jueves, 18 de agosto de 2016

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En estos precisos momentos es muy posible que a un hombre que ha regresado precipitadamente de sus vacaciones de verano, le estén dando por el culo en la urbanización de la Moraleja, en las proximidades de Madrid. O en la del conde de Orgaz, la de Somosaguas o la Florida, de características similares, pues eso, después de todo no tiene demasiada importancia a los efectos que aquí se consideran. Quien sabe. A mediodía, después de comer tranquilamente con su familia en un restaurante  frente a la playa, le han llamado por teléfono, y ha dicho  que tenía que regresar de inmediato a la capital por un problema urgente en la empresa que preside. Claro está que la excusa es falsa, y la llamada ha sido de un jovencito al que conoció la primavera pasada y del que está perdidamente enamorado.
Nunca le había pasado nada parecido, pero aquel chico le tiene subyugado, de la misma manera que dos años atrás lo había hecho una mulata que había conocido en un vuelo de  de regreso a Madrid desde Costa Rica, donde había ido por asuntos de negocios que no hacen al caso. Estuvo liado con ella durante varis meses en la suite del hotel Villamagna donde la alojó, y donde pudo disfrutar de ella todas las tardes antes de regresar a La Moraleja como un atareado ejecutivo de altos vuelos, a plena satisfacción de su señora, que nunca llegó a sospechar nada de nada. Solo Dios sabe el disfrute que la caribeña le había proporcionado minutos antes con su piel asedada y unos pechos pugnaces y con tendencia a desubicarse al menor embate, dada su textura y consistencia. Por no detenerse en exceso mencionando el tesoro escondido entre sus piernas, Amazonas inabarcable, donde el presidente perdía algo más que la cabeza. Y donde en ocasiones, a instancias del interesado, la susodicha dotada con un strapon de dimensiones poco comunes, le subía a cielos que en la actualidad renovaba briosamente el carioca.
El chico en cuestión es un brasileño que por la mañana asiste a clase en la facultad de periodismo de a universidad Complutense, y por las noche, en días alternos, hace de maricón redomado en un club privado de las inmediaciones de la Gran Vía, y de gogó en la misma zona en un club de alterne para mujeres, con alguna de las cuales, si ha lugar, luego se va a la cama. Con estos antecedentes, siendo el presidente un hombre de recias convicciones morales, de una esmerada y estricta educación católica hasta bien entrada la adolescencia, y habitante de un elegante barrio residencial de la capital de España, no tiene demasiados remordimientos ni parece ser presa de ninguna contradicción. Quizás sea por ese motivo, que cuando el canarinho le hace aullar de placer o dolor en la noche madrileña de mediados de Agosto al ser penetrado como una aceituna (o banderilla en los bares de tapas), se permite recordar a su mujer de vacaciones e incluso a su prole jugando alegremente sobre la arena de la playa de Benicàssim. Costa del Azahar. Levante. España.

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