lunes, 11 de julio de 2016

SOLUCIONES



Quiero anunciar urbi et orbe que ya he dado con la solución. Con el problema, quiero decir. O quizás sea más apropiado decir que he dado con la solución del problema. Suponiendo que exista tal cosa, claro está. Es cierto que nadie me había pedido tal cosa, pero no creo que tal extremo tenga demasiada importancia. Tampoco a Einstein le pidió nadie que descubriera la ley de la Gravedad Especial. Ni de la General, por cierto, pero el hombre se empeñó y lo logró, con independencia de que a partir de ese momento su pelo se le disparara en todas direcciones y cogiera la manía  de sacar la lengua cuando le hacían una fotografía.
Mi hallazgo, volviendo de nuevo a lo anunciado al comienzo de este texto, consiste en lo siguiente: todo obedece a una causa incausada totalmente ajena a las cinco vías que enunció san Agustín, luz de la Iglesia y obispo de Hipona. Todo obedece pues a “eso”, la causa que origina todo lo que acontece a partir de ella misma, desde la caída del pelo más insignificante de la cabeza más rala, hasta la posibilidad de que de nuevo un meteorito de un tamaño equiparable a un campo de fútbol, vuelva a impactar en la península del Yucatán o sus proximidades, aunque esta vez no haya dinosaurios que extinguir. Quiere lo anterior decir, que basta de marear la perdiz elaborando teorías complejísimas a base de energía oscura y expansiones del universo. O de quintaesencias y big-bangs. La cosa es más sencilla y se encuentra en la mencionada Causa Incausada, que nada tiene que ver con san Agustín, repito ¿Tiene usted pensamientos raros y le interesan otras cosas que no sean el Campeonato Nacional de Liga? No se preocupe, su dolencia está causada por lo que ahora ya adivina. Le hemos dado la clave. O sea, la solución.
Su vida a partir de este momento adquiere un nuevo sesgo, y por lo tanto será muy normal que desde muy temprano por la mañana decida no hacer absolutamente nada. Y con esto no quiero decir que se siente en el sofá de la salita/comedor y se quede con las manos cruzadas. Nada de eso, sino todo lo contrario. Claro que, a la postre, la decisión es suya. Podrá obrar con total tranquilidad sabiendo que en cualquier caso, su motivación obedece a ese principio universal que acabo de enunciar, y que por lo tanto, es inútil rebelarse y hacer aspavientos.
Su vida se verá colmada de sentido, y podrá abandonar definitivamente sus interminables estudios de filosofía para hallar el quid de la cuestión, y también la experimentación cuántica buscando la partícula elemental definitiva más allá del famoso bosón del famoso Higgs. Imagine qué relajo desmontar y abandonar definitivamente el conocido colisionador de hadrones. El LCH. Qué alivio, estará usted de acuerdo. Con las cifras de paro existentes y la cantidad de indigentes en los semáforos, quiero decir.
En cualquier caso, habrá que precisar que esta causa generadora de todo lo que viene después, no tiene nada que ver con un punto de densidad infinita, ni se trata de un concepto tan poderoso que abarque a todos los demás. Se trata, en realidad, de algo que no puede ser sustanciado, pero que siempre está operativo, como un dolor de cabeza contra el que no hay ibuprofeno que valga, o el impacto de un cometa contra la corteza de la tierra, que tras el impacto no deja de llegar. O lo que es lo mismo: de seguir impactando. Podría decirse que esta causa incausada no es solo una causa sino al mismo tiempo una consecuencia. Una causa/consecuencia, en resumidas cuentas. No es algo tan difícil de aceptar, de la misma manera que no lo fue el concepto de espacio/tiempo de Einstein, del que hoy en día hablan hasta los más iletrados con total desparpajo.
Llegados aquí, solo me queda felicitarme a mí mismo y felicitarles a ustedes por haber adquirido un conocimiento que nos facilita  el poder abandonar definitivamente la búsqueda de una teoría del todo, en la que tan ocupada están ocupados gran parte de los científicos, rama física, astronomía y cosmología, especialmente, que podrán dedicarse a labores más modestas, rutinarias y menos costosas. A la horticultura y a regar el jardín, sin ir más lejos.

martes, 5 de julio de 2016

LA VIDA ERES TÚ



-LA VIDA ERES TÚ CUANDO TE MIRAS AL ESPEJO MUY DE MAÑANA Y SALUDAS AL NUEVO DÍA CON LA DESGANA CON LA QUE CUALQUIERA PODRÍA HACERLO CUANDO LO QUE SE AVECINA LLEVA EL NOMBRE IGNOMINIOSO DE RUTINA.

-La vida eres tú, pobre patán, que no puedes entender lo que tratas de leer o lo entiendes a duras penas, porque cuando fuiste un niño apenas te enseñaron las cuatro reglas, y a escribir torpemente con lo que entonces llamábamos hacer palotes.

-LA VIDA ERES TÚ, SUCIO CANALLA, QUE HUYES DE LA POLICÍA PORQUE EN UN MOMENTO DE LOCURA MATASTE COBARDEMENTE A TU MUJER POR UNA SOSPECHA QUE LUEGO RESULTÓ SER FALSA. O CIERTA, ESO NO TIENE NINGUNA IMPORTANCIA.

