viernes, 26 de agosto de 2016

ASESINATOS



Ha matado a una persona que según propias manifestaciones era Dios. Para demostrarlo, o al menos para buscar apoyo a sus palabras, solía enseñar las palmas de sus manos al tiempo que exclamaba “con éstas lo hice”. Se refería, como es natural, a la creación del universo. La gente del lugar en principio se lo tomaba a chirigota, pero con el tiempo, incluso llegaron a cogerle cariño al darse cuenta que básicamente se trataba de una buena persona trastornada por los avatares de una vida convulsa, a lo largo de la cual había perdido sucesivamente a su mujer y a sus tres hijos en circunstancias poco claras. Ramón, sin embargo, siendo un recién llegado al lugar, no pudo aceptarlo y a la segunda o tercera vez que el extinto se le acercó para repetírselo, le clavó un cuchillo jamonero que hizo inútil la ayuda posterior. Como es natural, el asesino está en la cárcel y va a ser juzgado en breve, algo que sin embargo, parece tenerle sin cuidado. Tan profunda es su fe, que en la actualidad todo su dilema consiste en definir con exactitud el tipo de pecado que habría cometido en caso de que lo que decía Ramón fuera cierto, y efectivamente se tratara de Dios en persona, lo que superaba con mucho al mero sacrilegio.

La primera noticia que tuvo de ella fue a través de un guasap en el que sus únicas señas de identidad, aparte de un número de teléfono desconocido, era una fotografía en la que con toda nitidez podía verse el pecho de una mujer que para nada tendría que pasar por el quirófano en uno u otro sentido. En cualquier caso, dada la desvergüenza que hoy en día se emplea en este tipo de comunicaciones, lo que más le sorprendió era el mensaje que la acompañaba: “si me mandas una foto de lo tuyo te enseño la otra”. Y aunque Arturo era un tipo recatado no pudo hurtarse al desafío y tras pensárselo un buen rato, sabedor de las maldades que pueden hacerse con este tipo de mensajes, le envió una fotografía de la parte interesada una vez en sazón, a la espera de que su inesperada corresponsal tuviera a bien enviarle la izquierda, cosa que sucedió al cabo de varios días,  durante los cuales estuvo en ascuas pensando que pudiera tratarse de una ardid para vejarle con sus amistades electrónicas. Una vez recibida la segunda fotografía su entusiasmo creció muchos enteros, pues en la misma pudo corroborar el tamaño y la textura que había anticipado la primera. Pero sobre todo, después de varias ampliaciones, pudo certificar la perfecta simetría de ambos senos, lo que, siendo una amante de la belleza clásica, hizo que a renglón seguido la propusiera matrimonio, lo que la espontánea aceptó sin titubear, sabedora del regalo bien diferente que le tenía preparado debajo de la cintura.

jueves, 25 de agosto de 2016

SABIDURIAS



Apenas le vio aquella tarde en un destartalado bar del puerto, tuvo la certeza de que se trataba de él. Era un hombre delgado y de modales exquisitos que no tenía nada que ver con el resto de los clientes, personas zafias, maleducadas y vociferantes que de ninguna manera podían tener las virtudes que se le suponen a un ser como el que buscaba desde que tenía uso de razón. O hablando con propiedad, desde que podía considerársele como un animal racional. Al cabo del rato se acercó a él con algo que podía llamarse unción, lo que al oto no pareció extrañarle en absoluto, aunque como cualquiera puede imaginar, no era aquel el lugar apropiado para tales maneras. Se arrodilló a sus plantas y le dijo “Señor, sabía que en algún momento te harías visible para mí. Ha sido una travesía larga y penosa, pero ha merecido la pena”. El desconocido no dijo nada y siguió bebiendo cerveza como si tal cosa. Ni siquiera le miró y tuvo claro entonces que aquel hombre, sin ser quien había supuesto, era de todas maneras un sabio, que aceptaba la locura de los demás con la misma sencillez con la que aceptaba la propia.

