viernes, 1 de julio de 2016

BOTÁNICA



La tarde se desfleca en fanerógamas mientras los abedules en Kamchatka ignoran al Bolshoi.  Plaza del Kremlin ajena a las abejas cuando los aviadores inventan aeropuertos.  Imagina si no los cielos ocultos bajo los aeróstatos dibujando farmacias que solo expiden yodo.  Y será inútil recurrir a los astrólogos,  ocupados entonces en inventar farolas que de nuevo nos traigan el alba que ocultan los charoles.   Olvidad a los guardias y sus gorras de plato coronadas de plumas,  ellos sabrán por qué.  Pero las convenciones son acuerdos antiguos que un día desdicen los dibujantes,  caprichosos que son  , cuando llega el momento ,  de diseños modernos ,  de vanguardias que arrumben los pretéritos cuando más les convenga ,  o de resucitar a Roma y sus legiones . Nada hay tan hermoso como el brote que empuja y que eleva la tierra a proporciones no previstas por los calendarios, ocupados en otras contabilidades que poco tienen que ver con la altitud o los volúmenes. Considera el bosque que podría ser si todos nos dedicáramos con denuedo a la reforestación: pasos elevados, andariveles dónde apenas habría que ejercitar el equilibrio pues nuestros pies avanzarían sobre un colchón de plumas. Deambulaciones aéreas que facilitarían filosofías y puntos de vista desprendidos  del suelo, donde las ideas solo se arrastran sabedoras de su inutilidad. Y entonces lo que llamaron alma  ,  y que se extinguió por falta de adeptos ,  brotará de nuevo con otro sombrero que en nada recordará a la paloma, ocupada en menesteres de poca importancia , arrumbada en los arrabales y en los alféizares de los pisos elevados , donde sus excrementos dejarán una huella que con el tiempo emocionará a los paleontólogos . Los vertederos entonces como hoy parecerán mares, playas, costas, acantilados buscadores de abismos más allá de la  plataforma continental,  que ni siquiera formará un gradiente merecedor de tal nombre. Y cuando la falta de keroseno haya ya colocado los aviones en peligro de extinción,  sonarán vanamente las sirenas y la pérdida será irremediable por más que los trenes de aterrizaje hayan sido desplegados y el caucho se impaciente por tocar tierra. Será inútil  pues un extraño fenómeno habrá degrado las pistas hasta hacerlas eriales donde los accidentes harían inútil, por su gravedad , la intervención de los bomberos y las ayudas sanitarias . El colapso que a veces se prevé no es forzosamente el que sucede y quizás los supuestos meteoritos dejen lugar a catástrofes mas íntimas, casi familiares pero planetarias. Luchas intestinas en el seno de la familia, odios irreconciliables entre vecinos hasta entonces bien avenidos, combate en población en pequeñas aldeas donde se luchará casa por casa ,  obedeciendo a mandatos que nadie tiene claro , pero que no impedirán los fusilamientos y las evisceraciones sin sentido , porque las bayonetas siempre aguardan en los desvanes , aunque cuando las visitamos parezcan inertes y cubiertas de un orín antiguo. Debemos ayudar a los aviones, pues sería un drama de consecuencias desgraciadamente demasiado previsibles,  quedarnos sin comercio aéreo y sin turistas que aproximen a los continentes ,  y saquen fotografías de lejanos annapurnas que  disfrutarán después entre amigos  , que sin embargo ya empezaron a considerar justificado , aunque se callen , la eficacia de las armas blancas , y las buhardillas contemplen , cuando llega la tarde ,  un ajetreo febril  de aceros y piedras esmeriladas. Construyamos de nuevo aeropuertos y pidamos a las líneas aéreas que aguanten un poco más a sus flotas en el aire, suspendamos las plantaciones, olvidemos las flores, talemos los baobabs, pues tiempo habrá para otros principitos. Despidamos también de las criptógamas, arrasemos pétalos,  estambres y pistilos, no dejemos ni una rosa. Suprimamos la Botánica de nuestros libros de texto, olvidemos los injertos y los invernaderos. Seamos definitivamente minerales y acojamos a nuestra aviación como solo ella merece. Que no crezca la hierba e imperen definitivamente las pizarras bituminosas.

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