si todo lo anterior fuera falso y solo debido a mi exuberante fantasía, para nada lo sería afirmar que la noche ha sido intensa debido no solo a mis complejísimos pensamientos que no vale la pena exponer aquí por in-comprensibles, sino al desmesurado ajetreo de trenes nocturnos en la vecina estación de ferrocarril. Tenía hasta ayer el convencimiento que en esta zona del país la gente no viajaba de noche, o al menos que no viajaba en tren, pero visto lo visto, de eso nada. O mejor oído lo oído, seamos exactos. Claro que podría tratarse de trenes raros, vacíos cuya única finalidad sería mantener despiertos a los vecinos de las vías, o tratarse en todo cado de trenes de mercancías. Aquí abunda el ganado de todo tipo, y es bien sabido que sobre todo al ovino, al cerdo ibérico y a las vacas les gusta viajar de noche. Son muy discretos y prefieren pasar inadvertidos.

viernes, 10 de agosto de 2018

JULIÁN


I
(telefono)

¿Julián?
¡Dígame!
Oiga. .… ¿Julián es usted?
No…no soy Julián, pero dígame…
Pero yo quiero hablar con Julián…
Julián ahora no se puede poner…
Pero ¿Julián está ahí o no? …
Sí, está cerca, pero no se puede poner. No son horas…
Dígale que es urgente…
Para Julián, a las cuatro de la mañana lo más urgente es dormir…
Pero ha pasado algo. Y es grave. Dígale que se ponga, por favor…
Caballero, no son horas. A las ocho se suele levantar y entonces sí será el momento adecuado…
Es algo grave, muy grave…
La gravedad depende del punto de vista. A las cuatro de la mañana no hay nada demasiado grave…
Pero… ¡hay muertos!
Hay muertos a todas horas. Y precisamente los muertos pueden esperar.

II
(telefono)

Buenos días.
Buenos días, dígame
Buenos días, me llamo Julián y quiero hablar con el ama de casa.
En esta casa no hay ninguna ama de casa. Vivo solo.
Bueno, perdone ¿No se ofenderá si le llamo amo de casa?
La verdad es que no me hace demasiada gracia, pero dígame.
Mire, se trata de sus electrodomésticos. De todos, desde el frigorífico hasta la tostadora.
No tengo tostadora, y por favor dígame rápido de que se trata que estoy muy ocupado.
Ah! Seguramente trabaja usted en casa. Y posiblemente con su ordenador. Pues debe saber que nuestra compañía también lo considera un electrodoméstico, y por lo tanto incluido en nuestra oferta.
¿De que oferta me habla? Sin duda de algún tipo de seguro.
Bueno, nuestra empresa no lo llama seguro sino garantía. Garantía de funcionamiento. Usted ya debe saber lo que es la obsolescencia, un concepto muy actual hoy en día. Y muy real…sus electrodomésticos están todos diseñados para estropearse a plazo fijo. Máximo cinco o seis años. Y nosotros podemos solucionárselo porque es un problema que se le va a plantear enseguida.
¿Ah sí? Y dígame de qué manera.
Muy sencillo. Usted colabora con nosotros con una cuota mínima mensual por cada uno de los electrodomésticos que quiera garantizar, y cuando falle nosotros le proporcionamos otro nuevo de las mismas características. Siempre que usted lo vuelva a garantizar, claro está.
Pero oiga, lo que está claro es que el que ustedes me proporcionen tendrá también su periodo de obsolescencia, y será la historia de nunca acabar. Comprenda que no me interese.
Creo que se va a perder usted una oportunidad única de tener siempre todos los electrodomésticos como nuevos.
Sí, y pagándolos indefinidamente.
Pero a un precio muy por debajo de su valor de coste.
Mire Julián, de verdad, no me interesa pero me ha caído usted bien. Ha estado usted muy correcto y no ha insistido más de la cuenta. Sépalo usted.
En ese caso podíamos dejar de lado la obsolescencia y tomarnos una copa cualquier día de estos. Cerca de su casa hay uno locales muy interesantes.
Prefiero otra zona. Por aquí, ya sabe, los vecinos. Soy bastante conocido.
Bueno, bribón, te llamo mañana y quedamos. Y no te traigas la tostadora, ja, ja, que no hará falta.


III
(telefonillo de la calle)

Alabado sea el Señor…
¿Cómo dice?
Que ave María purísima, le digo, hermano…
Oiga, que yo soy ateo…
Eso es lo usted se cree…
Le repito que yo precisamente no creo en nada…
Y yo le repito, con perdón, que lo que sucede es que no se da cuenta pero cree. Vaya si cree…
Soy más ateo que la Unión Soviética en sus buenos tiempos, créame usted a mí…
Perdone que le diga que tiene usted voz de buena persona, y eso solo es posible cuando se cree en algo superior…
Yo creo en la ética. En que hay que ayudar a los negros, por ejemplo, pero poco más.
Se quita usted importancia, pero tiene una voz cálida de buena persona que le delata. Se hace usted daño tratando de no creer…
La verdad es que me gusta el arte religioso, es cierto. El románico, el gótico y esas cosas. Y el Papa de ahora parece un buen tipo…
Wojtyla era un santo, pero tenía demasiado carácter y eso le hizo antipático a algunos que se quedaban en lo externo…
Pero bueno, crea o no ¿qué quiere usted?
Mire, si no me abre no voy a poder enseñarle este regalo maravilloso que le traigo…
¿Un regalo?
Sí, una Biblia facsímil del beato de santo Toribio de Liébana…
Le he digo que soy ateo.
Sí, pero también que le gusta mucho el arte sacro. Y que mejor joya para empezar que este maravilloso libro…
¿Para empezar? ¿Y cuanto cuesta?
Lo puede pagar en cómodos plazos de cuarenta euros al mes durante cinco años…
¿Cinco años? Eso es como comprarse una moto, casi un coche.
Se compra usted mucho más. Además con la Biblia vienen las indulgencias de Su Santidad, que a usted le cae tan bien.
Bueno, le abro, pero no se haga ilusiones, Julián, que yo soy un ateo convencido.
Sí, también lo era san Pablo, y ya sabe como acabó…

