Teniendo unas
características muy distintas, las familias A, B, C y D más algún miembro de la
mía (yo mismo), llegaron a un acuerdo para formar una nueva con aportaciones de
cada una de ellas. Por casualidades de la vida coincidieron una tarde en un
área de descanso al borde de una de las carreteras nacionales, y rápidamente
simpatizaron por razones no del todo claras, pero que posiblemente tengan que
ver el hecho evidente de que formaban núcleos muy sólidos y bien estructurados
que no podían ser otra cosa que “una familia”, algo que de inmediato les
atrajo. Aprovecharon la merienda para intercambiar opiniones y pronto llegaron
a un acuerdo de base, consistente en la necesidad de crear otra familia que les
acompañara allá donde el destino pudiera conducirles en el futuro. Sería pues
una familia virtual, que solo viviría en sus cabezas y sus corazones, pero a la
que tratarían con el respeto y la simpatía con los que en general se trata a la
propia. Hubo inconvenientes nada más empezar, era lo lógico dadas las
diferencias entre cada una de ellas, pero finalmente se impuso su voluntad
creadora y salieron adelante, acordando que cada uno de los integrantes de la
familia en ciernes reuniera cualidades de las originarias en porcentajes a
acordar.
A las familias A
y B les costó mucho llegar a un acuerdo entre la dispersión y velocidad de una
de ellas y la solidez y compenetración de la otra, algo que pudieron resolver
al llegar a la conclusión de que la nueva debía ser en ese sentido
“intermitente” y actuar como A o B de forma alternativa. A las familias C y D
tal cosa les traía sin cuidado, considerando que para ellas lo importante era,
respectivamente, el porte aristocrático y la discreción por un lado, y por el
otro, la facultad de adoptar diferentes puntos de vista según el personaje que
les ocupara en esos momentos. Por mi porte, añadí, que vería con buenos ojos
que uno de los hijos varones de la nueva familia fuera boxeador, con las
cualidades básicas para reestablecer el orden en caso de conflicto. Hubo
reunión hasta altas horas de la noche, cuando a nuestro lado ya habían aparcado
una buena cantidad de camiones dispuestos sus conductores a descansar unas
horas. En la misma, a la que asistieron todos los integrantes de las familias,
excepto de la mía, solo se llego a una conclusión, que pareciendo banal, podría
tener sus consecuencias en el futuro. Se determinó que la familia por nacer
debería llamarse V, en homenaje a la voluntad que les había unido a las ya
existentes para alumbrarla y, no menos importante, porque iba a ser una familia
virtual, que aunque todos llevarían en sus corazones, nunca podrían llegar a
ver al no estar compuesta por células, y ni siquiera por átomos, los ladrillos
básicos de la materia y la energía. Aunque hubo sus más y sus menos, pues
algunos llegaron a hablar de la teletransportación, y la capacidad de crear
algo partiendo de la nada mediante un proceso de fluctuaciones cuánticas, hoy
tan en boga. A partir de las dos de la madrugada, cada familia se fue a
descansar a su propia manera, dejando cada una de ellas a uno o dos integrantes
de la misma en función de su número. El encargo recibido por esta comisión era
el de llegar democráticamente a unos acuerdos básicos, de manera que por la
mañana antes de separarse, todas tuvieran claro de que tipo de familia estaban
hablando.
La reunión de
los comisionados se prolongó durante varias horas, y solo fue después de la
nueve de la mañana, momento en el que ya no quedaba ningún camión en el
aparcamiento, cuando pudieron darla por terminada, después de reunirse en la
cafetería y reponer fuerzas. Poco después, todos los integrantes se reunieron
en un claro de un bosque de eucaliptos de las inmediaciones, y se dispusieron a
votar en orden alfabético de acuerdo con la norma “un hombre/un voto”.
La familia
resultante estaba constituida por el típico matrimonio ya entrado en años, pero
sin alcanzar todavía la edad de la jubilación (por otro lado discutible), en el
que la mujer era bastante mayor que el marido por razones que no vienen al caso,
y cuatro hijos, tres chicas y un niño bastante menor al que cariñosamente todos
llamaban “el nieto”. También formaba parte de la misma un hermano mayor, hijo
de la mujer de un matrimonio anterior, y que aunque en esos momentos estaba en
el paro, frecuentemente actuaba como boxeador aficionado en los rings de varias
ciudades de la comarca. Era en opinión mayoritaria una pieza fundamental en la
familia V, pues tenía mal genio (aumentado por su situación laboral), y no
consentiría disensiones que rompieran la unidad que se le supone a una entidad
como la aquí tratada (en cualquier caso este hombre era una concesión que se me
había hecho dados mis antecedentes familiares, aunque algunos de las otras familias
lo cuestionaban). Finalmente la familia virtual se completaba con una criada de
mediana edad vestida de uniforme al uso, con o sin delantal y cofia, según las
situaciones, y un perro, cruce de terrier y snauzer gigante, del que se puede
decir que era muy territorial, y del que valía la pena mantenerse a distancia
si no se formaba parte de la familia. Una vez llegados a un acuerdo de mínimos,
el padre de la familia A hizo un esfuerzo notable para zafarse unos instantes
de su mujer y logró poner todo por escrito, para a continuación la esposa de la
familia B, presentárselo al único conductor que quedaba en el lugar que, a modo
de notario, dio fe de lo escrito, con fecha, firma e incluso el sello de la
compañía de transportes a la que pertenecía “Bicicletas Otero, Torrelavega
(Cantabria)”.
Poco después,
las familias se separaron cada cual en una dirección diferente, aunque con un
destino en común, el mar. Téngase en cuenta de que nos encontrábamos a
principios de Agosto, y todas se disponían a disfrutar de las merecidas
vacaciones estivales. Se llevaron consigo una copia del escrito para tener
siempre in mente qué debían y qué no debían atribuir a la recién nacida
familia. En cualquier caso, este es el momento en el que es conveniente dejar
aquí reflejados los acuerdos a los que se llegó después de la mencionada
reunión, y que todas las familias se comprometieron a respetar.
Primero: Nadie
podía introducir cambios en la estructura de la familia V
Segundo: Se
acordaba una reunión anual a la que asistirían todos los integrantes de las
diversas familias, o al menos una representación de las mismas cuando la
situación de la misma lo justificara (con certificado médico, si se trataba de
un problema sanitario).
Tercero: A lo
largo del año todas las familias debían ponerse en contacto telefónico entre
sí, para dar cuenta de las fantasías, ensoñaciones o andanzas de la nueva
familia en el imaginario colectivo del grupo.
Cuarto: El trato
entre los miembros de las familias engendrantes sería cordial, pero discreto y
educado. Los menores debían tratar de “usted” a los miembros de las otras
familias que tuvieran más de veinte años.
Quinto: Las
familias se comprometían específicamente a no crear nuevos elementos en el seno
de la recién nacida. No existían, por lo tanto la posibilidad de nuevos bebés,
perros o guardaespaldas (algo que en el caso de los bebés resultaba obvio y era
un lapsus en origen, teniendo en cuenta que la madre de la familia V ya no
estaba en edad de traer al mundo nueva progenie).
Una vez que las
familias hicieron una copia del documento base, se despidieron con la
cordialidad y discreción acordadas, y cada cual a su manera, pues como es
sabido sobre todo dos de ellas -la A y la B- tenían en ese sentido ciertas
dificultades.
He aquí pues el
nacimiento de un nuevo tipo de unidad familiar que en el fondo todos tenemos
que agradecer, considerando que el índice de natalidad en el mundo occidental
ha caído hasta límites preocupantes, y que China, alcanzado cierto nivel, ha
dicho basta y distribuye preservativos gratuitos a todos sus integrantes
varones, adolescentes incluidos.
Yo me quedé de
momento en el área de descanso, pero no pude permanecer relajado durante mucho
tiempo, pues de una forma reiterada e insistente me llegaban a la cabeza las
primeras imágenes de la nueva familia, que debido a un desacuerdo y la
consiguiente pelea en el interior del vehículo entre el perro y el boxeador,
había sufrido un aparatoso accidente no muy lejos del lugar donde me
encontraba, lo que hizo que de inmediato, después de tomarme una cerveza,
saliera en dirección contraria. No quería ser un gafe y frustrar tan pronto
aquel sueño colectivo.
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