-La vida eres tú que acabas de cortarte las venas desesperado por no poder vivir una vida medianamente digna, incapaz de alimentar como es debido a una prole que trajiste al mundo con una irresponsabilidad solo digna de tu escasa sesera.

-LA VIDA ERES TÚ QUE LLORAS AMARGAMENTE SIN SABER DE VERDAD POR QUÉ LLORAS, AUNQUE RECUERDES VAGAMENTE ALGUNOS CONCEPTOS Y NOMBRES APRENDIDOS A DURAS PENAS EN EL BACHILLERATO. DIGAMOS GALILEO, LOPE DE VEGA, NEWTON, EINSTEIN. Y DESDE LUEGO, JESUCRISTO.

-La vida eres tú, encarcelado para siempre con todo merecimiento por ser un auténtico hijo de puta, que no dudó en quitar de en medio a lo que más quería una noche cargada de vino y de rencor.

-LA VIDA ERES TÚ, PUTO DESGRACIADO, QUE PARA ALIVIAR TUS MALES DECIDISTE HACE TIEMPO METERTE UNA AGUJA EN LAS VENAS Y ANDAS HECHO UN MISERABLE PIDIENDO DINERO PARA MATARTE DEFINITIVAMENTE.

-La vida eres tú, satisfecho de ti mismo, con unas cuantas propiedades y una buena cuenta corriente en el banco. Con tu cátedra, doctorado, licenciatura o  premio Nóbel. Pero no te despistes, quizás por ello mismo no te conozcas tanto como dices conocerte, y en tu corazón albergas otras miserias que tratas de ignorar.

-LA VIDA, SIN EMBARGO, SEA CUAL SEA TU CARA E IDENTIDAD, ERES TÚ, CARGADO DE UN AMOR QUE CONVERTIRÍA LA ENERGÍA DE LA BOMBA ATÓMICA EN UN JUEGO DE NIÑOS. UN AMOR CAPAZ DE CREAR NUEVOS BIG BANGS. UN AMOR QUE COMO UN RAYO DE LUZ CRUZARÍA EL FIRMAMENTO CUAJADO DE ESTRELLAS Y SE PERDERÍA MÁS ALLÁ DE LOS EONES.

ERES TÚ.

viernes, 1 de julio de 2016

BIOLOGÍAS



No te ofusques conmigo, y al verme al final de la estancia, si me ves, pienses que la transparencia no es solo materia de cristales, y que otras cosas existen, por llamarlas de algún modo,  que son acreedoras de tal calificativo. Soy yo por más que te empeñes en ignorarme, e incluso por más que no empeñándote, pase desapercibido porque tu sistema nervioso no te allega señales de mi presencia. Sucede que todo organismo se atiene a protocolos que al cumplir ignora, de tal manera que, llevándolos a cabo,  no es consciente de los mismos y en ese sentido se asemeje a los seres del abismo, que a falta de luz se guían por percepciones que nos son ajenas a quienes pertenecemos a la superficie. Pero estoy aquí, sábelo, y a pesar de los ochenta que delata el mapamundi de mi piel, puedo asegurarte de buena tinta que tengo datos que te harían estremecerte en tu aposento, o como menos introducir variables inesperadas en el turbión de informaciones que avasallan tu joven mente.  Acostumbrada como estás, estamos todos, a guiarnos por las apariencias me darás por descartado en el mundo de tus posibles relaciones, o como mucho a aceptarme en el mínimo rincón que se reserva a lo que desaparece. Te equivocas, pues según informaciones fidedignas que acaban de llegarme de un laboratorio de Helsinki, que me eligio como muestra en una prueba de perdurabilidad para seres longevos, parece ser que aún me queda mucho por delante, del orden de cuarenta o cincuenta años. Se ha producido en mí. como en otros, pocos para ser sinceros, una especie de salto lamarckiano, que nos ha transmutado en seres de otra especie mucho más perdurable, y que conserva además características de su etapa casi adolescente, cuando el semen parece surgir con la impetuosidad que reclama una especie que no quiere morir,  a pesar de la polución generalizada y el calentamiento global.
Somos en ese sentido, y te pido de antemano perdón por si te inquieto, una nueva raza de titanes que hemos de perdurar hasta edades en la que vuestra generación no tenga ya demasiadas posibilidades de seguir adelante. No me mires pues con desdén a pesar de mis facciones que el tiempo ha esculpido hasta límites que ahora para ti te parecen poco menos que incomprensibles. La oxidación es un proceso que como la flecha del tiempo parece avanzar en un solo sentido, pero que en casos excepcionales, y te hablo del mío, puede detenerse en un standby, que a otros puede resultar ofensivo en la medida que no logran hacerlo suyo. Podemos, pues, a poco que te lo pienses, lo pruebes y aceptes sin demasiado rencor, dar origen a una nueva progenie, que poblará el planeta y quien sabe si un día recorrerá la galaxia que ahora nos acoge como una prisión de la que no podemos escapar, pero que quien sabe, hará más accesible a Andrómeda, hoy por hoy tan alejada como un sueño, aunque a rumbo de colisión.
Sé que después de leer estas líneas , me mirarás con sorpresa aunque asome a la comisuras de tus labios, una sonrisa piadosa y escéptica, creyendo en la efervescencia de tus hormonas que la senectud puede llegar a plantear problemas de difícil resolución , que ni siquiera los expertos pueden situar en el cuadro de las afecciones geriátricas; pero te lo repito, te equivocas, y siempre ha sido así, cuando algo nuevo surge capaz de alterar las concepciones reinantes en el momento de tal epifanía . Hazme caso, recuerda a Aristarco, Copérnico Galileo, Newton y Einstein, todos descreídos en un primer instante, y luego elevados a altares que inciensan los chicos en el Bachillerato. Hazme caso, no seas ingenua: espero verte a solas uno de estos días. Hace calor: ven ligera de ropa.

