jueves, 25 de febrero de 2016

DESVARÍOS



De verdad que no te entiendo Raquel. Y mira que trato de tranquilizarme y ser razonable, aunque no creas que me resulta fácil ¿Qué ha pasado? ¿Qué ha sucedido en tu cabeza para que de la noche a la mañana me trates como a un aventado y me llames loco? Loco de remate para ser más exactos, ante mi asombro. Y aunque no me creas, trato de comprenderte con toda la capacidad de mis entendederas, y llego a columbrar si no será debido a este brusco cambio de tiempo de los últimos días. Hay que comprender que no es fácil pasar incólume de un frío intenso y una lluvia desatada, a un a un sol abrasador y una invasión de moscas como la que ha tenido lugar.
     Raquel, ya sé que cualquier cosa que te diga te va a dar igual, y la vas a considerar como otro más de mis desvaríos de última hora. Que he perdido la cabeza, que antes no era así, que debo visitar a un  psiquiatra y todas esas cosas que me has repetido hasta la saciedad, olvidando por otro lado que ya me ocupo yo desde hace tiempo de suministrarme alguna sustancia ad hoc, como cualquier persona que hoy en día trate de estar al día, y perdona la redundancia. Lo cierto sin embargo, y quiero ser sincero aunque me cueste, es que eres tú la que no estás en tus cabales y has perdido el norte. Espero que no definitivamente, pues siempre he confiado mucho en tus cualidades y tus recursos para salir de las situaciones más complicadas cuando en otros momentos tuviste otro tipo de dificultades.
    Ya sé que nuestra vida en común no pasará a los anales de las vidas ejemplares de las parejas bien avenidas, ni servirá de ejemplo a los jóvenes que quieran enfrentarse juntos a la vida que se les abre por delante. Pero de ahí a hacer de nuestra relación una especie de tragedia griega en la que se ha convertido, creo que va todo un mundo. ¿Qué te sucede, Raquel? Te cuesta aceptar que siendo yo casi un octogenario aún tenga suficiente sex appeal para atraer a alguna que otra talludita que se me acerca con la dignísima intención de charlar un rato, y tú lo interpretas como una traición indecorosa pensando sin duda en unas relaciones genitales en ciernes? Raquel, deberías tratar de ser más razonable y no dejar que la mente se te dispare. Sabrás que hoy en día prácticamente todos los psicólogos están de acuerdo en considerar que, después de todo, “somos lo que pensamos”, y si tú te empeñas por razones que no se me alcanzan, en considerar que soy un don juan octogenario, comprendo que lo pases mal y que me tildes de chiflado, pues efectivamente ni mi artrosis galopante ni mi recrudecida incontinencia me lo permitirían, aún en caso de quererlo. Aunque se me ocurre, y perdona si lo que te voy a decir te parece indigno de mí, quizás se trate de una especie de efecto rebote de tu menopausia. Soy mucho mayor que tú, pero aún recuerdo como si fuera ayer lo mal que te lo tomaste, como si más que ser un proceso natural en la mujer por la pérdida de estrógenos, lo consideraras como una ofensa inaceptable de la madre naturaleza, ante la que revelaste con todas tus fuerzas. Una especie de menopausia “en diferido”, como ahora se ha puesto de modo decir a ciertos políticos por otros temas, para justificar que no se les caiga la cara de vergüenza. No seas como ellos. Eres una mujer estupenda, Raquel, y solo estos brotes esporádicos podrían hacer que en el futuro fuera necesario pensar en una casa de reposo para tu seguridad. No pasa nada. Nada. Y el hecho de que quien te escribe esté aún de buen ver a pesar de ser un carcamal, no debiera inquietarte. Se lo debe todo al gimnasio. Voy todos los días de la semana y me estoy poniendo mucho más fibroso y musculado. Mira por donde. A la vejez, viruelas.

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