La tarde se
desfleca en fanerógamas mientras los abedules en Kamchatka ignoran al Bolshoi. Plaza del Kremlin ajena a las abejas cuando
los aviadores inventan aeropuertos. Imagina
si no los cielos ocultos bajo los aeróstatos dibujando farmacias que solo
expiden yodo. Y será inútil recurrir a
los astrólogos, ocupados entonces en
inventar farolas que de nuevo nos traigan el alba que ocultan los charoles. Olvidad a los guardias y sus gorras de plato
coronadas de plumas, ellos sabrán por
qué. Pero las convenciones son acuerdos
antiguos que un día desdicen los dibujantes,
caprichosos que son , cuando
llega el momento , de diseños modernos
, de vanguardias que arrumben los
pretéritos cuando más les convenga , o
de resucitar a Roma y sus legiones . Nada hay tan hermoso como el brote que
empuja y que eleva la tierra a proporciones no previstas por los calendarios, ocupados
en otras contabilidades que poco tienen que ver con la altitud o los volúmenes.
Considera el bosque que podría ser si todos nos dedicáramos con denuedo a la
reforestación: pasos elevados, andariveles dónde apenas habría que ejercitar el
equilibrio pues nuestros pies avanzarían sobre un colchón de plumas. Deambulaciones
aéreas que facilitarían filosofías y puntos de vista desprendidos del suelo, donde las ideas solo se arrastran
sabedoras de su inutilidad. Y entonces lo que llamaron alma , y que
se extinguió por falta de adeptos , brotará de nuevo con otro sombrero que en nada
recordará a la paloma, ocupada en menesteres de poca importancia , arrumbada en
los arrabales y en los alféizares de los pisos elevados , donde sus excrementos
dejarán una huella que con el tiempo emocionará a los paleontólogos . Los
vertederos entonces como hoy parecerán mares, playas, costas, acantilados
buscadores de abismos más allá de la
plataforma continental, que ni
siquiera formará un gradiente merecedor de tal nombre. Y cuando la falta de keroseno
haya ya colocado los aviones en peligro de extinción, sonarán vanamente las sirenas y la pérdida
será irremediable por más que los trenes de aterrizaje hayan sido desplegados y
el caucho se impaciente por tocar tierra. Será inútil pues un extraño fenómeno habrá degrado las
pistas hasta hacerlas eriales donde los accidentes harían inútil, por su
gravedad , la intervención de los bomberos y las ayudas sanitarias . El colapso
que a veces se prevé no es forzosamente el que sucede y quizás los supuestos
meteoritos dejen lugar a catástrofes mas íntimas, casi familiares pero
planetarias. Luchas intestinas en el seno de la familia, odios irreconciliables
entre vecinos hasta entonces bien avenidos, combate en población en pequeñas
aldeas donde se luchará casa por casa , obedeciendo a mandatos que nadie tiene claro ,
pero que no impedirán los fusilamientos y las evisceraciones sin sentido , porque
las bayonetas siempre aguardan en los desvanes , aunque cuando las visitamos
parezcan inertes y cubiertas de un orín antiguo. Debemos ayudar a los aviones,
pues sería un drama de consecuencias desgraciadamente demasiado previsibles, quedarnos sin comercio aéreo y sin turistas
que aproximen a los continentes , y
saquen fotografías de lejanos annapurnas que disfrutarán después entre amigos , que sin embargo ya empezaron a considerar
justificado , aunque se callen , la eficacia de las armas blancas , y las
buhardillas contemplen , cuando llega la tarde , un ajetreo febril de aceros y piedras esmeriladas. Construyamos
de nuevo aeropuertos y pidamos a las líneas aéreas que aguanten un poco más a
sus flotas en el aire, suspendamos las plantaciones, olvidemos las flores, talemos
los baobabs, pues tiempo habrá para otros principitos. Despidamos también de
las criptógamas, arrasemos pétalos, estambres y pistilos, no dejemos ni una rosa. Suprimamos
la Botánica de nuestros libros de texto, olvidemos los injertos y los
invernaderos. Seamos definitivamente minerales y acojamos a nuestra aviación
como solo ella merece. Que no crezca la hierba e imperen definitivamente las
pizarras bituminosas.
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