POLICARPIO



Poli es el encargado de un bar restaurante de las inmediaciones.  Un lugar en el que a la tosquedad de sus propietarios, naturales todos de un pueblo de Ávila, se añade, en contraste con ello, una estupenda calidad de sus materias primas.  Tienen a través de todo el año una clientela fija, hecha de algunos vecinos y de las numerosas oficinas de la zona.  Poli, se llama Hipólito, pero no se por qué desde un principio decidí que provenía de Policarpio, nombre que ni siquiera estoy seguro de que exista, es una persona minúscula, pero muy activa, que lo que le falta en volumen, le sobra en agilidad y dedicación a su profesión. Es, dentro de la comunidad familiar que regenta el local, una especie de Encargado, consentido por los otros que, reclamando la paridad entre todos, no dejan de reconocer sus cualidades superiores.  De hecho, yo que soy cliente desde hace más de veinte años, tengo la impresión que existe entre ellos un acuerdo tácito, mediante el cual le han cedido una cierta jefatura sabedores los otros de la importancia de su función directiva. No le hacen falta demasiados gestos y aspavientos para que todo se ponga a funcionar automáticamente bajo su mirada supervisora.  Basta un mínima expresión de su cara, una mirada ó un ademán insignificante para que los demás se esmeren hasta extremos poco creíbles, como si ejerciera sobre ellos una jurisdicción en principio poco comprensible pero inequívoca , dado que todos son socios paritarios de una sociedad anónima.  Pero sea por lo que sea, las cosas suceden así, y al cabo de poco rato, puede vérsele solo en lo alto de las escaleras ordenando las distribución de las viandas y las bebidas con una autoridad que para sí quisiera el más afamado de los directores de orquesta.
Tiempo atrás, yo me sentía intrigado, y como buen sociólogo, me dedicaba a realizar trabajos de campo con esta gente, en la que me intrigaba sobremanera, no solo la autoridad que emanaba de su incontestable líder, sino la subordinación con la que los otros parecían  plegarse a sus mandatos.  Pensé que quizás la familia entera era víctima de un supuesto “complejo de Napoleón”, que hace que la mayoría acepte el mandato del menos dotado ó más insignificante, suponiendo que tal sumisión les acarreará los beneficios a que su sometimiento les hace acreedores, como si su sacrificio ante un ser inferior trajera aparejada una recompensa inevitable.  Sin embargo acontecimientos posteriores e informaciones que fui recabando de otros clientes, me hicieron ver que para nada se trataba de una especie de patología familiar, sino que todo obedecía al orden de lo natural, pues acabé llegando a la conclusión que Poli no era solo el más inteligente de ellos sino también el más dotado en todos los terrenos.  Supe que combinaba una increíble energía con una capacidad de seducción extraordinaria, de manera que, de alguna forma sutil, los tenía a todos sentimentalmente comprometidos, no por ellos mismos , desde luego, sino por la fascinación que ejercía sobre sus mujeres, que estarían dispuetas a abandonarles a poco que Poli chasqueara los dedos.  Ellas se sabían protegidas por aquél hombre mucho más que por sus propios maridos, por lo que aun queriéndoles, se sometían a su liderazgo sin paliativos. Además, desde hacía mucho tiempo Policarpio, sabedor de las deficiencias con  que la madre naturaleza  le había provisto, se dedicó con ahínco a cultivar el físico en un gimnasio, y a estas alturas podía considerársele como un atleta superdotado, capaz de reprimir  de una bofetada el menor gesto de insumisión.  Es cierto que su musculatura, que él dejaba entrever por debajo de su camisa blanca de camarero, le daba un aspecto de forzudo achaparrado, pero eso no era óbice para que el mínimo estremecimiento de sus extremidades superiores pusiera en alerta a los demás, que se plegaban a sus requisitorias sin la mínima vacilación.  Se trataba pues de una sorprendente mezcla de músculo y cerebro que Poli había sabido cultivar hasta el extremo de tener achantada a una familia entera de seis hermanos, cuñadas incluidas.
