Iván el Oligo se
apellida García de Munárriz, es decir, realmente se llama Iván García de Munárriz,
algo que además de su padre poca gente sabe, puesto que desde que era muy niño
se le conoce por el apodo (más bien, mote). En cuanto a la procedencia del
mismo hay disparidad de opiniones, aunque es mayoritaria la que lo relaciona
con su forma de hablar (un tanto sorprendente) cuando era un crío, aunque él
prefiera achacárselo a la posesión por su padre de varios miles de olivos en la
serranía de Jaén, que como se sabe, producen aceitunas con las que se fabrica
el aceite, rico en oligoelementos. De todas maneras, justo es aquí reconocer
que cada cual se consuela como puede. En todo caso, Iván prefiere relacionarlo
con el producto de la almazara, trufado en algún sentido de cierto aliento
poético, y además fundamental en la dieta mediterránea, de tan buena fama en
los tiempos que corren. Hijo de madre desconocida, pero, en todo caso, según el
apellido, originaria del País Vasco, Iván siempre echó en su vida en falta una
presencia femenina, pues aunque su padre era una bellísima persona, es de la
opinión de que su carácter se ha visto en exceso influenciado por la presencia
continuada del género masculino, siendo esta una de las razones probables por las
que de manera posiblemente inconsciente contrajo matrimonio muy joven. La
personalidad de su progenitor ha gravitado en exceso en su vida, siendo los
testimonios principales de la misma su afición a la pesca (“en busca del róbalo
perdido”, se podría decir) y la presencia en su domicilio de decenas de iconos
rusos (sin duda, imitaciones), colgados por las paredes de forma indiscriminada
y atosigante, que Carmen acepta por el cariño que le tiene, ya que esta
resignación no se comprendería sin una veta de amor materno. Las tardes de Iván
en cualquier época del año, consisten en una siesta con todas las de la ley, es
decir con pijama y en la cama, que dura alrededor de las dos horas, al cabo de
las cuales sale a la calle y frecuenta con prioridad los parques arbolados del
casco viejo de la ciudad, donde su principal ocupación es dar de comer a las
palomas, algo no siempre bien visto por los presentes en el lugar en esos
momentos, dado que la conciencia ecologista de los ciudadanos las equipara en
la actualidad a ratas con alas. No ceja Iván, sin embargo, en su empeño, con la
convicción de estar contribuyendo a la supervivencia de la especie, siendo un
defensor a ultranza del darwinismo sintético, y considerando la competencia en
la zona de las gaviotas, aves, como se sabe, más aguerridas y con peor carácter,
aunque prefieran una dieta a base de sardinas y gambas. Continuará.
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