Debían verse
todos los fines de semana, aunque no cabía descartar la posibilidad de que se vieran todos los días, e incluso que
viviesen juntos. Si me inclino por lo primero, es porque cada vez que podía
observarlos, tenía la impresión de que acababan de encontrarse. Se miraban
intensamente a los ojos, y el mundo que les rodeaba no parecía interesarles en
absoluto, absorbidos como estaban por ellos mismos. Lo que más me sorprendía
era el entusiasmo que parecía derivarse de su mutua atención, como si aún
estuvieran en esa fase en la que cada cual trata de no perder detalle de lo que
el otro le sugiere. Se solían tomar una cerveza en la barra, pero incluso su
lenguaje corporal corroboraba lo que acabo de decir, pues los dos se sentaban
de costado sobre los taburetes, dando la impresión que la bebida era solo una
coartada, porque la mayoría de las veces se iban sin haberla probado. Algo
debían ver el uno en el otro para mantener asiduamente esa atención mutua, de
la que se desprendía que todo lo demás era superfluo. Se miraban y podría
decirse que casi ni parpadeaban, como si esa mínima fracción de segundo pudiera
robarles un tiempo precioso, que por nada del mundo estaban dispuestos a
malgastar. Había observado también que no solo se trataba de una relación en la
que la mirada y las palabras eran primordiales, pues no se me había escapado
que durante todo el rato jugaban con sus pies y se daban pequeños toques con
los zapatos bajo los asientos, como si de esa manera quisieran corroborar que
lo que estaba sucediendo era auténtico, y que ellos mismos eran de verdad dos
seres reales. Me sorprendía, sin embargo, que estando tan cerca nunca se tocaran,
no habría nada más natural en esas circunstancias que llegaran a entrelazar sus
manos, o que no pudieran reprimir una caricia por muy discreta que fuera.
Quizás se me escapaba algo, y una relación que me parecía la de dos personas profundamente
enamoradas, escondía otras características que la hacían menos diáfana de lo
que aparentaba, algo oculto que les hacía guardar cierta distancia. Claro que
todo esto no dejaban de ser imaginaciones mías llevado por una vida bastante banal
y sin sentido, que me hacía llenar el tiempo de las maneras menos habituales.
No obstante, tampoco es cuestión que por esta minucia, me ponga a enjuiciarme a
mí mismo, pues sin duda hay otras personas que amueblan su vida aún con mayores
trivialidades. Me sumergí pues en aquella observación un tanto obsesiva con
plena conciencia. Después de todo, era una manera, más o menos elaborada, de
habitar el mundo, y quien sabe si en su día mi dedicación podía llegar a
favorecerles cuando su amor flaquease. No es fácil mantener esa atención
constante sobre el ser al que queremos, pues en mi opinión, ese exceso puede
acabar fatigándonos, no solo porque uno puede llegar a percibir en el otro
detalles insignificantes pero inconvenientes, desde un aspecto físico que hasta
entonces nos había pasado desapercibido, hasta alguna cualidad intelectual que
el trato demasiado intenso hace que lleguemos a poner en duda. Una vez que
estas intuiciones arraigaron en mí, esperé su llegada los fines de semana con
auténtica emoción, pues tenía la sensación de estar realizando un verdadero
trabajo de campo, que quien sabe si en su día podía ser de mucha ayuda para los
psicólogos e incluso antropólogos dedicados al estudio de las relaciones
amorosas (aunque suene pedante, no podía evitar en aquellos instantes recordar
a Margaret Mead y sus aborígenes de las islas Tobriand). Fui desde esos
momentos mucho más exigente e incluso puntilloso, aún a riesgo de ser
sorprendido entremetiéndome en un asunto que después de todo no era de mi
incumbencia, pero me sentía incapaz de zafarme de aquel impulso, que yo
aceptaba de buena gana desde el momento que formaba parte de mis emociones, que
bajo ningún concepto quería reprimir. Convencido pues de que mi actitud podría
de alguna forma contribuir al esclarecimiento de la relación en profundidad de
aquella pareja, me tomé su observación como un verdadero estudio, tomando notas
en un bloc al efecto de cuantos detalles podían llegar a parecerme
significativos. Lo cierto, sin embargo, es que durante bastante tiempo apenas
pude añadir unas líneas deslavazadas a lo dicho más arriba, porque todo parecía