miércoles, 8 de agosto de 2018

LIDERAZGOS


Siempre quise ser jefe. Jefe de algo, de lo que fuera, pero, eso sí, que se notase. No me vale estar en una ventanilla de una Oficina de Correos despachando sellos o enviando giros, ni ser portero de una finca, aunque a pesar de todo, en cualquiera de ambos casos tendría algún margen para ejercer la autoridad que me haya sido conferida para desempeñar esos cargos. De portero, aun humillándome que algún vecino pueda abusar de mí y encargarme tareas indebidas, puedo tomar algunas decisiones que le impliquen, y no tendrá más remedio que obedecerme, como en ciertas tareas colectivas ordenadas por la Comunidad. En la Oficina de Correos, podía ingeniármelas para complicar el pago de los sellos o los giros a los clientes y otras minucias por el estilo, a las que no tendrán otra solución que obedecer.
        Pero yo siempre he querido ser capitán, esa figura paradigmática de las unidades militares, cuyo jefe goza de cierto prestigio y es además un hombre joven, que puede imponer directamente su voluntad a muchos otros a sus órdenes. Claro que no sé muy bien como podría llegar a serlo, porque soy bastante cobarde, lo reconozco, y además me cuesta mucho tomar una decisión, porque evalúo en exceso todas las opciones que se me presentan, en ocasiones de bastante stress o simplemente complicadas. No es infrecuente que me haga pis encima, dando así salida a la tensión interna, pero supongo que tal cosa no es presentable en un oficial arengando a las tropas antes del combate, pues es más que posible que la evidencia en el pantalón, me pondría en una situación bastante humillante. Por otro lado, soy una persona con muchas inquietudes intelectuales, que se pregunta con frecuencia el por qué de las cosas, y no creo que esto sea algo práctico en un lugar dónde, una vez tomada una decisión, no queda otra opción que cumplirla o atenerse a sufrir graves problemas de inmediato. Mi madre, incluso llega a decirme que más que una persona con inquietudes, yo soy una “persona delicada” (de hecho, ella me dice “un ser delicado”) , lo que me acarrearía problemas cuando debiera actuar con rigor o reprender con severidad a un inferior, pues mi tendencia habitual es a ser amable y  ni siquiera a levantar la voz.
Estoy por tanto indeciso, aunque mi padre me anima y dice que me vendrá bien, porque la milicia es una forja de caracteres, y en mi caso está seguro que me daría la seguridad y templanza que necesito. Yo quisiera complacerle, de verdad, y es por eso que, como dije al principio, lo que más deseo es mandar a otros, y que en el comportamiento de estos, se haga visible mi liderazgo por la celeridad con la que cumplen mis órdenes y el empeño que ponen en llevarlas a buen término. No ocultaré que el hecho de lucir un uniforme que me identifique y me distinga, forma también parte de mi deseo. Ese prestigio indudable que me concederá una indumentaria llamativa y unos distintivos, ya sean estrellas o estachas, que suscitan en quien los ve,  el respeto por quien consideran una autoridad en el sentido más auténtico de la palabra. Si a esto se le añade la gorra, el sable y demás artilugios que confiere el grado alcanzado, creo que tendría todo el sentido que una persona timorata como yo, se sintiera orgulloso e investido de una suerte de poder, que por otro lado es muy frecuente en el reino animal, y por lo tanto, natural, a pesar de haya quien se obstina en hacer ver que no son sino elementos de presunción, con la finalidad exclusiva de infundir respeto e incluso miedo. Pero yo, como ya quedo dicho más arriba, soy un adolescente sensible y preocupado por el desarrollo de las capacidades humanas, léase, por ejemplo, la cultura y la educación, y creo por lo tanto que tengo un bagaje suficiente para ser considerado en el futuro, si llego a ser capitán, como un oficial ilustrado, con independencia de que en determinadas ocasiones sea partidario de declarar la guerra al enemigo, y del uso racional de las armas de fuego. Se lo debo sobre todo a mi padre, que sabiendo que yo era un niño quizás excesivamente pegado a las faldas de su madre, enseguida intentó apartar de mi toda veleidad indebida, y trató de imbuirme los valores del boy scout, llevándome a campamentos y marchas con chicos de mi edad, para que adquiriera los valores que un excesivo apego maternal, podía, en su opinión, echar a perder.
También en alguna ocasión me llevó a partidas de caza en el coto de Toledo de un amigo vecino, donde en alguna ocasión disparé, y me acostumbré al ruido de las armas de fuego (incluso en alguna ocasión, cuando le acertaba a una liebre, me decía mirándome a los ojos fijamente: “¿ves que fácil?, imagínate que era un chino”). En algunas sobremesas, les oigo hablar de mí, y ambos, mi padre y mi madre, parecen estar acercando posiciones, pues si él trata de inculcarme los valores típicos de la virilidad, y en ese sentido acercarme al concepto de “soldado”, ella, que es una mujer muy devota, me transmite las del sacerdocio, cuya síntesis viene expresada mejor que por nadie, por el “monje”, con lo que la conjunción de ambas puede, con mi esfuerzo y dedicación, acercarme al concepto joseantoniano de “mitad monje y mitad soldado”. De todas formas, cuando me sincero conmigo mismo algunas tardes en la soledad de mi habitación, llego a confesarme que tengo miedo, y veo esto de ser capitán como algo demasiado violento para un carácter sensible como el mío. No dejo de imaginarme delante de mis soldados temblándome las piernas, mientras se desata mi incontinencia y soy el hazmerreír de mis subordinados. Quiero ser jefe, y lo voy todavía a intentar como dije al principio, si es posible redoblando mis esfuerzos. Tengo, por otro lado, la impresión de que voy a ser prácticamente barbilampiño y me horroriza, por qué no decirlo, tener casi que raparme la cabeza y desprenderme de estos rizos rubios que tanto valora mamá.
¿Y si un día me mandan fusilar a García-Lorca o algunos de esos poetas tan delicados? ¡Menuda faena!

