viernes, 1 de julio de 2016

POLICARPIO



Poli es el encargado de un bar restaurante de las inmediaciones.  Un lugar en el que a la tosquedad de sus propietarios, naturales todos de un pueblo de Ávila, se añade, en contraste con ello, una estupenda calidad de sus materias primas.  Tienen a través de todo el año una clientela fija, hecha de algunos vecinos y de las numerosas oficinas de la zona.  Poli, se llama Hipólito, pero no se por qué desde un principio decidí que provenía de Policarpio, nombre que ni siquiera estoy seguro de que exista, es una persona minúscula, pero muy activa, que lo que le falta en volumen, le sobra en agilidad y dedicación a su profesión. Es, dentro de la comunidad familiar que regenta el local, una especie de Encargado, consentido por los otros que, reclamando la paridad entre todos, no dejan de reconocer sus cualidades superiores.  De hecho, yo que soy cliente desde hace más de veinte años, tengo la impresión que existe entre ellos un acuerdo tácito, mediante el cual le han cedido una cierta jefatura sabedores los otros de la importancia de su función directiva. No le hacen falta demasiados gestos y aspavientos para que todo se ponga a funcionar automáticamente bajo su mirada supervisora.  Basta un mínima expresión de su cara, una mirada ó un ademán insignificante para que los demás se esmeren hasta extremos poco creíbles, como si ejerciera sobre ellos una jurisdicción en principio poco comprensible pero inequívoca , dado que todos son socios paritarios de una sociedad anónima.  Pero sea por lo que sea, las cosas suceden así, y al cabo de poco rato, puede vérsele solo en lo alto de las escaleras ordenando las distribución de las viandas y las bebidas con una autoridad que para sí quisiera el más afamado de los directores de orquesta.
Tiempo atrás, yo me sentía intrigado, y como buen sociólogo, me dedicaba a realizar trabajos de campo con esta gente, en la que me intrigaba sobremanera, no solo la autoridad que emanaba de su incontestable líder, sino la subordinación con la que los otros parecían  plegarse a sus mandatos.  Pensé que quizás la familia entera era víctima de un supuesto “complejo de Napoleón”, que hace que la mayoría acepte el mandato del menos dotado ó más insignificante, suponiendo que tal sumisión les acarreará los beneficios a que su sometimiento les hace acreedores, como si su sacrificio ante un ser inferior trajera aparejada una recompensa inevitable.  Sin embargo acontecimientos posteriores e informaciones que fui recabando de otros clientes, me hicieron ver que para nada se trataba de una especie de patología familiar, sino que todo obedecía al orden de lo natural, pues acabé llegando a la conclusión que Poli no era solo el más inteligente de ellos sino también el más dotado en todos los terrenos.  Supe que combinaba una increíble energía con una capacidad de seducción extraordinaria, de manera que, de alguna forma sutil, los tenía a todos sentimentalmente comprometidos, no por ellos mismos , desde luego, sino por la fascinación que ejercía sobre sus mujeres, que estarían dispuetas a abandonarles a poco que Poli chasqueara los dedos.  Ellas se sabían protegidas por aquél hombre mucho más que por sus propios maridos, por lo que aun queriéndoles, se sometían a su liderazgo sin paliativos. Además, desde hacía mucho tiempo Policarpio, sabedor de las deficiencias con  que la madre naturaleza  le había provisto, se dedicó con ahínco a cultivar el físico en un gimnasio, y a estas alturas podía considerársele como un atleta superdotado, capaz de reprimir  de una bofetada el menor gesto de insumisión.  Es cierto que su musculatura, que él dejaba entrever por debajo de su camisa blanca de camarero, le daba un aspecto de forzudo achaparrado, pero eso no era óbice para que el mínimo estremecimiento de sus extremidades superiores pusiera en alerta a los demás, que se plegaban a sus requisitorias sin la mínima vacilación.  Se trataba pues de una sorprendente mezcla de músculo y cerebro que Poli había sabido cultivar hasta el extremo de tener achantada a una familia entera de seis hermanos, cuñadas incluidas.
 Pero como además se daba la coincidencia de que Poli padecía un enorme complejo de inferioridad que trataba de compensar con todaa esas estratagemas, era por la misma razón  el más motivado de todos  para ganar dinero incontinentemente, todos se dejaba arrastrar por la furía monetarista de su  hermano, sabedores que era la forma más simple de hacerse ricos, cosa que, por otro lado hacía tiempo que todos lo eran, aunque siguieran trabajando con ahínco para aumentar el número de chalets en propiedad y el parque automovilístico.  Yo mientras tanto trataba de calmarme pues, incapaz de desarrollar como Hipólito tal energía, urdía maldades para tratar de reírme de él y sofocar de esta manera la comezón de envidia que tal personaje me provocaba.  Por eso de vez en cuando recurría a estrategias viles que le apearan de su lugar de privilegio y me confirmaran la ruindad de su conducta.  Con frecuencia dejaba caer cincuenta céntimos ó olvidaba intencionadamente algo sin importancia, para regodearme viendo de soslayo como no podía reprimir su avaricia,  y los hacía desaparecer rápidamente en su bolsillo. 
Días atrás sin embargo parece haberse originado un cambio, Poli, ya demasiado mayor, ha decidido retirarse , y en su lugar ha tomado el mando Braulio, el gordo bonancible de la familia, al que nadie parece hacer caso, como si una vez terminada la etapa del dictador, el resto de los hermanos hubiese  decidido que reinase la anarquía total, por lo que la actitud pretendidamente autoritaria de Braulio, es contestada con todo tipo de chanzas y chascarrillos por parte de los demás, que parecen hacerle pagar las humillaciones a que Poli les sometió. 
El restaurante El Chopo, de esta manera languidece y su legendaria cocina española se desliza  cuesta abajo, mientras los camareros, sometidos a una tensión excesiva durante demasiados años, se dedican a tomar el pelo a los clientes ó a arrojarles a la cara los postres ó los codillos de cerdo,  según se cuadre.  Una vez el Poli ausente parece haberse levantado la tácita Ley Seca que imperaba entre ellos y todos se dedican a pimplar inmoderadamente, lo que les lleva a situaciones hilarantes, como hacerse servir al mismo tiempo que los clientes e incluso mandar a estos a la barra  por una ración de lo que les apetezca.  .  Los altercados se suceden, y la policía ha debido de intervenir y finalmente cerrar el local por mandato judicial, ante las denuncias de vecinos y clientes.  Termina así una época de esplendor de la Piñonera, una de las últimas zonas semirústicas en el centro de Madrid, donde sus vecinos, propietarios de unos modestos hotelitos de los años cincuenta, parecen ponerse de acuerdo en vender y dedicar el inmenso solar que albergó al Chopo durante cuarenta años, a la construcción de un gran complejo de ocio, en él, si mis noticias son ciertas, parece ser que El Poli figura como uno de los principales accionarios, para lo que ha puesto una condición” sine qua non”, que en su interior se construya una réplica del antiguo bar-restaurante el Chopo, con una representación familiar exclusivamente femenina, pues al parecer los varones no quieren saber nada del caso. 

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