transcurrir según un guión perfectamente establecido, haciéndome en un momento
dado sospechar si no solo su actitud de un día a otro era semejante, sino si
incluso sus palabras eran las mismas, como las de dos marionetas programadas e
incapaces de aportar algo nuevo por su parte. Al poco tiempo, para ser más
precisos a poco de llegar la primavera, tuve la sensación de que ella sufría,
pues aunque como era normal, sonreía, unas profundas ojeras bajo sus párpados
parecían sugerir un dolor no confesado. Él por su parte, manteniendo una
actitud prácticamente igual a la de otros días, fruncía los labios, algo que
enseguida atribuí a cierto malestar, aunque no pude precisar a qué se debía,
era un cambio sutil, apenas perceptible, pero significativo en quien hasta
entonces había mantenido un gesto inmutable, que ahora se trocaba en algo muy
distinto. Según el tiempo transcurría tuve claro que allí pasaba algo que los
propios implicados trataban de ocultar, algo que ya no pudo mantenerse en
secreto durante más tiempo, el día en que ella apareció con un esparadrapo en
una mejilla y el gesto contraído de una lucha interior pugnando por
manifestarse. En cuanto a él, seguía conservando la entereza, pero no podía
ocultar una desazón evidente, pues por esas fechas ya ni siquiera se sentaba,
sino que permanecía de pie junto a ella, manteniendo una actitud un tanto
displicente, que trataba de contrarrestar esporádicamente con una sonrisa, que
alguien bien informado, percibiría más bien como mueca. Verdaderamente empecé a
sentirme afectado, y a suponer que la situación era más grave de los que sus
intérpretes dejaban traslucir, por lo que en varias ocasiones estuve a punto de
intervenir y recomendarles una terapia de pareja, diciéndoles que estaba al
corriente de todo desde el principio, y que era posible que con su colaboración,
volvieran a un estado similar al de los primeros tiempos, en los que, si debía
confesarles la verdad, había llegado a sentir envidia de ellos. No lo hice,
porque siendo una persona prudente, pensé que el remedio podía ser peor que la
enfermedad, y en todo caso más valía dejar las cosas como estaban, pues ya el
tiempo se encargaría de cicatrizar las heridas que empezaban a hacerse
evidentes. La sorpresa llegó cuando durante cierto tiempo la pareja dejó de venir,
algo que, por otro lado, una vez pasada la primera impresión, debo confesar que
no me sorprendió demasiado, pues como ya he dicho, su relación debía estar
pasando momentos borrascosos. Al poco tiempo volvió a aparecer ella, esta vez,
para mi asombro, acompañada de un tipo achulado y de gestos desabridos, al que
ella miraba con un arrobo parecido, aunque sin duda con un matiz diferente,
pues en mi opinión, su admiración parecía teñida de temor. Terminaba así una
relación venida a menos, posiblemente porque ambos habían puesto en ella un
exceso de expectativas. La situación en esos momentos me producía cierta
turbación, pues verla a ella implicada con otra persona en términos parecidos a
los de su anterior relación, me dejaba un mal sabor de boca, no solo por la
supuesta traición que suponía, sino porque significaba la caída de un idealismo
que yo no dejaba de valorar. Poco después apareció por allí su pareja anterior
con otra persona. Se trataba de una mujer joven y desenvuelta que daba la
impresión de estar muy segura de sí misma, y que por su actitud esperaba que
quienes la rodeaban se dieran enseguida cuenta de que era alguien que merecía
la pena. Nada que ver con la primera, pues si se puede decir algo definitivo de
ella, era que parecía estar continuamente reclamando la atención de los presentes.
Él, como es natural, mantenía una actitud muy diferente, y la miraba con una
admiración un tanto bobalicona, que no auguraba un futuro demasiado dichoso,
pues no sería de extrañar que ella acabase encaprichándose de alguien con más
carácter. Y así terminó mi trabajo de campo, pues a las pocas semanas ambas
parejas dejaron de venir al lugar que de alguna manera había obrado el milagro
de transmutar una relación tradicional y fervorosa, en otras cuyo desarrollo no
estaba para nada claro, aunque en mi fuero interno, quizás para paliar la
decepción, llegué a suponer que en algún momento se encontrarían de nuevo y
volverían a sentir el entusiasmo de los primeros tiempos.
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