 Pero como además se daba la coincidencia de que Poli padecía un enorme complejo de inferioridad que trataba de compensar con todaa esas estratagemas, era por la misma razón  el más motivado de todos  para ganar dinero incontinentemente, todos se dejaba arrastrar por la furía monetarista de su  hermano, sabedores que era la forma más simple de hacerse ricos, cosa que, por otro lado hacía tiempo que todos lo eran, aunque siguieran trabajando con ahínco para aumentar el número de chalets en propiedad y el parque automovilístico.  Yo mientras tanto trataba de calmarme pues, incapaz de desarrollar como Hipólito tal energía, urdía maldades para tratar de reírme de él y sofocar de esta manera la comezón de envidia que tal personaje me provocaba.  Por eso de vez en cuando recurría a estrategias viles que le apearan de su lugar de privilegio y me confirmaran la ruindad de su conducta.  Con frecuencia dejaba caer cincuenta céntimos ó olvidaba intencionadamente algo sin importancia, para regodearme viendo de soslayo como no podía reprimir su avaricia,  y los hacía desaparecer rápidamente en su bolsillo. 
Días atrás sin embargo parece haberse originado un cambio, Poli, ya demasiado mayor, ha decidido retirarse , y en su lugar ha tomado el mando Braulio, el gordo bonancible de la familia, al que nadie parece hacer caso, como si una vez terminada la etapa del dictador, el resto de los hermanos hubiese  decidido que reinase la anarquía total, por lo que la actitud pretendidamente autoritaria de Braulio, es contestada con todo tipo de chanzas y chascarrillos por parte de los demás, que parecen hacerle pagar las humillaciones a que Poli les sometió. 
El restaurante El Chopo, de esta manera languidece y su legendaria cocina española se desliza  cuesta abajo, mientras los camareros, sometidos a una tensión excesiva durante demasiados años, se dedican a tomar el pelo a los clientes ó a arrojarles a la cara los postres ó los codillos de cerdo,  según se cuadre.  Una vez el Poli ausente parece haberse levantado la tácita Ley Seca que imperaba entre ellos y todos se dedican a pimplar inmoderadamente, lo que les lleva a situaciones hilarantes, como hacerse servir al mismo tiempo que los clientes e incluso mandar a estos a la barra  por una ración de lo que les apetezca.  .  Los altercados se suceden, y la policía ha debido de intervenir y finalmente cerrar el local por mandato judicial, ante las denuncias de vecinos y clientes.  Termina así una época de esplendor de la Piñonera, una de las últimas zonas semirústicas en el centro de Madrid, donde sus vecinos, propietarios de unos modestos hotelitos de los años cincuenta, parecen ponerse de acuerdo en vender y dedicar el inmenso solar que albergó al Chopo durante cuarenta años, a la construcción de un gran complejo de ocio, en él, si mis noticias son ciertas, parece ser que El Poli figura como uno de los principales accionarios, para lo que ha puesto una condición” sine qua non”, que en su interior se construya una réplica del antiguo bar-restaurante el Chopo, con una representación familiar exclusivamente femenina, pues al parecer los varones no quieren saber nada del caso. 