MARIQUITA


Todas las noches me despierto soñando que me encuentro en un supermercado cerca de casa buscando el objeto más pequeño y redondo puesto a la venta. Se suele tratar de una lata de atún claro del Cantábrico de la fábrica de conservas “El boquerón salvaje” de Santoña. El hecho me hace sentir muy feliz y se lo hago saber a la cajera que, sin embargo, no parece darle mayor importancia.


Soy un hombre de extremos y me parece que el resto de mis congéneres también lo son. Quiero con esto decir que somos capaces de lo mejor y lo peor casi simultáneamente. Un ejemplo: a determinadas horas en las que me encuentro muy inspirado compongo poesía lírica de rima libre o consonante a gusto, y en otros muy diferentes, me encierro en el baño y procedo. Y así un montón de cosas del mismo jaez. Ya me explicará usted.


Me asalta últimamente un temor que me inquieta aunque de momento nada parece indicar que tal cosa pueda llegar a sucederme. Siendo claro, le diré que ese miedo consiste en que tengo la certeza de que en cualquier instante puedo ponerme a sangrar profusamente. No hablo de hemorragias internas ni nada parecido, sino más bien al contrario, una exudación exagerada que dejaría en mantilla a los virtuosos, los anacoretas y en general a todos los místicos en sus arrebatos amorosos hacia el Señor.


Sin embargo, a pesar de todo o precisamente por ello, Mariquita González es totalmente otra cosa, Ella en situaciones de stress se levanta, se asoma a la ventana y dice cosas plenamente coherentes con el momento y la situación, algo que los vecinos le agradecen cuando se cruzan con ella a primeras horas de la mañana. O de anochecida, porque Margarita es muy de volver ver a las tantas vaya usted a saber de donde, y es entonces que ese agradecimiento puede hacerse efectivo. Cosas de la vida suele decir Mariquita cuando alguien le reprocha su incapacidad para llegar a tiempo a las citas con independencia de la hora.


En el preciso momento en que pienso tal cosa ( de qué cosa se trate no tiene la menor importancia), tengo la seguridad de que en un exoplaneta de otro sistema solar, alguien muy parecido a mí mismo está pensando exactamente lo mismo con algún matiz añadido insignificante, dada la rareza de tal fenómeno a miles de años luz. Eso debería usted tenerlo en cuenta en sus investigaciones cuando apunta sus telescopios hacia la profundidad del cosmos las noches estrelladas, en busca de la materia oscura, o de cualquier otro tipo de oscuridad tan frecuente a esas horas de la madrugada y en las angustias de san Juan de la Cruz en trance.