Al parecer se considera a sí mismo un hacedor de conceptos abstractos, un ser cuya única misión en el mundo consiste en la fabricación de ideas que no tengan nada que ver en absoluto con la realidad. Hasta tal punto esto es así, dice, que la mera enunciación de lo creado no puede ser hecha con los vocablos de cualquiera de las miles de lenguas que todavía se hablan  en las cuatro esquinas del globo (él suele llamarlo planeta, aficionado como es a la astronomía “y los espacios siderales”, como añade cuando está en racha) sino con otros de propia creación. Es por lo tanto un tipo complejo con el que más vale no tener ningún contencioso, pues posee además de la dicha, otras facultdes singulares como, por poner un ejemplo, su capacitad para encontrar, allá donde se encuentre una salamanquesa, lo que  un herpetólogo juraría imposible pues no todos son el hábitat adecuado. Claro que, para terminar, cabe añadir aquí que ese tipo no es de fiar en absoluto, y es más que posible que el concepto que tiene de sí mismo no sea el apropiado, con lo que lo dicho con anterioridad no serviría para nada. Eso que quede claro.

Los criterios por los que se guía en su vida personal, no tienen nada que ver con los que rigen en su quehacer profesional. Siendo un componente destacado de las Fuerzas Armadas de su país, varias veces condecorado en Etiopía y Afganistán por acciones heroicas que en el último momento salvaron la vida de muchos indígenas de ambos países (y de otros que se encontraban en el terreno por razones que no hacen al caso), su quehacer diario cuando no está de servicio en la metrópoli, dista mucho de tales consideraciones. En concreto, se puede afirmar que es de la opinión que lo propio del comportamiento de un homo sapiens, cuando no está sujeto a organizaciones estatales, debe atenerse exclusivamente a una orientación que tenga en cuenta de manera exclusiva la idea de la supervivencia de la especie. A pesar de ello, y del hecho de poder vérsele algunas tardes vestido de trapillo en el barrio chino rodeado de macarras y putas, es habitual verle armado de forma ostentosa, incluso con lanzallamas. Quiere con ello dejar suficientemente claro que, además a pesar de ser consecuente con lo expresado con anterioridad, es capaz de hacer una síntesis que no haga su existencia un infierno cargado de contradicciones.

sábado, 20 de agosto de 2016

TOSTADORAS



Estoy en unos grandes almacenes con Aurelio, un familiar próximo, que en esos momentos no sé con exactitud si se trata de mi cuñado, un hermano o incluso un sobrino, aunque en cualquier caso no me parece que tenga mayor importancia. Soy un hombre al que con frecuencia le asaltan las indefiniciones, y acepto ésta como una más. Podría ser cualquiera de ellos e incluso otro, sin dejar de considerar a mi propio padre, que en paz descanse. El matiz interesante, sin embargo, es que también podría tratarse de una persona absolutamente desconocida, en cuyo caso es posible que ni siquiera se tratara de Aurelio, con lo cual lo manifestado más arriba quedaría en entredicho. Finalmente, después de pasear de un lado para otro durante un buen rato, decidimos salir del establecimiento sin comprar absolutamente nada. Ni siquiera la tostadora, que era el objetivo preciso que justificaba nuestra presencia allí.
Ya afuera, ambos percibimos que siendo aquel lugar lo que vulgarmente se conoce con el nombre de calle, no debía tratarse exactamente de tal, porque lo que resulta indudable es que tiene techo y no reúne las condiciones habituales de este tipo de vías. No pueden verse, como es natural dicho lo precedente, ni el sol ni las nubes, que como consecuencia de la configuración de la superficie del planeta, suelen ser los objetos más habituales una vez que uno levanta la cabeza y mira al cielo. Tampoco existen árboles ni nada que remotamente pueda relacionarse con la botánica. Ausencia total por lo tanto de setos y arbustos. Y, claro está, de las consabidas jardineras que suelen albergarlos. En cualquier caso, este sería solamente un fenómeno secundario, porque lo que verdaderamente llama la atención en aquel lugar, es que parece celebrarse una fiesta por todo lo alto con las características propias de este tipo de acontecimientos. Música, baile, y pirotecnia variada (todos los cohetes estallan en el techo, naturalmente) y mucha gente vociferante que parece celebrar algo que en esos momentos desconocemos.
Poco después, cuando mi familia y yo nos hemos adentrado en el bullicio, nos damos cuenta de que en realidad se trata de una fiesta de bienvenida, aunque no alcanzamos a ver de quien se trata. Al no ser aquel sitio exactamente una calle, no hay vehículos ni por lo tanto el tráfico subsiguiente que pudieran traerlo. Ni tampoco se adivinan en las proximidades una estación de ferrocarril, ni de metro o autobús, por lo que colegimos que el (los ?) homenajeado tendrá difícil el acceso, por no decir imposible. Queda descartada de inmediato la posibilidad de su llegada por vía aérea, ya sea por avión, helicóptero, aerostato o dron, dado que el techo hace nula la visibilidad desde el aire al aeropuerto, y además se le supone la consistencia de los cuerpos sólidos, a no ser en caso de catástrofe.
Sorprendentemente, al llegar donde parece estar el núcleo del jolgorio, un tipo con bombín y pantalones bombachos estampados con flores (tiene aspecto de payaso), se nos acerca y nos dice que debemos subir al estrado y dirigirnos a la multitud para agradecerles su asistencia al acto, y luego nos explica brevemente en voz baja que la compra de ese tipo de tostadora trae siempre aparejada este tipo de eventos u otros similares. Y de nada le sirven las disculpas que le presentamos, abrumados por la celebración, de que en realidad nosotros no habíamos comprado ninguna tostadora, pero el mencionado personaje del bombín, engolando la voz para que sea oído con claridad por la concurrencia a través del servicio de megafonía, nos dice que eso no tiene la menor importancia, y que allí la intención de hacerlo es lo que vale a todos los efectos. Finalmente se aproxima de nuevo a nosotros y se despide protocolariamente exclamando para nuestra sorpresa: me llamo Aurelio.