AMIGOS



Queridos amigos, en primer lugar quiero agradecerles su presencia aquí esta tarde para acompañarme en estas supongo que reflexiones, que de antemano les confesaré que apenas tengo pergeñadas. Pero al empezar,  desde luego, no quiero olvidar dar las gracias a la Fundación Juan Parch por la gentileza que ha tenido al invitarme y contar conmigo como uno de los intervinientes en este ciclo , en el que se supone  que unos cuantos de quienes nos dedicamos a escribir podemos tener contacto con nuestros lectores, entre los que supongo se hallarán algunos de ustedes, aunque, para ser sincero desde el principio, creo que apenas serán una minoría de los aquí presentes, y no por su falta de voluntad,  sino posiblemente,  porque mi  forma de comunicarme no cuenta con el entusiasmo de la mayoría.   Se me presenta,  por lo tanto un inconveniente a priori, y es saber que en buena medida,  la mayoría de ustedes no me leen, y me remito a las estadísticas que no creo que me desmientan,  y que por lo tanto lo que yo pueda decirles les tendrá sin cuidado,  puesto que incluso carecen de los datos que pudieran hacer de estas declaraciones algo interesante.    Dicho sea esto con todos mis respetos y la mayor simpatía. Uno suele vincularse a discursos coincidentes con el propio e ignorar aquellos que por su continente o    contenido no nos alcanzan, haciéndosenos ajenos, portadores en resumidas cuentas,  de lenguajes con tendencia a jeroglíficos.  
Comprendo que el título de mi última novela “Del electromagnetismo como fundador del impulso amoroso en los trenes de larga distancia”, puede resultar descorazonador para quienes buscan de entrada empatías que nada tengan que ver con el mundo de la Física y sí con el de las emociones y sentimientos. Pero, permítanme en este momento apuntarles que la expresividad explícita suele ser una coartada que puede dar lugar, poco más tarde, a auténticas cuchufletas, en las que el desarrollo de la acción discurre por unos cauces más que previsibles,  y en el que el tópico suele ser el denominador común, de manera que genere la empatía del lector a pesar de un lenguaje rancio y zafio, pero que en los menos exigentes o    avispados provocará una emoción para la que en nada habrá sido necesario un léxico sugerente y menos aún una sintaxis correcta.   No quiero, dicho lo anterior, ser considerado como integrante de una elite poseedora de un lenguaje rico aunque críptico, sino únicamente señalar que no siempre lo explícito es señal de calidad, y que quienes como yo recurrimos a alambicamientos que pueden resultar farragosas, podemos en algunas ocasiones ser poseedores de una simplicidad que se hace evidente cuando se poseen las claves para la desencriptación de lo escrito.   Si se toman la molestia de leer la obra anteriormente apuntada, a la que deliberadamente di un título de ensayo en homenaje a Albert Einstein y su año prodigioso, 1905, verán que excepto párrafos entrecomilladas que tratan de rendir tributo al descubridor de la teoría de la Relatividad, el resto, es decir la mayor parte de la novela,  discurre por cauces que apenas se alejan de la literatura romántica del diecinueve, e incluso, en ocasiones, de forma también consciente, recurre a expresiones no muy alejadas del lenguaje popular que se puede escuchar sin ser demasiado exigente en cualquier bar de cualquier esquina y que podemos encontrar en la literatura popular de venta en los quioscos.   Es cierto que no siempre es agradable enfrentarse a situaciones en las que , valga el ejemplo, tengamos que recurrir a la brújula para orientarnos o    disponer de un diccionario a mano para averiguar de qué se trata, pero también lo es que, si reflexionamos, son esas ocasiones las que se nos brindan para abordar la realidad desde periferias hasta entonces no consideradas, y que, a poco que lo aceptemos, podrán abrir nuestra conciencia a mundos no tan soterrados, pero que permanecen ocultos en la medida que preferimos una evidencia nada enriquecedora. Dentro de unos días aparecerá en las librerías la segunda parte de la novela ya mencionada, que forma parte de una trilogía en la que trato dar cuenta de mi visión del mundo contemporáneo, desde mi punto de vista enceguecido por la velocidad y la ingesta indiscriminada de productos de consumo de todo tipo.
En esto coincido con Baudrillard, Lipovetsky y otros pensadores del mundo moderno en el que la percepción exagerada de estímulos nos lleva de manera irremediable a tratar lo que nos rodea como a simples objetos de los que tratamos de sacar el máximo rendimiento sin importarnos sus cualidades o    el orden a que los mismos pertenezcan, de manera que en ocasiones podemos relacionarnos con un semejante como si fuera una cosa, y con esta como si fuera un semejante.   Esta distorsión perceptiva creo que queda clara en el desarrollo de la acción de “Del electromagnetismo como generador del fenómeno amoroso en los trenes de alta velocidad”, en la que trato de establecer un vínculo entre las distorsión generada en la percepción de los fenómenos luminosos a velocidades próximas a la de la luz y la de las relaciones eventuales, esporádicas o    simplemente “flous” del ser humano de nuestros días, de mí mismo, y de ustedes, señoras y señores que tienen la amabilidad de escucharme.  
Quisiera, llegado aquí, establecer un pacto con ustedes o    al menos con la mayoría de ustedes que crea en mi buena voluntad.  No soy amante de la experimentacio   n y mi obra escrita no responde a un pretendido anhelo de encriptacio   n, no recurre a malabarismos con objeto de hacerla más valiosa ni de culto, y si no se aproxima al lirismo y emocio   n que pueden suscitar los versos de, por ejemplo,  Neruda, no es porque deliberadamente intente tocar otros registros. Las palabras afluyen a mi boca, y más frecuentemente a mi estilográfica, pues sabrán que siempre escribo a mano, con la torrencialidad con la que los afluentes del Nilo desbordan su cauce o    hacen que el lago Victoria alcance unas proporciones que solo un espiche puede aliviar, no lo puedo remediar y no es un mérito, sino en ocasiones posiblemente todo lo contrario.   La locuacidad solo tiene sentido si es acompañada de un campo semántico, generador de algún tipo de reflejo positivo en quien es objeto de tal afluencia verbal.   Sé que lo intentarán, pues el puro hecho de escucharme, a pesar de algunas ausencias que han ido produciéndose a lo largo de la charla, es ya suficiente mérito para intentarlo.   Las tardes de la capital discurren ociosas en primavera y hacer el esfuerzo de comprender a alguien como yo, es merecedor de recompensas que espero que encuentren en mis libros a poco que se lo propongan.   Muchas gracias.  