lunes, 6 de agosto de 2018

FOTOGRAFÍAS


Decía alguien que ahora mismo no recuerdo, pero que revolotea dentro de mi cabeza, y no tardaría más de unos segundos en hacerlo presente si fuera imprescindible, que “el hombre es un ser para la muerte”. Una criatura con conciencia de su existencia y finitud, cuya vida consiste en caminar hacia ese horizonte tenebroso y darle un sentido. Esto último lo digo yo, pero tampoco me extrañaría que lo hubiera dicho él. Después de todo, dada una proposición, el número de significados posibles es bastante limitado por mucha deconstrucción que intentemos aplicarle. Por cierto, se trataba de Heidegger, como seguro que ya han sabido los lectores de solapas y resúmenes de cualquier materia, filosofía incluida (véase mi ejemplo). Aunque podría tratarse de Sartre, después de todo, ambos escribieron gruesos mazacotes, en los que relacionaban al ser, respectivamente, con el tiempo y la nada, y ambas cosas hay quien supone que, a pesar de las apariencias, son la misma.
Somos seres condenados a olvidar si queremos seguir viviendo, y por eso no deberían asustarse tanto algunas personas que recuerdan pocas cosas de su existencia. Esta, poco a poco se nos va transformando en una serie inconexa de recuerdos dispersos a lo largo de ella, que muchos seríamos capaces de recopilar en un folio, y para los que hacer una biografía digna de tal nombre, tendríamos que visitar los Registros civiles y los archivos de no pocas instituciones que han jalonado nuestra existencia. Por eso, el olvido cumple una función terapéutica que nos posibilita seguir viviendo sin el  incómodo peso de nuestra experiencia, de la que sólo retenemos lo que nos va resultando útil para sobrevivir. Y es en este sentido que la nada se va adueñando progresivamente del tiempo, que finalmente nos reduce a unos hallazgos muy llamativos para los paleontólogos, pero de mínimo significado para los interesados, por razones sobre las que no me extenderé. Hay teorías que incluso insisten en que, de todas maneras, el tiempo es una ilusión, una forma que tenemos de relacionarnos con el mundo no muy diferente de la que puede tener en un momento dado el que sueña, percibe un espejismo o sufre alucinaciones. Por eso nuestra vida se convierte en una batalla para hacerla real, sólida, palpable; de ahí la existencia de las máquinas de fotos y otros artículos del género, todos ellos fabricados con la idea de inmortalizar nuestra vida, más allá de los visionados ocasionales en compañía de la familia o los amigos, aquellos que nos acompañaron al Ngoro-ngoro o a Kenya de safari (es un decir), cuando aun ignorábamos que, aproximadamente, de allí salimos todos en su día.

EUCLIDES


En los momentos de mayor inquietud, Germán recurría a una habilidad que había adquirido de niño cuando sus padres instalaron un gallinero en el jardín. Él, que era un chico curioso y le gustaban los experimentos, pronto pudo observar que dichas aves, además de ser incapaces de volar por problemas evolutivos (eso lo supo más tarde), eran también muy sugestionables, bordeando en este aspecto la idiocia. Cuando alguna de ellas se encontraba más agitada de lo habitual, se dio cuenta de que trazando un segmento de recta con tiza en el suelo bajo su pico, el animalito se quedaba hipnotizado por tal aparición súbita y caía en un trance que tenía dos fases. En la primera, se quedaba paralizado con el pico pegado al suelo, y en la segunda, instantes después, se derrumbaba y dormía profundamente durante un buen rato.
Estos conocimientos infantiles le sirvieron ya de adulto para tranquilizarse rápidamente en los momentos en que le asaltaba la inquietud (era un hombre nervioso), recurriendo a lo que él llamaba “terapia euclidiana” en homenaje al sabio griego y su geometría, basada en la línea recta. Para ello, con un bolígrafo dibujaba sobre una hoja en blanco con trazo enérgico y decidido, un segmento, lo que le hacía quedarse inmóvil de inmediato, fija su mirada sobre él, para caer enseguida en un sopor relajante, del que le costaba recuperarse, pero que le ahorraba consumir diazepán y otros tranquilizantes menores. Su casa, por lo tanto, estaba llena de carpetas repletas de folios con segmentos, al lado de los cuales solía escribir el día y la hora del hecho, lo que con el tiempo llegó a constituir una especie de biografía patológica de sus estados de ansiedad. Germán valoraba mucho estos papeles, y a partir de cierto momento también numeró las carpetas donde los guardaba en una especie de homenaje a sí mismo, que pronto ubicó en la biblioteca del salón a lado de los autores clásicos más sobresalientes, sobre todo los griegos, Shakeaspeare y Cervantes.
Digamos para concluir, que este éxito terapéutico de la medicina natural tenía una contrapartida, a la que sin embargo nuestro hombre se sometía de buena gana. Consistía en que para despejarse definitivamente después del trance, tenía que ducharse  con agua fría, lo que solía dejarle aterido y tiritando un rato largo, servidumbre que aceptaba como homenaje a sí mismo y su inventiva. Y a los filósofos presocráticos, a los que admiraba profundamente a partir del propio Euclides y de Pitágoras, con los que de alguna forma entroncaban.