jueves, 18 de agosto de 2016

FERVORES



Me hubiera gustado que La Negri me hubiera tenido más en cuenta antes de despedirse, si es que tal verbo puede emplearse con un gato, a falta de las  palabras o los gestos adecuados para ello. No fue así y un día desapareció sin que hasta la fecha haya vuelto a tener noticias de ella. Se trataba de una gatita negra en la que vertí todo mi amor infantil. Mi fervor, podría decirse así, si tal cosa señala el entusiasmo y dedicación con la que me entregué a ella en los escasos seis meses desde la inundación, cuando la recogí aterida sobre unos troncos en el río, hasta el día de autos. Siempre me porte bien, la alimenté adecuadamente, y la di todo mi cariño, y esa es la razón principal de mi tristeza. Es posible sin embargo que cuando fue entregada a Jesús, el jardinero que la quería para que desembarazara su casa de ratones, no fuera del todo consciente de que se trataba de una despedida definitiva. Los gatos, y otros animales de su tamaño y características, con frecuencia solo andan a lo suyo, y son incapaces de prevenir situaciones como la que lamentablemente sucedió, y que me tiene sumido en algo más que una simple depresión. Pobrecilla y pobrecito de mi.

Claro que es posible que hoy en día me eche en falta y recuerde con nostalgia nuestros juegos en el jardín, sobre todo cuando la hice estrella de un circo infantil en el que ella jugaba un rol estelar. Su número consistía en subir una escalera de casi dos metros detrás del rastro olfativo de una sardina que yo mismo mantenía entre mis dedos a escasos centímetros de su nariz, para después dar un salto más que acrobático sobre una plataforma aún más lejos, donde podía disponer del pescado a su gusto. Todo aparentemente simple, pero nunca hay que minusvalorar determinadas acciones porque resulten sencillas desde un punto de vista estrictamente mecánico. Más si como ha debido resultar evidente, el felino no solo olía al pez, sino que lo veía, aunque no sea este el momento adecuado para meterse en disquisiciones sobre la prioridad de uno u otro sentido en el animalito.

La verdad es que a pesar del tiempo transcurrido todas las mañanas me asomo por el ventanuco de mi habitación sobre el jardín con la esperanza de verla de regreso. Me anima a ello haber leido hace pocas fechas la heroicidad de un perro que siguió el rastro de su amo durante más de sesenta kilómetros hasta que lo encontró. Y lo de menos fue el hecho en sí, sino la consideración de que éste, pocos días después de abandonar al perro en un bosque perdido entre las montañas, se sintió indispuesto y murió de manera fulminante, siendo enterrado en un pueblo vecino, que el chucho no conocía en absoluto.

Y hablando de estas encantadoras mascotas no puedo dejar de recordar al mismo tiempo el triste final de El Chili, mi querido perrito ratonero, que también me dejó sin despedirse. Era un bicho absolutamente vulgar, y en eso residía precisamente su principal encanto. Era dócil, alegre juguetón y valiente cuando hacía falta, por ejemplo con las ratas, algo que debe ser tenido en cuenta considerando que éstas tenían casi su tamaño. Y mira por donde, estos nauseabundos individuos fueron las causantes de su desaparición. Una infausta mañana poco antes de conocer a la Negri, apareció en el jardín patas arriba hinchado como un globo, envenenado. Sin duda el pobre bicho en su celo protector, y llevado por una candidez que era otra de sus características principales, había dado un tiento a la estricnina que los jardineros ponían aquí y allá para cargarse a las ratas. Y quien dice jardineros, dice, entre otros, al que poco después se llevó a mi adorada gata, a Jesús, quien al parecer y en contra de todos estos testimonios se sigue llamando igual, aunque nada tenga que ver con el pescador de Galilea.

SUITES



En estos precisos momentos es muy posible que a un hombre que ha regresado precipitadamente de sus vacaciones de verano, le estén dando por el culo en la urbanización de la Moraleja, en las proximidades de Madrid. O en la del conde de Orgaz, la de Somosaguas o la Florida, de características similares, pues eso, después de todo no tiene demasiada importancia a los efectos que aquí se consideran. Quien sabe. A mediodía, después de comer tranquilamente con su familia en un restaurante  frente a la playa, le han llamado por teléfono, y ha dicho  que tenía que regresar de inmediato a la capital por un problema urgente en la empresa que preside. Claro está que la excusa es falsa, y la llamada ha sido de un jovencito al que conoció la primavera pasada y del que está perdidamente enamorado.
Nunca le había pasado nada parecido, pero aquel chico le tiene subyugado, de la misma manera que dos años atrás lo había hecho una mulata que había conocido en un vuelo de  de regreso a Madrid desde Costa Rica, donde había ido por asuntos de negocios que no hacen al caso. Estuvo liado con ella durante varis meses en la suite del hotel Villamagna donde la alojó, y donde pudo disfrutar de ella todas las tardes antes de regresar a La Moraleja como un atareado ejecutivo de altos vuelos, a plena satisfacción de su señora, que nunca llegó a sospechar nada de nada. Solo Dios sabe el disfrute que la caribeña le había proporcionado minutos antes con su piel asedada y unos pechos pugnaces y con tendencia a desubicarse al menor embate, dada su textura y consistencia. Por no detenerse en exceso mencionando el tesoro escondido entre sus piernas, Amazonas inabarcable, donde el presidente perdía algo más que la cabeza. Y donde en ocasiones, a instancias del interesado, la susodicha dotada con un strapon de dimensiones poco comunes, le subía a cielos que en la actualidad renovaba briosamente el carioca.
El chico en cuestión es un brasileño que por la mañana asiste a clase en la facultad de periodismo de a universidad Complutense, y por las noche, en días alternos, hace de maricón redomado en un club privado de las inmediaciones de la Gran Vía, y de gogó en la misma zona en un club de alterne para mujeres, con alguna de las cuales, si ha lugar, luego se va a la cama. Con estos antecedentes, siendo el presidente un hombre de recias convicciones morales, de una esmerada y estricta educación católica hasta bien entrada la adolescencia, y habitante de un elegante barrio residencial de la capital de España, no tiene demasiados remordimientos ni parece ser presa de ninguna contradicción. Quizás sea por ese motivo, que cuando el canarinho le hace aullar de placer o dolor en la noche madrileña de mediados de Agosto al ser penetrado como una aceituna (o banderilla en los bares de tapas), se permite recordar a su mujer de vacaciones e incluso a su prole jugando alegremente sobre la arena de la playa de Benicàssim. Costa del Azahar. Levante. España.

martes, 9 de agosto de 2016

RECIDIVAS



RECIDIVAS


-José Manuel Fernández Larrea se despierta en plena noche aquejado de un mal difuso, o al menos incapaz de explicarlo de forma medianamente coherente a su esposa, que yace a su lado, con dificultades para discernir lo que su marido intenta decirle. Siendo una mujer perspicaz, y acostumbrada a situaciones similares de  José Manuel en algunos momentos de vigilia a lo largo del tiempo de su convivencia matrimonial, opta por llamarle por diferentes nombres, esperando que de esta guisa reaccione cuando se vea reconocido o tratado como un extraño. Cualquiera de ambas opciones le parecen válidas para que su marido recobre su equilibrio físico y emocional.
Al cabo de un buen rato, y a punto ya María Luisa de terminal el santoral, José Manuel, en esos momentos reconocido como Zósimo, decide dar por terminada su representación y se duerme profundamente en brazos de la susodicha, que bastante tiene con quitárselo de encima y depositarlo de un empellón en la parte alícuota de la cama que le corresponde. A la mañana siguiente, el señor Fernández Larrea dice no recordar el incidente en absoluto, y es de la opinión que María Luisa ha tenido un mal sueño que nada tiene que ver con la realidad. No obstante, unas ojeras profundas ante el espejo y el santoral abierto sobre la mesilla de noche introducen en su mente ciertas dudas que a punto están de causarle una recidiva a plena luz del día.

BIBERONES
El niño de la habitación de al lado llora con una desesperación solo comprensible si su madre esa misma noche hubiera decidido pasarle de del pecho al biberón, lo que dadas las horas no me parece lo más probable. Puede tratarse de un dolor de tripa repentino por gases (ayer cenó precipitadamente) o un terror nocturno inducido por una pesadilla que el pequeño no ha sabido resolver adecuadamente como, por otro lado, suele suceder con los sueños cuando se hacen acreedores de tal denominación. En cualquier caso, sea por a o sea por b, acabo viéndome precisado a levantarme y pasear a lo largo y ancho de la habitación con una agitación que, en un momento dado, me hace dudar entre llamar a la recepción del hotel para informar de la situación y poner una queja, o tirarme por la ventana. Pero finalmente ninguna de ambas posibilidades me parece la idónea. La primera porque el hotel –por cierto un establecimiento de renombre a escala nacional- nada tiene que ver con la patología del infante y nada puede hacer (*), y la segunda porque la caída libre desde un séptimoto piso, aunque se tratara del Waldorf Astoria, con toda probabilidad podría causarme serias averías al llegar al suelo. O a los neones de color rojo escarlata parpadeantes con el nombre del hotel situados dos pisos más abajo de la ventana trampolín.
(*) Pues descarto inmediatamente que el chico pueda ser objeto de atenciones indebidas que justificaran la intervención inmediata de la fuerza pública.

ENSALADA



-La última vez que la vi me dijo que tenía la certeza de estar embarazada. Le contesté que todo era posible cuando uno desea algo con la suficiente intensidad, incluso, como era su caso, a los sesenta y tres años. Me aseguró que desde hacía algún tiempo todas las noches la visitaba un tipo muy educado y con buen aspecto, que entraba en su habitación por la ventana. Un verdadero caballero. Le hice notar lo sorprendente de la situación pues más allá de lo apuntado con anterioridad respecto a su edad, daba la casualidad que su habitación estaba situada en un quinto piso. Finalmente, para no contrariarla, maticé lo anterior asegurándole que era posible que fuese un hombre dotado para la escalada o emparentado con el hombre araña, pues por nada del mundo quise quitarle la ilusión que asomaba a sus ojos de traer a este mundo a otro desgraciado.

-Ángel y Luisa siempre van juntos, algo que tratándose de un matrimonio ya entrado en años, tampoco es nada especial. Luisa, al parecer, tiene últimamente tendencia a caerse, y ayer mismo saliendo del restaurante donde suelen comer habitualmente, yo mismo pude verlo. Me dio la impresión de que le fallaba una pierna al bajar el escalón en la puerta de salida a la calle, y se cayó aparatosamente sobre la acera. Afortunadamente solo fue el susto. En cualquier caso, lo que me dejó perplejo fue que su marido la dejara sola un instante y se acercara hasta mi, único testigo de lo ocurrido, para decirme: “No se alarme. Su estabilidad y equilibrio son perfectos. El único problema, es que en los últimos tiempos, con frecuencia, le da por tirarse”, para luego marcharse muy satisfecho.

-Si alguien me preguntara por ella, ahora que se ha ido y que no volveré a verla, podría decir que es una mujer divertida y pizpireta. Ya sé que muchos no estarán de acuerdo con el segundo calificativo, teniendo en cuenta que es una mujer bellísima, doctora en Ciencias Exactas y con un cuerpo de escándalo, del que solo mencionaré unos pechos sobresalientes y un culo fuera de toda medida para su tipo y estatura. Pero yo lo siento a sí, y después de todo, se me concederá que cada cual puede manejar el diccionario como le venga en gana. Sin ir más lejos, ya Einstein habló de la curvatura del espacio. Aviados estaríamos si fuera de otra manera.

Esta tarde hace calor. De hecho, mucho calor. Un calor exagerado para estas fechas a penas entrado el verano. Tumbado en la cama trato de relajarme con ayuda de un ventilador enfocado hacia mis piernas, las pantorrillas para ser exactos. Al cabo del rato, tras un primer alivio, empiezo a sentir un malestar intenso, casi una esquizofrenia, pues mientras la parte superior de mi cuerpo, es decir mi cabeza y mi tronco sudan profusamente como si me encontrara en el ecuador, los pies y los gemelos se me están quedando como carámbanos, solo propios de los casquetes polares en esta época del año.