SÍMILES



No quería verlos, porque tenía la impresión a priori que tal cosa podría resultar desagradable. Si debo ser sincero, no tenía para ello razones de peso, aunque no me faltaban algunos detalles, por mínimos que fueran, que podrían ponerme sobre aviso. No fue agradable, teniendo sobre todo en cuenta que sus padres, después de años de intentarlo infructuosamente, habían logrado por fin mediante métodos debidos al ingenio humano, lo que la naturaleza no pudo de motu propio. Se trataba de dos personas de talla inferior a la normal, pero en absoluto enanos, de cuerpos robustos tirando a rechonchos, y unas cualidades psíquicas que uno no desea en principio para su progenie. Gente, quiero decir, poco abierta, hosca e incluso desabrida en ocasiones que para nada se prestaban a ello, de palabras escasas que había que arrancarles como si se tratara de sanguijuelas determinadas a su labor de sangría. Pero llegó un momento en que no tuve más remedio que asomar la cabeza a la cunita donde yacían las dos criaturas venidas a este mundo in extremis a través de métodos inaceptables para determinada confesión religiosa, de la que ellos, sin embargo, eran fervientes feligreses.
La reproducción de la especie, pasa por alto con frecuencia minucias de ese tipo, y no se consideran aspectos de las mismas que contradicen los impulsos de la naturaleza, o el mero hecho de dejar herederos siendo el patrimonio de los abuelos cuantioso. Eran, para que vamos a decir otra cosa, dos auténticos demonios, que asomaban sus cabecitas sobre una especie de serón donde sus papás los habían recluido a modo de cuna, posiblemente para no hacer evidentes la desdicha de sus extremidades. Tenían los dos mucho pelo negro, a pesar de ser recién nacidos y ya parecía recio y poco dado a cambios posteriores. Los ojos relucían como dos carbuncos, dos ascuas oscuras que parecían interrogar al recién llegado como si le preguntaran que se le había perdido en tales latitudes. La buena voluntad resultaba inútil, y las dos criaturas provocaban una sensación desagradable de difícil manejo, por lo que los padres, viendo mi cara de perplejidad, acabaron introduciendo a sus vástagos en el habitáculo, agradeciendo no tener que soportar la vergüenza de tener que enseñar unas piernas en las que el pelo era ya lo más reseñable. Durante un tiempo, tuve la suerte de no cruzarme de nuevo con la joven pareja, no sólo porque no coincidiéramos en nuestros respectivos itinerarios, sino porque yo estaba muy atento al horizonte, y en cuanto les veía tomaba otra dirección temeroso de encontrarme  esas alturas algo así como a dos hombres lobo ante los que fuera incapaz de disimular mi desagrado. Un día sin embargo, inopinadamente, al salir de una curva sin visibilidad me topé directamente con ellos y su cochecito para gemelos que no pude rehuir so acusación de una mala educación injustificable.
Me asomé pues por tanto a la cunita, y mi sorpresa fue mayúscula, pues tuve la impresión de encontrarme con dos nenas monísimas y rubias, que me hicieron pensar de inmediato en problemas propios de percepción o en metamorfosis espontáneas y fulminantes. Espoleado, pues por una curiosidad sin límites tiré hacia mí de uno de los infantes, pudiendo comprobar que también el vello renegrido y fosco del primer día, había desaparecido, dejando lugar a las piernas gordezuelas y simpáticas de un bebé rubicundo. Miré a los padre con una cara de incredulidad que no debió pasares desapercibida, pues pude percibir en el brillo de sus ojos un amago de burla, como si de alguna manera, ellos supieran de qué se trataba y no quisieran decírmelo para hacer evidente mi malos sentimientos. Antes de despedirse, sin embargo, y sin darles tiempo a alejarse, tiré de la otra criatura y de un sólo vistazo pude comprobar que a la altura de los tobillos el pelo permanecía sobresaliendo sobre los calcetines, al tiempo que se me hizo evidente que alguien había pasado una rasuradora sobre sus cejas, que a pesar de todo parecían recobrar todo el brío de un pelo negro de primera calidad a punto de rebrotar tal cual, a pesar del agua oxigenada. Al dejarlo de nuevo en el capacho, no pude impedir que mis sentimientos más miserables salieran a superficie, y justo en el momento de depositarlo, le di un tirón de la pelambrera de sus tobillos, al que la criatura reaccionó con un alarido que me puso los pelos de punta, pues era evidente que tales decibelios no podían provenir de una garganta estrictamente humana.
Los padres me lanzaron una mirada acusatorio que no dejaba lugar a dudas, y prácticamente salieron corriendo en dirección contraria, mientras el niño aún berreaba de manera más que sospechosa. Traté de tranquilizarme entonces, al tiempo que me alejaba, imaginándome tumbado cuán largo era sobre un campo de margaritas, mientras el sol declinaba y se disponía a ocultarse, posiblemente sabedor de que nada hay de nuevo bajo él mismo. Recordé entonces una inquietante película de Roman Polanski, en el que una encantadora mujer es poseída por el diablo y da a luz un monstruo que, sin embargo, pronto encuentra en su vecindario a sus más devotos feligreses. Qué trance, me dije, percibir que uno ha parido a Satán, y que desde ese momento en adelante tendrá frente a sí a toda la Curia romana y el pueblo llano, que no quiere saber nada de variantes indeseadas ni de teologías en desuso. En mi cabeza, sin embargo, permaneció largo tiempo la duda de cual de los dos progenitores originó a la bestia múltiple, si él con sus andares un tanto cabríos, o ella, con un amago de bigote oscuro más que evidente.

RIESGOS



Soy un cobarde, para que nos vamos a engañar. A lo largo de mi vida he pasado por unas cuantas situaciones de riesgo, y sin importarme de que  se tratase, me he quitado de en medio inmediatamente. Incluso en ocasiones en las que alguien estaba en apuros, si no me veía nadie, ponía tierra de por medio. Debe ser algo consustancial conmigo, pues en las pocas ocasiones en que he mantenido el tipo, me ha entrado una temblona que ha sido casi peor que haber optado por la huída. Sin embargo, últimamente, por razones que desconozco, continuamente me veo tentado a asumir situaciones objetivamente peligrosas de forma compulsiva, aunque no sé si en el fondo son algo así como unas ganas de desquite ante una fragilidad personal que me abochorna.
Por ejemplo, tengo una pistola en casa de cuando estaba en activo. Todos los años paso revista de arma y cumplo los requisitos necesarios para seguir teniéndola, pero lo cierto es que jamás la hice caso, y siempre la he tenido encerrada en una caja fuerte, no vaya a ser que alguien en casa pueda cogerla un día y tengamos una desgracia. Nunca me gustó, y la tengo casi por un prurito de orgullo dada mi profesión anterior, pero a mí las armas de fuego y toda esa quincallería bélica, siempre me pareció cosa de tarados o gente agresiva, que no es mi caso. Pues bien, hace ya unos meses, cuando estoy solo, la saco y la pongo frente a mí encima de la mesa, y me la quedo mirando un rato largo. Qué artilugio tan extraño y tan “específico”, me digo. Sólo sirve para una cosa. Y lógicamente está de más que lo especifique. Porque un cuchillo, a veces cojo uno de cocina grande y lo pongo a su lado, también sirve para eso, pero sobre todo para pelar patatas o frutas o para ayudar a trinchar un pollo. ¿Pero la pistola? Se va a pasar toda la vida allí metida, sin servir para nada, pues ni siquiera en mi cabeza ha surgido la idea de acercarme a una galería de tiro y hacer puntería. No me gusta. Finalmente me he decidido, y en esas ocasiones, pasado un rato, la cojo y juego con ella, le acaricio las cachas y el cañón, me la paso por la cara o en ocasiones hago punterías sobre cualquier objeto de casa, sobre todo bibelots y fotografías. Al principio me asustaba, pero ya no. De hecho, en los últimos días incluso me asomo a la ventana, y con disimulo apunto a la gente que pasea por la calle y disparo, aunque claro, sin munición en la recámara. Incluso he llegado a ponerme en la sien o metérmela en la boca para sentir la frialdad del acero pavonado. Es una Star de 9 mm largo, y a veces trato de sentir las estrías dentro del cañón metiendo la punta de la lengua. No tiene ningún sentido, pero lo hago. Ayer  me asusté un poco de mi mismo, porque decidí meter una bala en la recámara y jugar con ella dentro, pero sin amartillar el percutor. Me produce escalofríos.
El cuchillo, bien pensado, también tiene su cosa, de acero reluciente y un filo que da escalofríos, porque Luisa es muy aficionada a los asados, y algún fin de semana invitamos a algún matrimonio conocido. Un tajo en las venas de la muñeca siempre me pareció muy aparatoso, aunque un tipo decidido dice zás y ya se sabe. Lo cierto es que, no obstante, no tengo ningunas ganas de quitarme de en medio, porque mi matrimonio va bien y adoro a mis hijos, y aunque ya no trabajo, me entretengo en mil cosas, que la verdad es que entre unas y otras no tengo tiempo para nada. Me imagino que estas chaladuras deben de estar escritas en los libros de psiquiatría, a lo mejor hay gente que sufre de “repentes”, y aunque no tenga motivos, hace una tontería. Qué sé yo, probablemente tendría que ir al médico y contarle estas historias. Quizás, como dije al principio, sólo se trata de que en mi interior me ha quedado la idea de que soy un miedica, y estas son maneras de convencerme de que no es cierto, asumiendo unos riesgos estúpidos, como si me dijera “os creíais que era un cagón, pues para que veáis: con dos cojones”.
No sé, me siento un poco intranquilo, y creo que lo que voy a hacer definitivamente es devolver la pistola de manera oficial, y se acabó esta ridícula historia. Estoy decidido. Aunque claro, el tema es que no voy a decirle a Luisa que retire los cuchillos de mi vista, y los esconda en otra caja fuerte con todos los productos químicos de limpieza, que creo que son peor que la cicuta: un trago de raticida, limpia metales o desatascador, y listo. Incluso si tal cosa fuera posible, si pierdo los papeles, puedo optar por cosas peores, como dar un volantazo cuando toda la familia vamos en coche y meternos debajo de un camión, o saltar por un terraplén con mucha pendiente.
Hay infinitas maneras de hacer mutis, pero no entiendo el motivo de esta obsesión, más bien un temor, como si en el puesto de mando de mi cabeza se hubiera infiltrado un terrorista dispuesto a inmolarse, pero no por el Profeta ni por la Madre Patria, ni leches, sino simple y llanamente porque creo que en alguna medida, estoy como una chota. De todas maneras, ahora que el verano está cerca, y vamos todos a trasladarnos unos días a Irlanda, donde estudia una de mis hijas en una Universidad católica, pienso que estas ideas perturbadoras se me van a ir de la cabeza. Estoy muy apegado a los míos, y hace casi un año que no veo a la niña, que además, sin que los otros se enteren, es mi preferida, aunque a mi todo eso de la religión que a ella le importa mucho, me tiene sin cuidado. De hecho es algo que me irrita porque me parece totalmente irracional, aunque debe tener sus ventajas porque ella es una chica inteligente y encantadora y se la ve muy feliz. No lo sé, la verdad es que estoy bastante confundido. Esto es también irracional, y debería hablarlo con alguien, pero no me atrevo a hacerlo con Luisa, que aparte de mi mujer, es la persona con quien tengo más confianza: estoy seguro que la asustaría y sería una crueldad por mi parte. Creo que allí, estando todos juntos en un país extraño, me tranquilizaré, aunque si debo ser sincero, me inquieta la visita prevista a los acantilados de Moher, allí un pequeño resbalón y se acabó. Aunque para un romántico sería una belleza terminar así: cayendo desde gran altura sobre las olas de un mar enfurecido.

BOTÁNICA



La tarde se desfleca en fanerógamas mientras los abedules en Kamchatka ignoran al Bolshoi.  Plaza del Kremlin ajena a las abejas cuando los aviadores inventan aeropuertos.  Imagina si no los cielos ocultos bajo los aeróstatos dibujando farmacias que solo expiden yodo.  Y será inútil recurrir a los astrólogos,  ocupados entonces en inventar farolas que de nuevo nos traigan el alba que ocultan los charoles.   Olvidad a los guardias y sus gorras de plato coronadas de plumas,  ellos sabrán por qué.  Pero las convenciones son acuerdos antiguos que un día desdicen los dibujantes,  caprichosos que son  , cuando llega el momento ,  de diseños modernos ,  de vanguardias que arrumben los pretéritos cuando más les convenga ,  o de resucitar a Roma y sus legiones . Nada hay tan hermoso como el brote que empuja y que eleva la tierra a proporciones no previstas por los calendarios, ocupados en otras contabilidades que poco tienen que ver con la altitud o los volúmenes. Considera el bosque que podría ser si todos nos dedicáramos con denuedo a la reforestación: pasos elevados, andariveles dónde apenas habría que ejercitar el equilibrio pues nuestros pies avanzarían sobre un colchón de plumas. Deambulaciones aéreas que facilitarían filosofías y puntos de vista desprendidos  del suelo, donde las ideas solo se arrastran sabedoras de su inutilidad. Y entonces lo que llamaron alma  ,  y que se extinguió por falta de adeptos ,  brotará de nuevo con otro sombrero que en nada recordará a la paloma, ocupada en menesteres de poca importancia , arrumbada en los arrabales y en los alféizares de los pisos elevados , donde sus excrementos dejarán una huella que con el tiempo emocionará a los paleontólogos . Los vertederos entonces como hoy parecerán mares, playas, costas, acantilados buscadores de abismos más allá de la  plataforma continental,  que ni siquiera formará un gradiente merecedor de tal nombre. Y cuando la falta de keroseno haya ya colocado los aviones en peligro de extinción,  sonarán vanamente las sirenas y la pérdida será irremediable por más que los trenes de aterrizaje hayan sido desplegados y el caucho se impaciente por tocar tierra. Será inútil  pues un extraño fenómeno habrá degrado las pistas hasta hacerlas eriales donde los accidentes harían inútil, por su gravedad , la intervención de los bomberos y las ayudas sanitarias . El colapso que a veces se prevé no es forzosamente el que sucede y quizás los supuestos meteoritos dejen lugar a catástrofes mas íntimas, casi familiares pero planetarias. Luchas intestinas en el seno de la familia, odios irreconciliables entre vecinos hasta entonces bien avenidos, combate en población en pequeñas aldeas donde se luchará casa por casa ,  obedeciendo a mandatos que nadie tiene claro , pero que no impedirán los fusilamientos y las evisceraciones sin sentido , porque las bayonetas siempre aguardan en los desvanes , aunque cuando las visitamos parezcan inertes y cubiertas de un orín antiguo. Debemos ayudar a los aviones, pues sería un drama de consecuencias desgraciadamente demasiado previsibles,  quedarnos sin comercio aéreo y sin turistas que aproximen a los continentes ,  y saquen fotografías de lejanos annapurnas que  disfrutarán después entre amigos  , que sin embargo ya empezaron a considerar justificado , aunque se callen , la eficacia de las armas blancas , y las buhardillas contemplen , cuando llega la tarde ,  un ajetreo febril  de aceros y piedras esmeriladas. Construyamos de nuevo aeropuertos y pidamos a las líneas aéreas que aguanten un poco más a sus flotas en el aire, suspendamos las plantaciones, olvidemos las flores, talemos los baobabs, pues tiempo habrá para otros principitos. Despidamos también de las criptógamas, arrasemos pétalos,  estambres y pistilos, no dejemos ni una rosa. Suprimamos la Botánica de nuestros libros de texto, olvidemos los injertos y los invernaderos. Seamos definitivamente minerales y acojamos a nuestra aviación como solo ella merece. Que no crezca la hierba e imperen definitivamente las pizarras bituminosas.