Estoy en unos grandes almacenes con Aurelio, un familiar próximo,
que en esos momentos no sé con exactitud si se trata de mi cuñado, un hermano o
incluso un sobrino, aunque en cualquier caso no me parece que tenga mayor
importancia. Soy un hombre al que con frecuencia le asaltan las indefiniciones,
y acepto ésta como una más. Podría ser cualquiera de ellos e incluso otro, sin
dejar de considerar a mi propio padre, que en paz descanse. El matiz
interesante, sin embargo, es que también podría tratarse de una persona
absolutamente desconocida, en cuyo caso es posible que ni siquiera se tratara de
Aurelio, con lo cual lo manifestado más arriba quedaría en entredicho.
Finalmente, después de pasear de un lado para otro durante un buen rato,
decidimos salir del establecimiento sin comprar absolutamente nada. Ni siquiera
la tostadora, que era el objetivo preciso que justificaba nuestra presencia
allí.
Ya afuera, ambos percibimos que siendo aquel lugar lo que
vulgarmente se conoce con el nombre de calle, no debía tratarse exactamente de
tal, porque lo que resulta indudable es que tiene techo y no reúne las
condiciones habituales de este tipo de vías. No pueden verse, como es natural
dicho lo precedente, ni el sol ni las nubes, que como consecuencia de la configuración
de la superficie del planeta, suelen ser los objetos más habituales una vez que
uno levanta la cabeza y mira al cielo. Tampoco existen árboles ni nada que
remotamente pueda relacionarse con la botánica. Ausencia total por lo tanto de
setos y arbustos. Y, claro está, de las consabidas jardineras que suelen
albergarlos. En cualquier caso, este sería solamente un fenómeno secundario,
porque lo que verdaderamente llama la atención en aquel lugar, es que parece
celebrarse una fiesta por todo lo alto con las características propias de este
tipo de acontecimientos. Música, baile, y pirotecnia variada (todos los cohetes
estallan en el techo, naturalmente) y mucha gente vociferante que parece
celebrar algo que en esos momentos desconocemos.
Poco después, cuando mi familia y yo nos hemos adentrado en el
bullicio, nos damos cuenta de que en realidad se trata de una fiesta de
bienvenida, aunque no alcanzamos a ver de quien se trata. Al no ser aquel sitio
exactamente una calle, no hay vehículos ni por lo tanto el tráfico subsiguiente
que pudieran traerlo. Ni tampoco se adivinan en las proximidades una estación
de ferrocarril, ni de metro o autobús, por lo que colegimos que el (los ?)
homenajeado tendrá difícil el acceso, por no decir imposible. Queda descartada
de inmediato la posibilidad de su llegada por vía aérea, ya sea por avión,
helicóptero, aerostato o dron, dado que el techo hace nula la visibilidad desde
el aire al aeropuerto, y además se le supone la consistencia de los cuerpos sólidos,
a no ser en caso de catástrofe.
Sorprendentemente, al llegar donde parece estar el núcleo del
jolgorio, un tipo con bombín y pantalones bombachos estampados con flores
(tiene aspecto de payaso), se nos acerca y nos dice que debemos subir al
estrado y dirigirnos a la multitud para agradecerles su asistencia al acto, y
luego nos explica brevemente en voz baja que la compra de ese tipo de tostadora
trae siempre aparejada este tipo de eventos u otros similares. Y de nada le
sirven las disculpas que le presentamos, abrumados por la celebración, de que
en realidad nosotros no habíamos comprado ninguna tostadora, pero el mencionado
personaje del bombín, engolando la voz para que sea oído con claridad por la
concurrencia a través del servicio de megafonía, nos dice que eso no tiene la
menor importancia, y que allí la intención de hacerlo es lo que vale a todos
los efectos. Finalmente se aproxima de nuevo a nosotros y se despide
protocolariamente exclamando para nuestra sorpresa: me llamo Aurelio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario