Poli es el
encargado de un bar restaurante de las inmediaciones. Un lugar en el que a la tosquedad de sus
propietarios, naturales todos de un pueblo de Ávila, se añade, en contraste con
ello, una estupenda calidad de sus materias primas. Tienen a través de todo el año una clientela
fija, hecha de algunos vecinos y de las numerosas oficinas de la zona. Poli, se llama Hipólito, pero no se por qué
desde un principio decidí que provenía de Policarpio, nombre que ni siquiera
estoy seguro de que exista, es una persona minúscula, pero muy activa, que lo
que le falta en volumen, le sobra en agilidad y dedicación a su profesión. Es, dentro
de la comunidad familiar que regenta el local, una especie de Encargado, consentido
por los otros que, reclamando la paridad entre todos, no dejan de reconocer sus
cualidades superiores. De hecho, yo que
soy cliente desde hace más de veinte años, tengo la impresión que existe entre
ellos un acuerdo tácito, mediante el cual le han cedido una cierta jefatura
sabedores los otros de la importancia de su función directiva. No le hacen falta
demasiados gestos y aspavientos para que todo se ponga a funcionar
automáticamente bajo su mirada supervisora.
Basta un mínima expresión de su cara, una mirada ó un ademán
insignificante para que los demás se esmeren hasta extremos poco creíbles, como
si ejerciera sobre ellos una jurisdicción en principio poco comprensible pero
inequívoca , dado que todos son socios paritarios de una sociedad anónima. Pero sea por lo que sea, las cosas suceden
así, y al cabo de poco rato, puede vérsele solo en lo alto de las escaleras
ordenando las distribución de las viandas y las bebidas con una autoridad que
para sí quisiera el más afamado de los directores de orquesta.
Tiempo atrás, yo
me sentía intrigado, y como buen sociólogo, me dedicaba a realizar trabajos de
campo con esta gente, en la que me intrigaba sobremanera, no solo la autoridad
que emanaba de su incontestable líder, sino la subordinación con la que los otros
parecían plegarse a sus mandatos. Pensé que quizás la familia entera era
víctima de un supuesto “complejo de Napoleón”, que hace que la mayoría acepte
el mandato del menos dotado ó más insignificante, suponiendo que tal sumisión
les acarreará los beneficios a que su sometimiento les hace acreedores, como si
su sacrificio ante un ser inferior trajera aparejada una recompensa inevitable. Sin embargo acontecimientos posteriores e
informaciones que fui recabando de otros clientes, me hicieron ver que para
nada se trataba de una especie de patología familiar, sino que todo obedecía al
orden de lo natural, pues acabé llegando a la conclusión que Poli no era solo
el más inteligente de ellos sino también el más dotado en todos los terrenos. Supe que combinaba una increíble energía con
una capacidad de seducción extraordinaria, de manera que, de alguna forma sutil,
los tenía a todos sentimentalmente comprometidos, no por ellos mismos , desde
luego, sino por la fascinación que ejercía sobre sus mujeres, que estarían
dispuetas a abandonarles a poco que Poli chasqueara los dedos. Ellas se sabían protegidas por aquél hombre
mucho más que por sus propios maridos, por lo que aun queriéndoles, se sometían
a su liderazgo sin paliativos. Además, desde hacía mucho tiempo Policarpio, sabedor
de las deficiencias con que la madre
naturaleza le había provisto, se dedicó
con ahínco a cultivar el físico en un gimnasio, y a estas alturas podía
considerársele como un atleta superdotado, capaz de reprimir de una bofetada el menor gesto de insumisión. Es cierto que su musculatura, que él dejaba
entrever por debajo de su camisa blanca de camarero, le daba un aspecto de
forzudo achaparrado, pero eso no era óbice para que el mínimo estremecimiento
de sus extremidades superiores pusiera en alerta a los demás, que se plegaban a
sus requisitorias sin la mínima vacilación.
Se trataba pues de una sorprendente mezcla de músculo y cerebro que Poli
había sabido cultivar hasta el extremo de tener achantada a una familia entera
de seis hermanos, cuñadas incluidas.
Pero como además se daba la coincidencia de
que Poli padecía un enorme complejo de inferioridad que trataba de compensar
con todaa esas estratagemas, era por la misma razón el más motivado de todos para ganar dinero incontinentemente, todos se
dejaba arrastrar por la furía monetarista de su hermano, sabedores que era la forma más simple
de hacerse ricos, cosa que, por otro lado hacía tiempo que todos lo eran, aunque
siguieran trabajando con ahínco para aumentar el número de chalets en propiedad
y el parque automovilístico. Yo mientras
tanto trataba de calmarme pues, incapaz de desarrollar como Hipólito tal
energía, urdía maldades para tratar de reírme de él y sofocar de esta manera la
comezón de envidia que tal personaje me provocaba. Por eso de vez en cuando recurría a
estrategias viles que le apearan de su lugar de privilegio y me confirmaran la
ruindad de su conducta. Con frecuencia
dejaba caer cincuenta céntimos ó olvidaba intencionadamente algo sin importancia,
para regodearme viendo de soslayo como no podía reprimir su avaricia, y los hacía desaparecer rápidamente en su
bolsillo.
Días atrás sin
embargo parece haberse originado un cambio, Poli, ya demasiado mayor, ha
decidido retirarse , y en su lugar ha tomado el mando Braulio, el gordo
bonancible de la familia, al que nadie parece hacer caso, como si una vez terminada
la etapa del dictador, el resto de los hermanos hubiese decidido que reinase la anarquía total, por
lo que la actitud pretendidamente autoritaria de Braulio, es contestada con
todo tipo de chanzas y chascarrillos por parte de los demás, que parecen
hacerle pagar las humillaciones a que Poli les sometió.
El restaurante El
Chopo, de esta manera languidece y su legendaria cocina española se desliza cuesta abajo, mientras los camareros, sometidos
a una tensión excesiva durante demasiados años, se dedican a tomar el pelo a
los clientes ó a arrojarles a la cara los postres ó los codillos de cerdo, según se cuadre. Una vez el Poli ausente parece haberse
levantado la tácita Ley Seca que imperaba entre ellos y todos se dedican a
pimplar inmoderadamente, lo que les lleva a situaciones hilarantes, como
hacerse servir al mismo tiempo que los clientes e incluso mandar a estos a la
barra por una ración de lo que les
apetezca. . Los altercados se suceden, y la policía ha
debido de intervenir y finalmente cerrar el local por mandato judicial, ante
las denuncias de vecinos y clientes. Termina
así una época de esplendor de la Piñonera, una de las últimas zonas
semirústicas en el centro de Madrid, donde sus vecinos, propietarios de unos
modestos hotelitos de los años cincuenta, parecen ponerse de acuerdo en vender
y dedicar el inmenso solar que albergó al Chopo durante cuarenta años, a la
construcción de un gran complejo de ocio, en él, si mis noticias son ciertas, parece
ser que El Poli figura como uno de los principales accionarios, para lo que ha
puesto una condición” sine qua non”, que en su interior se construya una
réplica del antiguo bar-restaurante el Chopo, con una representación familiar
exclusivamente femenina, pues al parecer los varones no quieren saber nada del
caso.
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