sábado, 20 de agosto de 2016

TOSTADORAS



Estoy en unos grandes almacenes con Aurelio, un familiar próximo, que en esos momentos no sé con exactitud si se trata de mi cuñado, un hermano o incluso un sobrino, aunque en cualquier caso no me parece que tenga mayor importancia. Soy un hombre al que con frecuencia le asaltan las indefiniciones, y acepto ésta como una más. Podría ser cualquiera de ellos e incluso otro, sin dejar de considerar a mi propio padre, que en paz descanse. El matiz interesante, sin embargo, es que también podría tratarse de una persona absolutamente desconocida, en cuyo caso es posible que ni siquiera se tratara de Aurelio, con lo cual lo manifestado más arriba quedaría en entredicho. Finalmente, después de pasear de un lado para otro durante un buen rato, decidimos salir del establecimiento sin comprar absolutamente nada. Ni siquiera la tostadora, que era el objetivo preciso que justificaba nuestra presencia allí.
Ya afuera, ambos percibimos que siendo aquel lugar lo que vulgarmente se conoce con el nombre de calle, no debía tratarse exactamente de tal, porque lo que resulta indudable es que tiene techo y no reúne las condiciones habituales de este tipo de vías. No pueden verse, como es natural dicho lo precedente, ni el sol ni las nubes, que como consecuencia de la configuración de la superficie del planeta, suelen ser los objetos más habituales una vez que uno levanta la cabeza y mira al cielo. Tampoco existen árboles ni nada que remotamente pueda relacionarse con la botánica. Ausencia total por lo tanto de setos y arbustos. Y, claro está, de las consabidas jardineras que suelen albergarlos. En cualquier caso, este sería solamente un fenómeno secundario, porque lo que verdaderamente llama la atención en aquel lugar, es que parece celebrarse una fiesta por todo lo alto con las características propias de este tipo de acontecimientos. Música, baile, y pirotecnia variada (todos los cohetes estallan en el techo, naturalmente) y mucha gente vociferante que parece celebrar algo que en esos momentos desconocemos.
Poco después, cuando mi familia y yo nos hemos adentrado en el bullicio, nos damos cuenta de que en realidad se trata de una fiesta de bienvenida, aunque no alcanzamos a ver de quien se trata. Al no ser aquel sitio exactamente una calle, no hay vehículos ni por lo tanto el tráfico subsiguiente que pudieran traerlo. Ni tampoco se adivinan en las proximidades una estación de ferrocarril, ni de metro o autobús, por lo que colegimos que el (los ?) homenajeado tendrá difícil el acceso, por no decir imposible. Queda descartada de inmediato la posibilidad de su llegada por vía aérea, ya sea por avión, helicóptero, aerostato o dron, dado que el techo hace nula la visibilidad desde el aire al aeropuerto, y además se le supone la consistencia de los cuerpos sólidos, a no ser en caso de catástrofe.
Sorprendentemente, al llegar donde parece estar el núcleo del jolgorio, un tipo con bombín y pantalones bombachos estampados con flores (tiene aspecto de payaso), se nos acerca y nos dice que debemos subir al estrado y dirigirnos a la multitud para agradecerles su asistencia al acto, y luego nos explica brevemente en voz baja que la compra de ese tipo de tostadora trae siempre aparejada este tipo de eventos u otros similares. Y de nada le sirven las disculpas que le presentamos, abrumados por la celebración, de que en realidad nosotros no habíamos comprado ninguna tostadora, pero el mencionado personaje del bombín, engolando la voz para que sea oído con claridad por la concurrencia a través del servicio de megafonía, nos dice que eso no tiene la menor importancia, y que allí la intención de hacerlo es lo que vale a todos los efectos. Finalmente se aproxima de nuevo a nosotros y se despide protocolariamente exclamando para nuestra sorpresa: me llamo Aurelio.

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